Albert

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Queridísima Candy,

En este momento me encuentro en un país africano llamado Kenia. ¿Entonces?, ¿te has quedado sin palabras? Te pido perdón por haberme marchado sin avisarte.
Cuando fuiste con Stair y los demás al zoológico, quería hablarte de ello, pero al verlos tan felices, no pude hacerlo. Sabía que te habría hecho entristecer.

Al parecer, ni siquiera tengo el talento para trabajar en un zoológico. No podía soportar ver todos los días a esos animales en jaulas y siempre tenía un gran deseo de liberarlos. Antes de caer realmente en la tentación, decidí marcharme con Poupe y sumergirme en la
naturaleza.

En este momento estoy ayudando en una clinica (para seres humanos). Hay personas que han venido de todo el mundo y entre ellas también hay una enfermera estadounidense de casi veinte años.

Se parece un poco a ti.

Querida Candy, entre nosotros nunca podrá haber un adiós. Sé que nos encontraremos otra vez. Hasta entonces, ¡me gustaría que siempre estés bien y que continues siendo tú misma!

Albert

P.D.
Lo olvidaba, no te preocupes por Hughley, la confié a los cuidados de un compañero de trabajo. Patty podrá ir a visitarla cuando quiera.

—Ya veo... Entonces aunque me escapara del instituto, no tendría a nadie a quien ir a visitar... —comentó Terry decepcionado, alzando la mirada al cielo luego de haber terminado de leer la carta. Durante el descanso para el almuerzo, los muchachos se habían encontrado en la Falsa Colina de Pony.

—África está muy lejos... Por la forma en que él habla, casi pareciera que se encuentra a la vuelta de la esquina, pero no es así... —suspiró Candy. —Ciertamente eso es propio de él... puede marcharse libremente a cualquier parte que quiera...

—Tienes razón, al señor Albert le sienta bien esa libertad... Supongo que estará mucho más feliz de poder pasar el tiempo entre los animales que viven en la naturaleza. Estaba preocupada por él... no podría pensar en otra cosa. Porque yo... — En ese momento, se dio cuenta con claridad de cuan fuerte era lo que sentía.
Este sentimiento... no lo puedo combatir. No importa lo que diga o haga la gente... Enamorarse de alguien. Candy siempre había estado convencida de que solo existía un modo de hacerlo, pero por primera vez se dio cuenta que, similar a un prisma iluminado por la luz, aquella emoción era capaz de producir una gama de diferentes colores según la persona que se tenía enfrente. Lo que había sentido por Anthony, teñido de un hermosísimo y delicado matiz, ni siquiera en aquel momento había perdido su intensidad. Sin embargo, ahora, el
color vivo emitido por Albert le quitaba la respiración. —En verdad espero que no esté tan lejos... —El deseo de verlo era incontenible. Seguramente él también estaba preocupado
por ella.
Candy se metió debajo de las frazadas y se aseguró de que la cuerda hecha con sábanas todavía estuviera en su lugar. No le quedaba más que aguardar el monitoreo de la monja después de que las luces se apagaran. Cómo habría querido que el tiempo corriera más rápido...
Bajo la sombra del árbol y la compañía de Terry, Candy terminó su comida, mostrando una expresión digna de elogio. Luego, cuando regresó a su habitación se metió en la cama, finalmente se quedó sola. La joven estaba decidida a seguir a Albert. Si la descubrieran, esta vez no se quedaría con un día de castigo en su habitación; así que debía prepararse con cuidado y no debía cometer ningún error. Cuando la ronda de inspección hubo finalizado, después de que apagaron las luces Candy, colocó una almohada debajo de la frazada para simular su presencia. No sabía cuándo volveria a pasar la monja de la vigilancia, pero no podía resistir al deseo de ver a Albert. Le bastaría observarlo y saber que estaba bien. Después de salir al balcón, lanzó la cuerda de sábanas hacia un árbol, agarró su maleta de mano y saltó al vacío.

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