Glorioso el gran reino, ese que era real, que luego fue leyenda y que ha vuelto a lo alto. Gloriosa la reina, aquella que era invencible y por la que las cabezas se inclinaban y las rodillas se doblaban. Gloriosa Su Majestad que daba órdenes desde su magnífico trono en el inmenso salón del gran palacio.
Pobre Nunca Jamás que se encontraba en un caos, desastre incontrolable desde hacía varios días. Pobre Peter Pan que sufría por amor. Pobre de él que contemplaba a la gran monarca desde un lugar oculto cuya existencia se debía a la bibliotecaria del reino que conocía su desgracia.
—Deben dárselo al Sultán, solo a él, ¿entendido? —hablaba mientras caminaba hacia las puertas, sus tacones haciendo ruido y sus caderas moviéndose con elegancia—. La carta también debe llegar a sus manos, eso es de suma importancia.
El elfo que sostenía la caja de madera pequeña se inclinó cuando la intimidante figura de la reina de Pradinem pasó frente a él.
—Como ordene la gran corona —dijo con voz solemne.
Al ver que las puertas se abrían para que Sage saliera, Peter se movió con dificultad por el muy estrecho pasillo donde se escondía hasta poder salir por detrás de uno de los cuadros de la gran reina. Sage se alejaba con pasos apresurados y cuando intentó ir tras ella los guardias lo interceptaron.
—¡Majestad! —Se mordió la lengua luego de haberla llamado de tal manera, los cuatro guardias impedían que se moviera, y aunque podría haberse librado de ellos, ella no habría querido hablar con él si lo hacía—. ¡Por favor, Majestad!
Uno de los hombres golpeó atrás de sus rodillas haciéndolo caer, y otro lo tomó del cabello obligándolo a bajar la cabeza. Casi había perdido toda esperanza, hasta que los tacones dejaron de sonar por un momento, luego de unos segundos se volvieron a escuchar pero cada vez más cerca.
—Déjenlo, él vendrá conmigo —ordenó cuando estuvo frente a él, lo supo cuando la tela del vestido fue visible desde su posición.
Los guardias lo soltaron y al momento se alejaron, volviendo a sus puestos. Fue entonces cuando pudo levantar la cabeza para mirarla directo a los ojos. Eso era lo más cerca que había estado de ella desde aquella vez en el árbol.
—Sígueme —dijo y comenzó a caminar en la misma dirección a la que iba hace unos momentos.
Pan no dudó en seguirla. No hablaron hasta llegar a una habitación que no estaba lejos pero que él no conocía, era una sala perfecta para recibir visitas. La reina se dirigió hacia el sillón rojo y enorme, y se sentó en él. Peter no sabía si sentarse o qué hacer.
—Las personas suelen inclinarse y hacer sus pedidos de rodillas —explicó con una sonrisa que lo dejó embobado un rato.
—Lo siento… —Se tragó su orgullo y lo sepultó en lo más profundo de su ser mientras apoyaba una de sus rodillas en el suelo—. Yo tenía que hablar con usted.
—¿Cuál es la razón?
Él se detuvo a pensar qué decir puesto que no podía decirle que solo quería verla y escuchar su voz.
—Yo… soy Peter Pan, Nunca Jamás es mi isla. —Supo que iba por buen camino cuando la vio alzar sus cejas—. Su hijo Robin estuvo allí como ya le habrá mencionado.
—Ciertamente.
Intentó decir algo más, sin embargo las palabras no salían de su boca. El nudo que se le había formado en la garganta no era nada agradable.
—¿Eso es mío? —preguntó ella con la mirada clavada en lo que el rubio escondía y colgaba de su cuello.
Él quería decirle que había sido ella misma la que se lo había regalado, que lo llevaba siempre por eso y que era el objeto más preciado que en ese momento tenía.
—Su hijo me lo ha obsequiado, es un portal.
—No es solo eso, Peter Pan. —Su voz había sonado tan suave, se mordió el labio al mismo tiempo que lo miraba con lástima—. Lo siento mucho.
—¿Por qué?
Sage dejó salir un suspiro.
—La historia te la puedo contar otro día, pero en resumen, esa piedra parece carbonilla a menos que el que la tiene se enamore perdidamente del dueño anterior, si eso pasa, se muestra como un diamante.
La saliva se le atascó en la garganta de Peter, comenzó a toser, al mismo tiempo que su mente le repetía las palabras de la reina una y otra vez.
—¿Estás bien? —cuestionó, ofreciéndole una copa de agua que había aparecido de forma mágica.
—Si, es solo que…
—No tienes que explicarlo, así funciona la magia, no miente jamás.
Sage acarició su mejilla y lo miró como si fuera un niño pequeño. Ante su tacto, Peter dejó la copa en el suelo y escondió su rostro en el vestido de la reina, mojándolo con sus lágrimas.
—¿De verdad no me recuerdas? —preguntó en un hilo de voz y con mucha esperanza.
—No, lo siento por eso.
Gloriosa la reina y pobre el dueño de Nunca Jamás. Sin embargo, desafortunados ambos. Ellos que entendieron tarde que si el amor tocaba la puerta debían abrirle, puesto que este se ofendía y se marchaba para siempre.
La reina que aún sin recordarlo había creído que olvidar era mejor que vivir con el peso del dolor. Y Peter Pan había abandonado su inmortalidad por nada. Bueno, el final feliz no es para todos. Aunque miserables los dos que no se habían dejado gobernar por el amor.
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Ingobernables: Nunca Jamás ✓
FantasyTras la llegada de Los Exploradores a su Palacio con una importante noticia, Sage decide emprender un viaje por reinos mágicos en busca de objetos que le ayudarán a llegar a su Cetro perdido. Una profecía olvidada la lleva a emprender este viaje jun...