CAPÍTULO VEINTE

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𝐃𝐄 𝐋𝐀 𝐑𝐄𝐀𝐋𝐄𝐙𝐀


Los ojos de Peter comenzaron a abrirse poco a poco y lo primero que vio fue un bajo techo de madera. Entonces recordó lo que había pasado, la flecha que lo había herido y como lo había ocultado con la capa porque creía que Sage la estaba pasando peor, recordó el otoño conociendo el invierno y como se había sentido el calor del cuerpo de la Reina cuando lo sostuvo...

Cuando estuvo bien despierto escuchó a dos mujeres hablar y entre ambas voces reconoció la de Maylea. Ella estaba en una esquina de la habitación hablando con una mujer anciana.

Peter observó con detalle el lugar, era pequeño, la cama en la que él estaba ocupaba gran parte, habían dos sillas y una mesa en donde estaban Sage y la mujer, un par de mantas apiladas al costado de la cama y junto a estas había una caja con alguna que otra verdura y unas cuantas frutas. No había ventanas, lo que le daba una sensación de asfixia, pero recordaba el frío que hacía afuera y se le pasaba.

—Qué bien que estás despierto.

Sage interrumpió sus pensamientos.

Verla ponerse de pie y acercarse a él lo hizo sentir extrañado... y aliviado.

—¿Dónde estamos? —Intentó sentarse y al notar que no le dolía tanto la herida se sorprendió.

—Tienes suerte de que aún pueda sanar heridas —le susurró acercándose a su rostro, el lugar era tan pequeño que creía que la mujer anciana igual la había escuchado—. Solo te va a quedar la cicatriz.

Quiso agradecerle, pero en lugar de eso fingió no haber escuchado y volvió a preguntar:

—¿Dónde estamos?

—En Eslevradena —respondió y se giró para regresar con la anciana, no pareció importarle su mala educación.

Si alguien te salva la vida tienes que, al menos, decir gracias.

—¿Parten ya? —La voz rasposa de la mujer llegó hasta los oídos de Peter pese a que la pregunta no era para él.

—Mi compañero está mejor, debemos seguir con nuestro viaje.

Por un momento pensó en tomar las cosas e irse de una vez con Peter, pero solo mirar los labios morados de la mujer y la condición del lugar le bastaba para saber que no podía irse sin dejarle algo. Llevó sus manos a su cuello y tocó la cadena dorada que tenía puesta.

Quizá si hacía una buena acción la próxima vez dolería menos.

Se quitó la cadena que adornaba su cuello y la dejó en la mesa frente a la anciana.

—No hace falta...

Y con la mirada atenta de Pan puesta en ella, desprendió la capa y lentamente se la quitó.

—Bloquea el frío, puedes usarla de manta en las noches heladas, es grande. —La dobló y se la entregó con un intento de sonrisa.

«Espero que esto baste para que no duela tanto cuando intente matar a alguien», pensó la Reina mientras la mujer la miraba agradecida.

—Se está haciendo de noche —habló Peter aún confundido con la actitud de Sage.

—¿Esta bestia de la que hablaba sale solo en luna llena? —Tomó la bolsa negra antes de que su compañero tuviera tiempo de hacerlo.

—El lobo aparece todas las noches, pero no va a hacerles daño, se los aseguro.

Hablaba tan segura que ambos la miraron con sospecha.

Ingobernables: Nunca Jamás  ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora