CAPÍTULO DIECINUEVE

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𝐍𝐎 𝐄𝐒𝐓𝐀𝐌𝐎𝐒 𝐏𝐄𝐑𝐃𝐈𝐃𝐎𝐒


Peter observaba a la Reina y a Darling, esperando una reacción por parte de alguna.

—¿Quién pregunta?

—Soy la... —Peter la miró con advertencia, Sage aclaró su garganta—. Soy Maylea.

—En las cartas de mi bisabuela no se mencionaba que tenías ayudante.

—No soy su... —Cruzó sus brazos sintiéndose ofendida. «Su ayudante, qué cosa más extraña»—. ¿Sabes qué? Llévatela tú y yo regreso a la casa.

Peter intentó acercarse a Wendy, pero esta tomó un par de patines.

—No te acerques, estos son pesados. —Pese a parecer amenazante, sus brazos temblaban—. Sabía que vendrías, te he estado esperando.

—Qué tierno.

Dio un paso y ella levantó un patín hacia atrás mostrando estar lista para arrojarlo.

—Aléjate, en serio.

Sage los observaba con impaciencia.

¿Por qué no solo la cargaba y ya?

¿O por qué no la dejaba inconsciente de una vez?

Bufó y se dió media vuelta.

—Yo me voy.

Tenía un plan maestro que crear.

—No, espérame. —Maldijo por lo bajo antes de tomar los patines de las manos de la rubia y lanzarlos lejos de ella—. Ya fue suficiente.

Antes de que pudiera decir algo, la cargó en sus hombros.

—Bájame —exigió.

No le hizo caso.

—Te veo en la casa, no tardes —dijo la Reina casi en un murmullo antes de volar lejos.

—¿Son esposos o algo así?

—¿Qué? ¡No!

¿Esposos? ¿Juntos en un mismo lugar para toda la vida?

De solo pensarlo Peter se frustraba.

Uno moriría si eso pasaba y lo más probable era que ese fuera él.

Cuando saltó por la ventana, a Wendy se le escapó un no tan desapercibido grito. Así que Peter tuvo que apresurarse en llegar a la estrella. En aquel mundo tan extraño y carente de magia, no sería algo usual ver a dos adolescentes cruzar el cielo.





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