«Debería haber nacido en otra época». Esta frase me ha acompañado durante toda mi vida. Algunos, los más benevolentes, dicen que soy demasiado inteligente para haber nacido en la America de 1898; otros, los que jamás quisieron conocerme, dicen que soy una bruja a la que debieron ahogar en la laguna de la ciudad de Kenia, como a una vulgar hereje. Me pregunto cuántos supuestos herejes se ahogaron siendo inocentes, y cuántas brujas fueron quemadas sin haber cometido más pecado que ir en contra de la sociedad y de los que ostentan el poder.
Recuerdo que mi confesor siempre decía que Dios planeaba nuestras vidas. Que todos teníamos un camino marcado, un destino al que llegar y una misión que cumplir. He vivido muchos años, demasiados quizás para tener 15, y sé que he cometido muchos errores, y creo haber aprendido la lección. Mis conocimientos han sido vastos y he conocido a mucha gente que ha formado parte de mi vida, de mis anhelos, e incluso de mis pesadillas. Pero ahora, al trayecto de mis días, sigo sin conocer cuál es mi misión en la vida.
Quisiera saber si la historia me recordará, o si los mismos que intentaron acallar mi voz en vida conseguirán sus deseos y me borrarán de las crónicas como si jamás hubiera existido. No sé si escribiendo mis memorias conseguiré que estas perduren, y con ellas, todo lo que la vida me ha enseñado, pero sé que hay mucha gente que no quiere que lleguen a ver la luz, por eso he de escribirlas y esconderlas en un lugar seguro. Sólo pido a Dios, después de mantenerme viva hasta ahora, que me dé días suficientes para poder terminar mi crónica, y que así, algún día, cuando el mundo esté preparado, cuando las mujeres podamos ser iguales a los hombres, alguien descubra mi diario para darse cuenta de que la lucha comenzó hace mucho, puede que demasiado.
Si el que ahora sostiene entre sus manos estas viejas notas es varón, espero posea entre sus cualidades la valentía de leer la vida de una dama, que quizás a sus ojos no lo sea tanto. Si sois doncella, sólo deseo transmitiros que jamás estuvisteis sola en vuestra lucha, y espero que seáis lo bastante coherente para preguntaros si la historia que ha llegado hasta vuestros días es del todo cierta.
Soy Candis. Fui la pequeña Candy, Candis White Ardlay.
He sido niña, amiga, marimacho, chica, hija, pero jamás he dejado de ser mujer.
Esta es mi historia.Cuando terminé de escribir la primera página del diario que el Tío abuelo William me había enviado al colegio San Pablo, caigo en cuenta que he cambiado rotundamente mi forma de vida, ahora mismo vivo con Albert, mi amigo, que extrañamente ahora se comporta como un padre celoso y demasiado protector.
Se acabaron mis escapadas.
Se acabaron mis excursiones.
Se acabaron mis días en que podía trepar árboles.
Se acabaron los animales.
Se acabaron las cuerdas y los saltos.
Se acabaron los amigos nuevos.
Me repite una y otra vez que ¡no puedo salir sola aquí!, que tengo que estar consiente de que soy una mujer soltera y llamativa. ¡Kenia está llena de rubias! Y hombres rubios también... ¡¡¡Que le pasa a Albert!!! Tiene el aspecto apesadumbrado de la hermana Grey y el duque de Grandchester multiplicado por 1000. Hasta he llegado a pensar que estoy tratando con el lado masculino de la tía Elroy ¡Santo cielo!
Con el tiempo aprendí que era un derecho de los varones que las mujeres pudiéramos ser usadas como moneda de cambio para conseguir alianzas, fortunas, títulos e incluso tierras.
¿Pero porque Albert quiere hacer eso conmigo? ¡No puede!. En el momento en que mi tío abuelo William se entere... Ay, no puedo. ¿Como le explico al Tío abuelo William que estoy en Kenia? Viviendo con un amigo mucho mayor que yo y que ya está negociando un matrimonio para mi con un Baron de quien sabe dónde...Como era natural, siendo yo mujer, desconocía totalmente qué significaba la política y el poder, pero mi insaciable curiosidad por aprender, gran defecto en una mujer de estos tiempos, me llevó a espiar en no pocas ocasiones las conversaciones que los hombres mantenían sobre el gobierno. Sabía que existía la Signoria, formada por la nobleza de la ciudad, así como la Quarantía, tres jueces con el cometido de juzgar y condenar a los criminales, y el Senado, compuesto de sesenta personas elegidas de entre las familias que formaban parte del Libro de Oro, entre las cuales se contaban los Ardlay. Si bien escuché en alguna ocasión nombrar al Consejo de los Diez, no supe hasta mucho tiempo después que el pueblo les consideraba una policía secreta... como no sabía tampoco que se les temía más que se les respetaba.
En una república tan cercana a Kenia, era imposible que la religión no interfiriera en nuestras vidas, sobre todo porque estas estaban regidas por los ritos africanos; ellas nos indicaban cuándo debíamos despertarnos, cuándo comenzar a trabajar y cuándo terminar.
Al ser mujer de casa rica, pocas veces me levantaba antes de las ocho de la mañana en verano. En cambio, Ruth, nuestra criada, se despertaba con los primeros rayos del sol, para que cuando la Marangona del campanile de la piazza diera el toque de laudes, Albert encontrara su escudilla de cereales y su vaso de vino preparados en la mesa.
Si las jornadas eran completamente monótonas, la mía, aunque más relajada, también lo era. Me levantaba con el toque de tercia, me aseaba con el agua de la jofaina de cerámica que Albert compró a un mercader de Faenza, en Ravenna, y que estaba decorada con suaves pinceladas azules que dibujaban flores jamás vistas por mis ojos; tan reales que podía incluso imaginar su profundo aroma.
Tras la primera comida del día, llegaba la hora de nuestro preceptor, el maestro Castriotto. Recuerdo aburrirme mucho en sus clases, ya que, aunque jamás osé decirlo en voz alta, yo no era mucho más inteligente que los varones en el colegio. Cuando el campanile daba las nueve, todos sabían que debían retirarse a sus hogares, aunque, como decía Albert, eran muchos los hombres que se quedaban rezongando por los numerosos mesones de la ciudad hasta su hora de cierre, tres horas más tarde.
Como buen ciudadano también Albert cerraba portones a las nueve. Cuando subía, la mesa estaba ya preparada, para que cuando tomara asiento pudiéramos comer la sopa.
Estar vigilada, a veces me enervaba. Si bien es cierto que sabía que era por mi seguridad, nunca creí que el diablo viniera a buscarme una noche bajo la mirada de Albert.
Gracias a un baile de disfraces...
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Èÿù
Fanfiction¿Que buscaba William Albert Ardlay en África? Y... ¿Que hubiera sucedido si Candy al recibir la carta de Albert, ella decide seguirlo? Advertencia: Si tienes miedo de la brujería. No sigas leyendo. En principio, podría parecer que la labor de Èÿù c...