CAPÍTULO VEINTIDÓS

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𝐄𝐗𝐂𝐀𝐋𝐈𝐁𝐔𝐑


La cabeza de Peter se llenaba de preguntas mientras el príncipe le confesaba a Sage su fanatismo por ella. Por un momento se detuvo a observarlo como si eso pudiera resolver alguna de sus dudas. Su cabello tan oscuro como el de la Reina le hacía pensar que ni aunque tuvieran una o mil cosas en común, él seguiría siendo inferior a ella. Sus expresiones elegantes y absurdamente encantadoras le frustraban de aburrimiento, o eso creía.

¿Qué tenía aquel muchacho que lo hacía tan importante? O mejor, ¿qué tenía él que Peter Pan no tenía?

Sintió un cosquilleo en el pecho, justo donde colgaba el portal que Sage le había obsequiado. Se preguntaba cuál sería la razón, y entonces encontró la solución a uno de los problemas, uno que acababa de surgir y que no tenía idea de por qué lo llamaba "problema".

—May —pronunció aquel nombre con lentitud, como si quisiera que el mundo supiera que él podía llamarla de una manera única.

—¿Quién eres tú? Debes ser alguien importante para...

—Si, soy Peter Pan. —Después de interrumpir al príncipe heredero de Camelot como si fuera alguien superior, continuó con lo que iba a preguntar—. ¿Por qué el portal...?

—Luego, Pan, luego. —Alcanzó a notar en su mirada algo de advertencia, justo antes de que esta se centrara en Merlín—. Tenemos que irnos y tú tienes que venir con nosotros.

Los ojos del muchacho, quien realmente era el más joven en la habitación, se iluminaron con entusiasmo, aunque igual de rápido, ese entusiasmo se apagó.

—No me malinterprete, Majestad, para mí sería un honor. —Hizo un corto silencio, aún sin el valor para mirarla a los ojos—. Pero debo saber: ¿qué le diré a mis padres?, ¿es tan necesario que nadie se entere que vamos en busca de la brújula?

Con eso, Sage pudo confirmar que el gran Merlín le había advertido al príncipe sobre su llegada con anticipación. Y ella había dedicado una parte de su plan a ese tema.

—No te preocupes por eso. —Movió la cabeza, señalando a Peter—. Ve con él y trae la espada de tu padre contigo, los espero afuera del castillo.

Ambos chicos se miraron con expresiones horrorizadas.

—¿Qué? ¿Usted a dónde va?

Pan esperaba una respuesta también. Sin embargo, al ver que ella permanecía en silencio como si intentara responder y eso le costara. Fue en ese momento que lo supo, Maylea tenía un plan, pero no podía responder porque tendría que mentir.

—¿Estás cuestionando a tu reina? —le reprochó al príncipe como si fuera hijo suyo y estuviera cometiendo una gran ofensa contra la Reina.

—No... no es eso lo que... —Buscó la mirada de Sage esperando que entendiese a lo que se refería, pero ella cruzó los brazos y le mostró una expresión sorprendida, siguiendo el juego de Pan—. Le ruego su perdón, no quería cuestionar su autoridad, haré lo que me pida.

Una mueca de desagrado se formó en el rostro del dueño de la isla donde la imaginación y la magia corría hasta por las raíces de los árboles. Pareció olvidarse de todo lo que poseía para molestarse por el exagerado comportamiento de un chiquillo que no tenía ni la mitad de su edad ni una pizca de su habilidad, y de eso último estaba convencido.

—Te concedo mi perdón —dijo, mostrando estar satisfecha con sus disculpas bien formuladas, quizá si pasaba tiempo con Peter podría enseñarle un poco sobre modales—. Ahora si no les molesta, ¿podrían moverse?

Ingobernables: Nunca Jamás  ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora