CAPÍTULO TREINTA (parte 2)

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𝐋𝐀 𝐋𝐋𝐔𝐕𝐈𝐀 𝐃𝐄 𝐄𝐒𝐓𝐑𝐄𝐋𝐋𝐀𝐒


La balada romántica estaba en sus últimas estrofas. Las parejas ocupaban todo el centro de la plaza. Y a pesar de que varias personas habían intentado arrastrarlos al baile, ni el de rizos dorados ni la de cabello azabache cedieron. Ambos observaban el espectáculo con una mueca y de brazos cruzados, un gesto que se veía repulsivo.

Finalmente, la canción terminó. Sage esperaba que Flynn y Rapunzel regresaran, pero éstos seguían entre las demás personas esperando una nueva canción.

—¿No se cansan?

—La verdad no sé, prefiero saltar a lo loco en lugar de esos bailes lentos y aburridos.

—Bueno, eso ya es ser salvaje —musitó sin mirarlo para esconder su pequeña sonrisa.

—¿Acabas de... bromear? —Buscó sus ojos mientras una sonrisa surcaba en su rostro. No había tenido la oportunidad de preguntarle eso las veces anteriores, pero ahora estaban solos—. En este último tiempo estás diferente.

—Tú estás diferente —contraatacó, se paró en frente de modo que no lo dejaba concentrarse en nada más que en ella—. Podría nombrar mil cosas en las que has cambiado.

Aquello en lugar de sentirse un reto para él, lo hizo sentir feliz. Sin embargo, decidió fingir una expresión retadora para no dejarle saber cuánto se le aceleraba el corazón al pensar en que ella tomaba en cuenta cada detalle de sus acciones.

—¿Ah, si?

Peter esperaba que hablara. No obstante, cuando la melodía de un violín comenzó a ser el protagonista del momento adueñándose de cada rincón, la gente soltó gritos de júbilo pidiendo que le siguieran demás instrumentos.

"El violinista fantasma"

"Él está aquí"

"Siganle"

Algunos decían. A los músicos no les quedó más opción que cumplir con el pedido del pueblo. Trompetas y flautas acompañaron al violín que se oía en direcciones diferentes pero jamás se hallaba a quien lo tocaba.

Sage sonrió en grande al escuchar la música que se había creado con aquellos instrumentos, la conocía. Se giró sobre sus talones, golpeando con su trenza el rostro de Peter en el proceso. Él no se quejó, después de todo era el cabello que le encantaba peinar.

—¿Conoces la canción? —susurró detrás de su oreja, provocándole un revoloteo de mariposas en el estómago sin saberlo.

—No podría no recordarla, me exiliaría yo misma si no conociera la cultura de mi propio reino.

Esta vez sí estaba interesada en el baile, y Pan se interesaba en lo que fuera que a ella le interesara.

—Ah, ¿y no quieres bailar?

No sabía bailar ese tipo de música, no les encontraba sentido, mas no temía aprender solo para ser el único en bailar con ella.

—Buena idea.

Antes de que pudiera siquiera ofrecerle su mano, ella se alejó dejándolo desconcertado. No la perdió de vista, ni tampoco la siguió. Vio que se había colocado en el centro de todos y una señora mayor le entregó el pañuelo rojo que llevaba en la cabeza para que pudiera bailar.

Bailaba sola, como si alguien estuviera con ella pero fuera invisible. El pañuelo tocaba su rostro, ella levantaba sus manos junto a las demás muchachas quienes sí estaban acompañadas. Giraba como si alguien estuviera haciéndola girar. Pronto los que la rodeaban dejaron de bailar para observarla. Algunas chicas le lanzaban miradas envidiosas por la atención que recibía, miradas que desaparecían en el aire sin poder tocar a la Reina.

Ingobernables: Nunca Jamás  ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora