CAPÍTULO QUINCE

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𝐋𝐀 𝐂𝐔𝐄𝐍𝐓𝐀𝐂𝐔𝐄𝐍𝐓𝐎𝐒


Un par de chalecos cafés volaron al rostro de Harry, él ni siquiera los quitó, solo esperaba a que cayeran al suelo como lo demás que Peter había estado lanzando.

—¿Es necesaria tanta ropa? —preguntó cuando pudo verlo aún eligiendo entre un chaleco con botones de plata y otro con un prendedor dorado, por supuesto que habían pertenecido a piratas—. ¿Y por qué tantos de esos? —Miraba a los tres chalecos en el suelo y a los otros dos entre los que Peter trataba de decidir cuál llevar.

Ya sabía que llevaría ambos, pero le gustaba fingir no saber cuál le gustaba más.

—Sabes que me encantan los chalecos y más cuando combinan con este. —Le mostró el cinturón que tenía puesto, uno de cuero café con algo escrito en él. No sabía leer, pero Harry le había dicho una vez que estaba escrito en el idioma que hablaban en su mundo y decía: sin remordimiento.

—Maylea puede darte ropa, no necesitas llevar todo eso. —Cruzó sus brazos y observó ambas opciones que tenía su amigo. Movió la cabeza señalando el de la izquierda, ni siquiera lo había pensado demasiado, sabía que elegiría ambos.

—No puedo decidir, me gustan los dos. —Revoleó los dos chalecos a los pies de Harry, quien los vio caer en frente suyo—. No pienso usar lo que ella me de, ¿me imaginas vestido como un príncipe? —Arrugó la nariz al imaginarlo y sacudió la cabeza.

—No es tan malo.

—Imagínalo —pidió insistente.

Su amigo se detuvo a imaginarlo por un momento con una camisa blanca suelta, pantalones hasta la cintura, botas largas y con su cabello dorado peinado...

—Ridículo —admitió con apenas una sonrisa.

—Ya ves —dijo y continuó viendo un par de cosas más.

Mientras tanto Harry recogía lo que estaba en el suelo para acomodarlo en la bolsa que Peter iba a llevar.

—¡Pan! ¡Mira lo que...! —Michael abrió la cortina y se encontró con su líder preparando sus cosas y su compañero ayudándolo, entonces pensó lo obvio—. ¿A dónde vas? ¿Ya es hora de ir por la Wendy Darling?

Era extraño para él aún nombrar a su hermana sabiendo que no se trataba de ella. Sin embargo, no le afectaba como antes lo hacía, pues poco recordaba de ella. Había olvidado casi todos los cuentos que le contaba, su voz cuando cantaba junto a su madre y ésta tocaba el piano cada noche de domingo... Pero sí recordaba sus ojos azules con los que lo miraba cada vez que hacía alguna travesura y le advertían que estaba haciendo algo malo, o cuando se achicaban cada vez que reía. Nada más que eso.

Era la consecuencia de ser un Niño Perdido.
Mientras su hermano John mantenía presente la memoria de sus padres y hermana, Mike ya casi no recordaba. Las primeras noches solía llorar, pero pronto lo aceptó y comenzó a vivir la vida libre y mágica de un niño.

Peter asintió sin mirarlo. Se quitó la camiseta e intentó elegir entre una camisa café y otra azul marino. No le gustaban mucho las camisas, por eso tenía unas pocas, pero debía prepararse bien para el viaje.

—¿Eso significa que Ed y yo estamos a cargo? —preguntó con una enorme sonrisa y con una mirada llena de ilusión. Peter les había prometido el siglo pasado que estarían a cargo del campamento.

Harry miró a su amigo esperando su respuesta. Él creía que Mike no lo iba a recordar, sin embargo, este contaba los días desde aquella vez.

—Eh... sí. —Relamió sus labios un par de veces mientras buscaba algo más para decir—. Ustedes están a cargo, pero deben seguir las órdenes de Campanita.

Ingobernables: Nunca Jamás  ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora