CAPÍTULO VEINTIUNO

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𝐌𝐄𝐑𝐋𝐈́𝐍


Cuando el guardia cerró la portezuela del carruaje y este comenzó a moverse de nuevo, Sage le propinó a Peter un golpe en la pierna.

—¡Hey! —Trató de evitar un segundo golpe—. No es divertido.

Pese a la mirada asesina de la Reina, seguía comiendo la manzana como si no temiera a nada en el mundo. Tenía suerte de que solo había recibido un golpe en la pierna de parte de ella, él podría fácilmente haber terminado enterrado a las afueras de Camelot.

—Eres un tonto. —Se acercó y le quitó la fruta de las manos sin darle tiempo de reaccionar, ella quería atención y la manzana estaba impidiendo que se la diera—. ¿Qué parte de "nadie tiene que saber" no has entendido?

—Tú eres la que quería que me encargara de esto. —Intentó tomar la fruta de sus manos, pero la Reina la escondió detrás de su espalda—. Además, entiende de una vez, tu reino ha sido olvidado.

Aquella había sido una gran ofensa para la gobernante de Pradinem, y aunque ella sabía que era verdad, no lo aceptaría frente a él cuando estaba tan cerca de conseguir su Cetro y con él toda su gloria.

—Tú no tienes derecho a...

El carruaje se movió de manera brusca, lo que hizo que Sage se tambaleara y cayera en el regazo de Peter. Su cabeza chocó contra su pecho y pudo sentir su corazón joven y travieso latir con fuerza.

No quería levantar la mirada, en realidad no quería verlo a los ojos. Sintió sus mejillas calentarse y eso le aterró. Jamás le había pasado. Jamás, en sus dos milenios de vida, había experimentado nada de lo que le estaba pasando en ese viaje.

Estaba tan perdida en sus pensamientos, evitando mirar hacia arriba que no se había percatado de los largos segundos que habían pasado, hasta que de pronto sintió una mano pasar por su espalda con suma lentitud... y entonces, la manzana fue arrebatada de sus manos.

Recién en ese momento decidió que había sido suficiente rubor (y vergüenza) para el momento, así que se levantó y se sentó en el que era su lugar, frente a Peter, no encima.

—¿Qué decías? —preguntó sonriente justo antes de darle un gran mordisco a la mitad de la fruta que le quedaba.

Ella tomó la corona de su cabeza y la dejó a un lado. Lanzó un suspiro lleno de frustración y se ocultó el rostro con las manos, apoyando los codos en sus piernas.

Necesitaba pensar, en los pocos libros que había leído en la Nulla Magica Terra las personas solían ser dejadas en paz cuando se sentían mal. Quizá también funcionaría con Pan, él era humano. Quizá si la viera así la dejaría pensar un rato.

En aquella acción y en esos pensamientos encontró algo curioso: ella jamás había necesitado fingir para poder estar tranquila, siempre había estado sola y a la soledad la acompaña el silencio, la tranquilidad y la paz... aunque de esta última no tuviera mucho ya que nada estaba bien si el Cetro no estaba en su lugar. Pero para ese problema ya lo tenía todo calculado, excepto los impulsos de su compañero.

—¿May? —Sintió sus manos en su cabello—. ¿Estás llorando?

Elevó el rostro para encontrar al Protector de Nunca Jamás de rodillas frente a ella, con una mirada confundida, su típica ceja alzada y sus ojos jade observándola.

—No esperes lágrimas, no puedo llorar.

Y ese era sin duda otro problema que interfería en el camino hacia la Rosa de los Viento.

Ingobernables: Nunca Jamás  ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora