CAPÍTULO CATORCE

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𝐄𝐋 𝐓𝐑𝐀𝐓𝐀𝐃𝐎

El Cetro estaba tan cerca. La Reina podría tocarlo otra vez. Todo volvería a ser como antes. Los rayos del sol lo hacían brillar cuando se reflejaba en sus piedras preciosas. Dorado y pesado. Solo Sage era capaz de tenerlo en sus manos.

Estaba justo en frente suyo. No podía perder más tiempo, debía tomarlo.

—¡Flynn! ¡Flynn!

—¡Rider, el juego ha terminado!

Aquellos gritos cerca de la Roca Calavera despertaron a Sage e interrumpieron su glorioso sueño. Los rayos de sol no habían sido del todo un sueño, había amanecido y el sol iluminaba su rostro.

Ella no quería levantarse, aún pensaba en ese sueño que acababa de tener.

—¿Quién está ahí arriba?

La Reina bufó y se puso de pie para que pudieran verla, no sin antes asegurarse de que su marca no fuera visible.

Las miradas que habían puesto al verla le molestaron.

«¿Acaso jamás habían visto a una mujer con un vestido blanco? Tan hermosa como yo no creo, pero vestida así seguro que sí», se dijo a sí misma.

Sí que habían visto a una, Wendy Darling. Pero es que a Sage solo la habían visto con su ropa de caza. Aún si se vestía de la manera más sencilla, seguiría resaltando entre muchas mujeres. Pues así había sido creada.

—¿A quién buscan y por qué? —exigió saber.

—Nunca un buenos días.

—Ni un por favor.

La Reina alzó las cejas y sus labios formaron una mueca que le hizo saber a los muchachos que no tenía pensado decirles ni por favor, ni buenos días.

Nunca había sido necesario para ella.

—Buscamos a Flynn porque está perdido —le dijo asintiendo para sí mismo, buscó la aprobación de sus compañeros y estos asintieron con él.

Con aquella insignificante acción, Sage ya no dudaba de que realmente se trataba de unos niños. Los Niños Perdidos eran, de verdad, niños.

—¿Y Pan?

—Él no está perdido, ¿no? —De nuevo buscó en su compañeros la confirmación de su respuesta, estos negaron con la cabeza aunque por el ceño fruncido se notaban confundidos—. No, él no.

—Ya sé que no está perdido, pregunto dónde está porque quiero verlo. —Puso los ojos en blanco ante tales actitudes que ella tomaba por infantiles.

—¿Quieres verme?

Aquella era la voz que quería escuchar, traviesa y sarcástica.

Se giró y allí lo encontró detrás suyo con los pies sin tocar la roca en la que ella estaba.

—No tengo opción.

—Era obvio que no estaba perdido, tonto.

—Tú creías que estaba perdido, Ed.

—No es verdad.

Se iban mientras se empujaban y burlaban entre ellos, casi olvidándose de su compañero perdido. Al cabo de unos minutos comenzaron a gritar su nombre otra vez.

—¿Y por qué querías verme? —le preguntó con una sonrisa de lado.

—Este no es un buen lugar para hablar de eso. —Miraba a su alrededor asegurándose de que nadie estuviera cerca, sus planes no podían ir mal—. Vamos a mi casa del árbol.

Ingobernables: Nunca Jamás  ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora