CAPÍTULO VEINTICUATRO

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𝐋𝐀 𝐋𝐀́𝐆𝐑𝐈𝐌𝐀 𝐃𝐄 𝐋𝐀 𝐑𝐄𝐈𝐍𝐀


—¿Entonces dice que esto es Sherwood? —cuestionó curioso el príncipe admirando lo bien que se mantenía el bosque pese a que los grandes líderes conspiraban para adueñarse de esas tierras para guardar allí sus tesoros.

Sage asintió.

—El pueblo está más adelante, pero no tenemos nada que hacer ahí.

Sherwood era pequeño, pero era el lugar preferido de los practicantes de magia cuando de encontrar hierbas y cosas curiosas se trataba. Detrás de todo ese prestigio había un hada vieja que cultivaba tales hierbas para venderlas y así mantener a su grupo.

—Grandioso, yo creía que Sherwood era solo un bosque.

Muchos lo creían y por eso estaba a salvo.

—No se compara a Nunca Jamás.

Merlín decidió ignorarlo aunque no compartía la misma opinión. Había aprendido que discutir con él sería caso perdido, ni aún teniendo razón lograría cambiar su opinión.

La Reina llevaba observando una paloma blanca volar a unos cuántos árboles lejanos desde hacía un minuto exactamente, pero el ave no se acercaba, solo daba vueltas.

—Está buscando a alguno de ustedes —afirmó, apuntando con el dedo al ave.

Ambos chicos voltearon a ver.

—¿Cómo sabes que no te buscan a ti?

—Hubiera venido un Ave Fénix —respondió con simpleza la pregunta del rubio.

Merlín no entendía aún por qué ella dejaba que él le hablara como si fuera su igual.

—Bueno, a mí nadie me quiere ver. —Rápidamente se dio cuenta de lo que había dicho y quiso corregirlo—. Quiero decir, nadie me enviaría palomas, vendría en persona.

—Entonces debe ser a mí.

Aquello había sonado más como una pregunta, el príncipe no estaba seguro, pero sentía que algo no andaba bien.

—Acércate a ella —le sugirió.

Él asintió y dejó la bolsa en el suelo para acercarse más al ave para que así pudiera encontrarlo pues la fuerte presencia de la Reina impedía que supiera dónde se hallaba.

—Desearía que se lo llevara —le susurró con total confianza cerca de su oído.

Si ella lo había hecho él también podía, ¿no?

Una esquina de sus labios apenas se curvó. Peter lo vio, aunque no supo si era por sus palabras o por algo más.

El príncipe regresaba con una carta en las manos y mirando al suelo. Había sido en definitiva una mala noticia.

—Mi padre está enfermo, debo ir a verlo, le pido que me perdone...

—Podemos encargarnos hasta tu regreso. —Le dedicó una mirada cálida, mas ninguna sonrisa que le diera seguridad—. Podrás irte, pero sin Excalibur.

Merlín dudó al principio, luego entendió que no tenía alternativa, y menos la autoridad para contradecirla.

—Como ordene.

—Los deseos se cumplen —Peter le volvió a susurrar, pero esta vez no hubo media sonrisa, ni mueca alguna.

—Te doy el privilegio de hablarme como los antiguos hacían con sus aliados —habló con expresión seria al príncipe.

Ingobernables: Nunca Jamás  ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora