𝐄𝐋 𝐂𝐄𝐓𝐑𝐎 𝐃𝐄 𝐋𝐀 𝐑𝐄𝐀𝐋𝐄𝐙𝐀
Sentada en el trono del rey, sintiéndose tan poderosa sin tener poder alguno, estaba la reina Etta, que siendo la Reina Madre de Camelot, se creía el rey. Cada vez que algo bueno ocurría se pasaba el día sentada en aquel trono en lugar del suyo que era más pequeño, y a su hijo no le importaba.
Esa mañana había recibido la grandiosa noticia de que la Rosa de Los Vientos había sido destruida ni más ni menos que por la propia Sage.
A pesar de haber tenido una maravillosa y tranquila mañana, Etta no contaba con que alguien la observaba con rencor desde una esquina de su salón, esperando que su ejército terminara de tomar la ciudad mientras sostenía el campo que bloqueaba los sonidos del exterior.
Alguien que controlaba las veces que pasaba sus dedos por su cabello castaño y oscuro, veía cómo acomodaba su vestido rojo asemejado a la ropa de su marido muerto, y sentía el impulso de salir de su escondite cada vez que tarareaba el himno de aquel reino olvidado con burla. Alguien que esperaba el momento perfecto con tantas ansias. Hasta que finalmente, ese momento llegó.
—Sentarte en el trono de un rey no está permitido, y menos siendo alguien... inferior.
Le habló una voz que se adueñó no solo de cada espacio del salón, sino de la serenidad que Etta presentaba en ese momento. Buscó a la dueña de la voz siguiendo el sonido de los tacones, y no fue hasta que la vio salir de detrás de una de las gruesas columnas principales, que confirmó sus sospechas.
—¿Quién eres? —cuestionó mostrándose relajada y a la vez desentendida de la situación.
—Sabes quién soy y no pienses que no he descubierto cómo has logrado lo que tienes ahora. —Caminó con su cotidiana elegancia hasta el centro del salón para que Etta pudiera ver con más detalle su figura con el objetivo de que no la olvidara jamás—. Lamento informarte que Cárfir ha sido ejecutado anoche.
—¿Disculpa? —Su tono de voz confuso era real, pues no había sido informada de la inesperada llegada ni de aquel desafortunado suceso.
—Planeabas una invasión a Pradinem —pronunció con rencor escondido detrás de una sonrisa pacífica—. Me pregunto, ¿cómo es que sigues viva después de tres siglos?
El semblante de la reina mortal cambió, su rostro ahora reflejaba satisfacción y orgullo.
—No eres la única con un hechicero como amigo.
—Ese hechicero en el que piensas y el que dices que es mi amigo son la misma persona. —Dio dos pasos más hacia adelante, pasos peligrosos para quien se sentaba en un trono que no le correspondía—. El mismo Merlín que hoy quitó el campo de protección de tu reino para que yo pudiese adueñarme de él.
Los ojos negros de Etta se clavaron en la reina de Pradinem y esta vez su boca no emitió ningún sonido.
—No te alteres, me quedaré con el reino de tu hijo hasta la noche. —Su voz comenzó a alzarse, el sentimiento insufrible de la traición aún seguía presente en ella—. Y no hay forma de detenerme porque no existe ejército como el mío.
—¡Guardias! ¡Detengan a esta mujer! —gritó con toda la rabia que acostumbraba a contener, sin embargo nadie entró a cumplir sus órdenes—. ¡Guardias!
—¿Acaso no me crees? Tu reino está a mis pies.
Etta se levantó del trono con el impulso de saltar sobre Sage sabiendo que esta no podría atacarla. Un muchacho rubio apareció y sin darle oportunidad de pensar en quién era, una flecha disparada de su arco le rozó la mejilla y se clavó en el trono. Esto la obligó a quedarse quieta, puesto que si la punta de la flecha había clavado el oro macizo, despedazaría sus frágiles huesos. No obstante, su orgullo era conocido por no ceder tan fácilmente.
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Ingobernables: Nunca Jamás ✓
FantasyTras la llegada de Los Exploradores a su Palacio con una importante noticia, Sage decide emprender un viaje por reinos mágicos en busca de objetos que le ayudarán a llegar a su Cetro perdido. Una profecía olvidada la lleva a emprender este viaje jun...