CAPÍTULO VEINTICINCO (parte 1)

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𝐄𝐋 𝐃𝐔𝐄𝐍𝐃𝐄 𝐐𝐔𝐄 𝐋𝐋𝐎𝐑𝐀


Peter escuchaba su nombre una y otra vez. Al principio no reconoció la voz, pero cuanto más se alejaba de aquel sueño extraño, más conocida se le hacía.

—Peter, despierta.

«Maylea», pensó.

Su mente le trajo los momentos que había pasado con ella, y entonces se despertó de golpe, encontrando su rostro muy cerca del suyo. 

Su cabello estaba suelto y unos mechones caían en el rostro, se había cambiado de ropa también, ahora llevaba uno de sus trajes que resaltaban su figura y además un saco de su color favorito. La Reina ladeó la cabeza y alzó una ceja, pues él la miraba sin decir nada.

«No bajes la mirada, no bajes la mirada», se repetía cada vez que sus ojos amenazaban con bajar hasta su nariz y un poco más...

—¿Qué quieres?

Fue lo único que pudo decir.

—¿Qué quieres tú?

Ella parecía entender menos que él.

—Yo, dormir. —Giró el rostro para ver a los otros dos chicos que aún dormían, los envidiaba, el sol apenas estaba saliendo. Aprovechó que no la tenía tan cerca para tragar grueso—. ¿Por qué me despiertas?

—Creía que querías saber el plan. —Arrugó las cejas y se alejó de su rostro apenas él lo giró al escuchar sus palabras—. Tú me has llamado.

—Claro que no...

Su voz sonó como un murmullo apenas audible. Intentaba convencerse a sí mismo de que no era cierto lo que la Reina decía, Peter no recordaba haberla llamado. Sin embargo, el sueño que había tenido le hacía dudar.

—Claro que sí.

Se la escuchaba muy segura.

—No —dijo, dispuesto a contradecirla.

—Si, lo has hecho.

—¿Y por qué ellos no se han despertado?

—Porque no ha sido en voz alta. —Al ver que no entendía, puso los ojos en blanco y se inclinó un poco hacia él—. ¿Recuerdas lo que había dicho en Agrabah, antes de...?

—Estoy seguro de que no hablo dormido. —La miró con indignación al entender lo que insinuaba—. Y no he soñado contigo.

Sage se puso de pie casi de inmediato y manteniendo una expresión seria habló:

—No me interrumpas y acepta de una vez que hablas dormido. La magia no se equivoca.

Pan también se puso de pie. Había dejado toda intención y deseo de dormir un poco más para hacerle la contra a la Reina quien le aseguraba que había estado diciendo su nombre mientras dormía.

—No hablo dormido —dijo, cruzando los brazos y observándola con una mirada altanera.

Sage odiaba ser contradecida, que le interrumpieran y que le gritaran. Y Peter Pan estaba haciendo todo eso. Ahora él sabía que ella no podía hacerle daño, y no pensaba desaprovecharlo.

—Si.

—¡Que no!

—¡Que si!

Los susurros se convirtieron en gritos y estos terminaron por despertar a los otros dos chicos y a más de un animal que descansaba en la zona.

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