CAPÍTULO NUEVE

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𝐔𝐍 𝐍𝐔𝐄𝐕𝐎 𝐍𝐎𝐌𝐁𝐑𝐄 𝐏𝐀𝐑𝐀 𝐔𝐍𝐀 𝐍𝐔𝐄𝐕𝐀 𝐕𝐈𝐃𝐀


—¿Hay algún problema, chicos? —El gran líder se detuvo a observar al grupo que hablaba a sus espaldas.

—Para nada —respondieron todos al mismo tiempo.

—Seguro que no. —Fingió haber susurrado pero estaba más que claro que quería ser escuchado. Dicho esto siguió su camino al Campamento de Niños Perdidos.

La Reina sabía que la mayoría de los muchachos no la toleraban. Sin embargo, aquello le causaba gracia.

En poco tiempo de caminata lenta llegaron a la entrada del campamento. Un gran portón de madera pura se abría y en lo alto de los dos árboles que marcaban una entrada los observaban unos adolescentes, estaban bien escondidos entre las hojas, pero en esta ocasión no les preocupaba ser vistos. Querían saber quién era la majestuosa presencia que resaltaba entre el grupo de niños vestidos de verde y café. Por supuesto que una capa roja como la sangre era bastante llamativa, pero aún más lo era quien la llevaba puesta.

Entraron y los portones se cerraron. Los rostros de los muchachos exhaustos por caminar todo el día y sin comer se iluminaron cuando sus fosas nasales percibieron un delicioso aroma. Al ver un grupo de hadas reunidas alrededor de un caldero gigante supieron que su estómago sería recompensado por el ayuno.

—Uf, ¿qué están cocinando que huele tan delicioso? —Pan pudo casi saborear la comida, todo niño perdido lo sabía, sus narices conocían el aroma de su comida preferida—. ¿Acaso es...?

—Rocachiola —Sage completó, casi sintiéndose en casa. Le recordaba a su reino.

Cualquiera que hubiera presenciado la escena podría decir que Pan se había resistido de lanzar un gritito, y lo había hecho mentalmente de seguro. ¿Quién no habría de sonreír?... Pues la Reina.

«Le hace falta una sonrisa», pensó Campanita al contemplar el momento. Buscaba entre sus pensamientos algo, una idea que pudiera ayudar a su Reina quien se acercaba al grupo de hadas.

—¿Necesita algo, Majestad? —le preguntó en un tono servicial.

—¿Desde cuándo la están haciendo? —Se acercó al caldero para deleitarse con el rico olor similar a lo que los humanos llamaban pasta.

—Como unas cuatro horas —le respondió un hada sin levantar la cabeza. Sage pidió el cucharón para poder ayudar. El hada dudó, no sabía si permitirle ayudarla o hacerlo ella misma. Miró a Campanita y ella asintió, recién entonces le entregó el utensilio a la Reina.

—Entonces debería estar lista enseguida —decía mientras mezclaba el agua de rocas lisas que las hadas ponían y luego sacaban.

Los niños se acercaban a ver cómo faltaba cada vez menos para probar aquella delicia para sus paladares, estaban tan ansiosos y hambrientos que la saliva se escapaba de sus bocas.

Sage los observaba contemplar la mezcla.

—¿Nunca han pensado de dónde proviene esto? —les preguntó dejando de mezclar para poder charlar con los muchachos. Un hada quiso tomar el cucharón y ayudarla—. Yo puedo hacerlo, no te molestes.

—Uhm, no —el grupo le respondió a coro.

Dejó el cucharón para quitarse la capa, Iris la tomó. Llevaba su traje de caza puesto, pantalones y una camisa, ambos de color negro, y un par de botas que hacían juego con su capa. No hacía falta mencionar que le quedaba de manera espectacular.

Ingobernables: Nunca Jamás  ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora