Hija 3

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Aquí, en África, he vivido las fiestas más extraordinarias que uno es capaz de imaginar. En cada celebración se da una extraña mezcla de animadas actividades que rompen todos los esquemas. Me entusiasma cuando juntan lo moderno con lo tradicional y ancestral, lo sencillo con lo complejo y lo espiritual con lo mundano. Todo es especial y distinto: su música, sus ritmos, los bailes, sus comidas y bebidas y la animación. Todo es vistosidad. No obstante, en aquella ocasión yo no estaba muy animada a asistir, en parte por Albert y porque pensé que podría convertirse en la típica reunión rollo de corresponsales y periodistas extranjeros engreídos y con mucha verborrea. Finalmente, me llevé una gran sorpresa, descubrí lo que aquí llaman una fire party o fiesta del fuego.
  Anochecía cuando llegamos a lo que se apreciaba que era una magnifica mansión en las afueras de Kenia. De primeras, nos topamos con un recinto acotado por un enorme vallado compacto de gran altura que evitaba la mirada curiosa de los transeúntes. Una vez dentro, descubrimos un gran jardín en perfecta conjunción con el entorno, reflejo de paz y tranquilidad. Era un jardín sobrio y moderno que evocaba pureza, suavidad y geometría. Un elemento que me pareció novedoso fue la parte de pavimento formado por una combinación de gravas de distintas texturas, de piedras y losas, que hacía resaltar las distintas alturas de las zonas de recreo. A medio camino, me llamaron la atención muchas cosas: un pequeño puente que salvaba un desnivel, el mobiliario de madera y la iluminación, que producía claroscuros y una atmósfera misteriosa. Salpicadas en aquel paisaje había hogueras con llamas de una altura extraordinaria que tan pronto aparecían como desaparecían. Hubo un momento en que aluciné cuando descubrí que, de repente, de las fogatas surgieron unas descomunales llamaradas y sombras. El efecto me provocó entre miedo y atracción al mismo tiempo. Nunca en la vida había visto nada tan estremecedor como aquello.
  Al final del trayecto, llegó una atractiva joven con una bandeja de cócteles que todos cogieron menos yo. Después avanzamos unos metros hasta juntarnos con el resto de invitados en el living exterior. Los asistentes estaban repartidos: unos, sentados en unas amplias butacas, otros, junto a la barra, y el resto, de pie formando grupos. Mikael, con su hermano pegado a ella, nos fue presentando a sus amigos.
  Y por fin llegó la hora de la comida. La cena en sí la resumiría diciendo que fue un magnífico ágape de innumerables platos de picoteo. En una gran barbacoa, tres cocineros se encargaron de preparar el menú y, sin parar, los camareros nos ofrecieron montones de bandejas con gran variedad de manjares culinarios a base de verduras, carnes y pescados que acabaron saciándonos. Hubo tanta comida que aquello parecía una boda.
  Finalmente, tras los postres aparecieron unos hombres vestidos con bombachos negros y el torso descubierto que se situaron en un lateral del recinto y empezaron a tocar música de fusión moderna con ritmos étnicos tribales. Me entusiasman los sonidos de los tambores con su gran intensidad cuando penetran en mis oídos y se mezclan con los latidos de mi corazón. Entonces todo me hace bum, bum, bum, bum al unísono y me dejo mecer y enloquezco en silencio.
  Las actuaciones se fueron sucediendo hasta que llegó un grupo de bailarinas enfundadas en minúsculos maillots negros que danzaban y hacían piruetas alrededor de dos jóvenes de cuerpo escultural vestidas con exiguos vestidos que realizaban prodigiosos juegos malabares con antorchas, girándolas, pasándoselas, lanzándolas e intercambiándoselas entre ellas. El espectáculo fue tan extraordinario que mis ojos se clavaron allí, en esa escena. Las brillantes estelas de fuego que se trazaban en la oscuridad de la noche movían mis pupilas. Por fin, rematando la exhibición, las mujeres comenzaron a escupir alternativamente inmensas llamaradas. Fue asombroso ver el fuego propagándose intensamente una y otra vez.
  Todo estaba relacionado con el fuego: el entorno, la función, el cálido ambiente, el alcohol que fluía quemando los cuerpos de todos y nuestro ardor, que fue en aumento.
  Tras la actuación, Mikael se separó de nosotros, que nos quedamos aparte sentados en un grupo de sofás. En ese momento apareció ella, Fire, Huŏ.
La gente la nombra así, indistintamente, de las dos maneras. Nada más verla supe quién era. Joven, guapísima, asiática y con rasgos dulces pero de mirada dura. Lucía un sexi vestido de color rojo intenso que provocaba que los hombres dirigieran la mirada a su cuerpo perfecto. Nos saludó con una lánguida sonrisa hasta que fijó la vista en Albert, a quien regaló una expresión jubilosa. Después nos fue observando en escasos segundos como si asimilara una información previa de cada uno de nosotros. He de reconocer que su actitud me inquietó.
  —¿Qué tal todo? —nos preguntó con dulzura.

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