CAPÍTULO TRES

312 44 78
                                    


𝐋𝐀 𝐕𝐈𝐒𝐈𝐓𝐀


Nunca Jamás era una tierra interesante y muy mágica. Unas pocas hadas viejas cuidaban del árbol del polvillo que estaba en el centro de la isla. Sirenas había de sobra, las había de todos los tamaños y aspectos. Los indios tenían un amplio territorio (cortesía de Campanita) al norte de la isla en donde tenían su campamento. Su líder era Morgan, hijo de Lily, o como en la isla solían llamarla, Tigrilla. Las costas surestes eran territorio pirata, aunque en realidad era el territorio al que Peter Pan y los niños perdidos llamaban "el arenero" dónde frecuentaban mucho para sus juegos, en especial molestar a los piratas (su favorito) ya que estos no podían pisar otra parte de la isla sin ser sorprendidos por las sirenas o los indios. Así le gustaba jugar a Pan.

Era una mañana tranquila en Nunca Jamás, excepto para el líder de los Niños Perdidos

El cálido sol comenzaba a pasar por los espacios vacíos entre los troncos de las cabañas. Por fortuna esto no despertó a nadie que no estuviera despierto. En la cabaña principal, la que estaba primero en la fila de cabañas construidas en los árboles más altos, Peter Pan con los ojos bien abiertos de sentó en la cama y comenzó a ponerse sus botas cafés. No había podido conciliar el sueño en toda la noche. 

Dió un largo suspiro mientras estiraba sus brazos y piernas. Y como si eso le hubiese hecho recobrar todas sus fuerzas (y horas de sueño) se levantó. Corrió la cortina hecha de pieles y salió de su cabaña para apreciar la hermosa vista de todos los días. Apoyó sus brazos en el barandal del puente hecho de tablas y lianas fuertes. Los pensamientos que le impidieron dormir invadieron su cabeza de nuevo. Faltaba poco para el momento más esperado de cada siglo (o debería decir menos esperado y más odiado). Tenía que lograrlo, como siempre. Pero existía algo en esos tiempos que le hacía dudar de sí mismo.

—¡Cucú! ¡Despierten, holgazanes! —gritó mientras caminaba moviendo el puente de un lado a otro sin temor a caer, bueno, él podía volar.

Entró a la cabaña siguiente a la suya, la cabaña de los segundos. Vio a los cuatro chicos en los que más confiaba y consideraba sus más cercanos amigos, dormir como si el día no hubiera llegado y jamás llegaría. Soltó un resoplido.

—¡Arriba, arriba! ¡El sol les ha ganado!

Movió al rubio que dormía en la parte de abajo de la litera.

«¿En serio, Harry?», pensó y continuó moviéndolo con más fuerza, hasta que despertó con su típico rostro inexpresivo que bien escondía sus emociones.

Si Pan no había podido dormir se aseguraría de que nadie más lo hiciera porque nadie podía tener algo que él no pudo. Una sonrisa traviesa se formó en su rostro cuando miró al que dormía arriba. Le estiró de la pierna que colgaba.

—¡No, no, no! ¡Pan! —El más joven de los segundos despertó.

Antes de poder gritarle alguna otra cosa se estampó contra el suelo de madera. Pan soltó una carcajada sonora. Casi al instante y conociendo las consecuencias de no levantarse, los dos hermanos que dormían en la otra litera se levantaron de un brinco y comenzaron a ponerse sus botas largas y acomodar sus ropas casi idénticas. Ellos eran conocidos como los gemelos; se convirtieron en segundos porque su pasado y anhelo del futuro habían captado la atención del dueño de la isla, sin mencionar las circunstancias en las que se encontraban antes de llegar.

—¿No has podido conciliar el sueño otra vez, Pan? —el más serio (y en teoría mayor) de los hermanos preguntó.

—No. —Cruzó sus brazos y se dedicó a admirar el suelo—. Me he estado sintiendo algo ansioso, pero no puedo saber el motivo.

Ingobernables: Nunca Jamás  ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora