CAPÍTULO DIECISÉIS (parte 2)

159 17 33
                                    


𝐋𝐎𝐒 𝐇𝐎𝐍𝐄𝐒𝐓𝐎𝐒 𝐃𝐄 𝐏𝐀𝐋𝐀𝐁𝐑𝐀


Tantos pasillos y escaleras habían logrado marear a Peter Pan quien creía poder memorizarlas. Un detalle extraño era que en ningún momento había visto una puerta y siempre estaban las mismas decoraciones, lo que significaba que era un pasillo sin sentido, al menos para él.

—Esto es un laberinto —se dijo a sí mismo con voz baja.

—Si no lo fuera, cualquiera podría llegar hasta mí y no quiero eso.

—¿Te gusta estar aislada? —Arrugó la nariz al imaginarse encerrado en una habitación a las alturas, sin posibilidad de escapar.

—¿Y todavía preguntas?

Peter iba a defenderse, pero notó cómo al girar una esquina el pasillo había cambiado, era mucho más ancho, ya habían puertas, otros cuadros, otras flores.

Regresó a la esquina para ver el otro pasillo y compararlo con el nuevo. La diferencia se notaba pese a que ambos eran lujosos.

—No te alejes porque en serio te vas a perder —advirtió, lo esperaba frente a una de las puertas—. El pasillo es una ilusión.

—¡¿Y cómo es que caminamos por una hora?! —exclamó boquiabierto.

Él había visto magia (la poseía, aunque en pequeñas cantidades), había experimentado cosas que resultarían asombrosas para cualquier ser humano, pero había tanto que no conocía, pues solo había estado en Nunca Jamás y la Nulla Magica Terra, y en esta última ni en la magia creían.

—Entra de una vez. —Empujó las puertas para abrirlas de par en par. Peter se apresuró a ir tras ella, pues no quería perderse, y además, quería conocer el reino—. Cierra las puertas.

Él ya estaba casi en el centro de la enorme oficina, pero tuvo que regresar para cerrar las puertas. Las empujó con su espalda hasta que escuchó el "clack", dejó la bolsa a un lado y comenzó a explorar.

En un extremo había un mueble que alcanzaba el techo, era una estantería repleta de libros y algún que otro objeto, y en medio un par de puertas de madera.

En el otro extremo había un escritorio y una silla que parecía más bien un sillón de terciopelo rojo. Sin embargo, para sentarse allí había que subir un par de escalones.

En frente tenía un ventanal con un balcón para poder apreciar el paisaje, era tan espacioso que hasta cabían sillones.

Todo era demasiado. Todo era grande. Y por eso era el Gran Palacio; por eso el Gran Reino; y por eso la Gran Reina.

—Ya vienen a revisarte. —Su voz lo sacó de su mente.

Él asintió y continuó con su exploración. Se sentía mejor que antes, pero no bien del todo. Aún así, nada lo detendría de curiosear por ahí.

Su estómago gruñó.

—¿Tienes algo para comer? —preguntó con la mano en la barriga. Sage lo miraba desde su escritorio sin decir nada—. Estoy mal pero tengo hambre, ¿qué tiene?

—¿Qué quieres? —le preguntó luego de un suspiro, le había dicho que desayunarían pero no pensaba que realmente iba a comer con el estómago revuelto.

—¿Puedo pedir lo que sea? —Sonrió como niño travieso.

«¿Cómo es que el primer viaje por un portal no le afecta tanto? O es un comelón o tiene algo especial.»

Ingobernables: Nunca Jamás  ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora