CAPÍTULO TREINTA Y TRES

85 11 24
                                    


𝐔𝐍 𝐇𝐀𝐃𝐀 𝐌𝐀𝐃𝐑𝐈𝐍𝐀 𝐏𝐀𝐑𝐀 𝐂𝐄𝐍𝐈𝐂𝐈𝐄𝐍𝐓𝐀


Con un suave empujón, Peter abrió el ventanal de vidrio luego de haber usado uno de sus trucos con las cerraduras. El hada y la Reina lo siguieron al interior de la sala de la inmensa casa. El tal Adriano era sin duda rico.

El frío era demasiado, los tres tenían las puntas de sus narices heladas al igual que las manos que trataban de esconder debajo de las capas.

—Recuerdo la vez que estuvimos aquí —murmuró el rubio, aferrándose a la capa que no hacía efecto esa noche—. Hace mucho frío.

—Yo he venido unas pocas veces.

Eylira trataba de entrar en calor abrazándose a sí misma y distrayéndose con la decoración de la sala de descanso en la que se encontraban.

Sage, en cambio, no se molestó en intentar enfrentar el frío. Sacó un par de planos para observarlos o intentar hacerlo con la tenue luz del lugar.

—¿Y tú, May? ¿Has venido alguna vez? —preguntó Pan, recibiendo una mirada incrédula del hada, pues a esta le resultaba una pregunta sin sentido.

Lo cierto era que Peter quería que la Reina le contestara, aún si le reprochaba algo, o si su pregunta había sido tonta. Solo quería una respuesta, puesto que ella no le había dirigido ni una sola palabra en todo el viaje hacia Austeria.

—¿Te hace frío?

Intentó otra vez, sin embargo, no obtuvo respuesta. Sage seguía los pasillos en el dibujo con el dedo para saber a dónde ir. Ante esto, él bufó con una clara molestia.

—May, háblame.

Lo hizo esperar hasta guardar los planos en su bolsa de cuero solo para soltar un seco «no».

—¡Ja! Me acabas de hablar.

Ella puso los ojos en blanco y caminó con pasos rápidos hacia el pasillo oscuro y vacío que era tan largo que parecía infinito. Y por supuesto, Pan no se quedó atrás.

—¡May! Te prometo que no lo volveré a hacer...

Se sorprendió cuando en un rápido movimiento fue acorralado contra la pared mientras un par de ojos ámbar le advertían que permaneciera quieto.

—Júralo.

Estaba tan cerca que Peter hasta pudo sentir su perfume, aquel que lo embriagaba desde la primera vez que pudo pasear por sus fosas nasales.

—Lo juro, lo juro. —Esperó alguna palabra, pero ella parecía haber notado algo diferente en el ambiente, incluso Eylira que apareció a su lado de repente. Él no entendía bien qué pasaba, pues los ojos de Sage, que habían vuelto a ser esmeraldas, lo distraían—. ¿Ya me hablas?

—Cállate —masculló.

—Pero...

Tuvo que callar debido a que Sage le había tapado la boca con la mano, de otra forma era imposible hacer que dejara de hablar.

—Viene alguien.

Se metieron en la habitación más cercana, encontrándose con el comedor. Decidieron esconderse debajo de la mesa larga.

Los pasos se oyeron en un momento tan cerca, y luego se fueron alejando. La Reina les hizo una señal de que ya regresaba, que la esperaran escondidos. El hada y el dueño de Nunca Jamás asintieron.

Ingobernables: Nunca Jamás  ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora