CAPÍTULO VEINTINUEVE

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𝐋𝐀 𝐂𝐀𝐒𝐈 𝐈𝐍𝐌𝐎𝐑𝐓𝐀𝐋𝐈𝐃𝐀𝐃 𝐃𝐄 𝐏𝐄𝐓𝐄𝐑 𝐏𝐀𝐍


—Entonces vas a tratar de darle felicidad a una media hada —habló con la boca con comida.

Merlín y la Reina hicieron una mueca y apartaron la mirada mientras Pan seguía aprovechando el pollo servido con una ensalada cuyos ingredientes no conocía pero sabían de maravilla.

—En resumen, si. Necesito una carcajada.

—¿Pero esas no son las que casi no ríen? —El príncipe se llevó a la boca un pequeño trozo de pollo ante la mirada atenta de Pan.

Peter le ofreció un poco de comida a Sage quién apenas probaba. Ella lo miró frunciendo el ceño.

—Desafortunadamente —respondió aún observando lo que Pan le ofrecía—. Aunque yo sé cómo hacerlo.

Finalmente se vio obligada a aceptar el pedazo de pollo, lo tomó, rozando los dedos del rubio, y se lo comió.

—¿Por qué casi no ríen? —inquirió mientras buscaba las mejores partes de la comida para dárselas a ella.

—Su risa puede hacer muchas cosas, así que... —Soltó un suspiro cansado y tomó de mala gana lo que Peter le ofrecía, o mas bien insistía en que comiera— para mantener el balance, su vida no debe permitir la felicidad suficiente para hacerla reír.

Hubo un silencio corto en el que los tres disfrutaron el sabor delicioso de lo que los de la posada les habían cocinado.

—Sin embargo, esta hada tiene suerte. —Esta vez aceptó complacida la extraña bondad de Pan, pues no siempre compartía lo que comía ni tampoco dejaba las partes buenas para otros—. Porque yo he entrado a su vida y no pienso irme sin tener lo que quiero.

Merlín le dió un trago a la copa de vino y al sentir el sabor amargo bajar por su garganta decidió que mejor se quedaría con el agua que era para Sage puesto que en aquel lugar solo los hombres podían beber vino. No obstante lo que los dueños no sabían era que la única persona allí que podía beberlo era en realidad una mujer y no era nadie más que la Reina Sage.

—¿Y nosotros qué hacemos? —preguntó Peter chupándose los dedos para luego limpiarlos con la servilleta de Merlín ya que la suya ya estaba sucia.

La Reina le dedicó una mirada molesta como si con ella pudiera hacer que se comportara. Al ver que seguía comiendo y ensuciándose las manos en lugar de utilizar los cubiertos, no recibió más lo que le ofrecía. A ella y al príncipe les parecía una falta de respeto esa clase de modales, aunque estuvieran seguros de que el rubio carecía de muchos de ellos.

—Tienes que ver a tu amada Darling. —Tosió, removiéndose incómoda en la silla. Cuando la atención de ambos chicos se posaron en ella, tomó una servilleta para limpiar sus labios y se levantó de inmediato—. Ha pasado demasiado tiempo desde que la has visto.

—Cierto, la Wendy. —Le quitó la copa a Merlín y bebió toda el agua que tenía, pues él no bebía vino, lo había probado una vez y no le había gustado—. Me había olvidado de ella.

Limpió sus manos otra vez y luego sus labios. Entonces se puso de pie dispuesto a buscar sus cosas para irse.

A Sage le causó un poco de alivio escuchar sus últimas palabras y no entendía la razón. Fue en ese instante en el que recordó su plan.

—No tan rápido. —Lo detuvo posando una mano en su pecho, la cual apartó al siguiente segundo como si tocarlo fuera a quemarle y tal vez de alguna manera lo haría—. Merlín va contigo.

Ingobernables: Nunca Jamás  ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora