CAPÍTULO DIECISIETE

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𝐋𝐀 𝐂𝐔𝐋𝐓𝐔𝐑𝐀 𝐃𝐄 𝐔𝐍 𝐑𝐄𝐈𝐍𝐎 𝐎𝐋𝐕𝐈𝐃𝐀𝐃𝐎


La cultura de un reino no son los lugares bonitos ni la grandeza de los castillos, sino las costumbres del pueblo: los bailes, la comida, las vestimentas.

Pradinem tenía lugares bonitos, un gran castillo y magníficas costumbres. Si bien no estaban en la mejor de las épocas, Peter podía escuchar música y carcajadas desde lo lejos, y eso que apenas se veía un grupo de casas, cada una de distinta fachada.

—¿Eso de allá es...?

—La aldea dorada, villa o ciudad, pero dorada.

Sage lo cargaba como si pesara lo mismo que una pluma.

Estaban cada vez más cerca y se podía ver en la entrada de la ciudad un agrupamiento de gente que los veía llegar.

—¡Que viva la Reina!

—¡Viva!

Repetían cuando ella más se acercaba. Y al comenzar a descender, gritos y festejos se oyeron en toda la ciudad.

«No he venido para esto», pensaba sin mostrar expresión que la delatase «pero ¿qué puedo hacer? Este niño es muy convincente»

Las personas se abrían paso cuando la Reina caminaba. Peter iba casi detrás de ella, saludando a la gente. Los niños intentaban tocar su mano y las muchachas le tiraban pañuelos.

El trato que recibía lo hacía sentir especial.

—Mira, May, me am...

La atención que él recibía no era nada en comparación a la que le daban a Sage. La gente se volvía loca cuando ella pasaba, arrojaban flores y gritaban su nombre, o mejor dicho su título. Sin embargo, ella saludaba sin mostrar una sonrisa tan grande como la de Peter, o la de cualquier presente.

Ella, que recibía todo el amor del pueblo, no sonreía ni un poco.

Aunque esto no molestaba a la gente, para ellos era normal, en absoluto. Que ella sonriera sería algo preocupante.

Incluso más preocupante que estar frente al Monte Clincroft, aquel que daba paso al Exilio y no había lugar más terrible en Pradinem que ese.

Aquella generación que residía en Pradinem no había visto jamás la sonrisa de la Gran Reina.

—Peter, ven aquí —dijo, él la miró con duda—. Ven, hay que presentarte al pueblo.

Eso no lo había planeado, pero él la había presentado ante los Niños Perdidos. Y además, había un asunto del que debía ocuparse.

Pan se acercó hasta ella.

—No les vamos a decir nada de la búsqueda de ya sabes qué, ¿cierto? —susurró.

—No.

—¿Y si alguien sospecha?

—No hay manera de comunicarse con otro reino, estamos en la nada —dijo en un murmullo mientras caminaba despacio, el rostro del chico de Nunca Jamás le exigió explicar más—. No hay nada que nos conecte a otro reino, ni tierra, ni mar, ni cielo.

«Y por eso no había océano»

—Fantástico.

No fingía su entusiasmo, su isla no se conectaba a otro reino ni por mar ni por tierra, pero sí por cielo.

—Querido pueblo —habló con voz imperiosa—. Tenemos un invitado, luego de tanto tiempo, recibimos a alguien en este reino. —Señaló a Peter y él le sonreía a todos—. Este es Peter Pan.

Ingobernables: Nunca Jamás  ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora