CAPÍTULO TREINTA Y DOS

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𝐄𝐋 𝐒𝐔𝐒𝐔𝐑𝐑𝐎 𝐃𝐄 𝐋𝐀 𝐂𝐀𝐒𝐂𝐀𝐃𝐀


Las puertas de la oficina de la reina majestuosa se abrieron para recibir al par de hadas que le llevaban el almuerzo cotidiano. Sin embargo, ella las detuvo antes de que pudieran ingresar.

—Llévenselo, no quiero.

Sin chistar, aunque guardándose la extrañeza, se reverenciaron y sin darle la espalda retrocedieron. Antes de que las puertas volvieran a cerrarse, Sage habló.

—Tráiganme una copa de agua… —Su voz se oía airada y con un atisbo de desesperación que junto a su semblante serio hicieron que las hadas compartieran miradas preocupadas—. Y a la bibliotecaria del reino.

Ella había notado sus expresiones, pero decidió ignorarlas. Cuando las puertas se cerraron comenzó a dar vueltas de una punta de la habitación a la otra.

—Él ya vendrá, resiste.

Se decía en voz alta como si ello la ayudaría a obedecerse a sí misma.




Se decía en voz alta como si ello la ayudaría a obedecerse a sí misma

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—¡Déjala caer! —le gritaban los Niños Perdidos a Peter Pan quien sostenía una sola de las manos de Wendy.

—¡No! ¡No me sueltes! —le rogaba la rubia tratando de no mirar abajo en donde solo había agua.

—¿Qué debería hacer?

Él fingía estar tomando una decisión difícil. Las sirenas y los chicos le pedían que dejara caer a la chica, mientras esta suplicaba y repetía las mismas oraciones una y otra vez.

—¿Qué estás diciendo? —le preguntó con diversión.

—Estoy rezando para que te mueras.

Ante estas palabras, Peter alzó una ceja y luego de esbozar una sonrisa, la soltó.

—¡Lo siento, lo siento, de verdad!

Antes de tocar el agua y caer en manos de las sirenas, Pan la atrapó y la llevó de nuevo junto a él hacia lo alto. Los muchachos se reían a carcajadas.

—Entonces, ¿me muero o no?

Ella sacudió la cabeza haciéndolo sonreír victorioso. Al estar en sus brazos, Wendy lo observó con más atención.

—¿Te diviertes? —Aprovechó para usar su mirada encantadora.

—¿Qué es eso? —cuestionó ella, ignorando su pregunta y sacando el portal que se escondía entre la ropa de Peter—. Es bonito.

Wendy estaba feliz de tocar un diamante fresco y tan delicado como ese, pues el portal ya era un diamante completamente, no había rastro de carbonilla.

—Lo es, y no lo toques —le advirtió, borrando su sonrisa al instante.

Ella lo maldijo mentalmente luego de dejar el portal en donde estaba. Sabía que había cometido un error al tocar aquel precioso collar, ya que Peter había esfumado toda diversión de su rostro y ya volaba hacia la playa.

Ingobernables: Nunca Jamás  ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora