Albert 2

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Esta misma tarde quedó instalada la electricidad de la casa en Kenia, con un interruptor colocado cerca de la mano de quien quiera que durmiese en la cama y, algo más tarde, Stephen trajo desde la habitación que tenía alquilada en la ciudad, en un carromato tirado por un burro, su propio catre, que colocó en la cabaña de al lado, recién barrida y preparada. Si la Cosa nos continuaba siguiendo y repetía su ataque aquella noche, no sólo tendría que enfrentarse a Brutus, sino también a Stephen.
  Stephen hizo una contribución a nuestro conocimiento antes incluso de trasladarse a mi patio. Fue el instrumento con el que Brutus había sido agredido en la mejilla. Lo encontró oculto en el hueco en el que la Cosa se había escondido, bajo la tabla suelta. Me lo trajo cubierto de sangre seca. Era una reproducción a pequeña escala y algo burda de un «assegai» o lanza africana.
En cierto modo, había progresado con mis investigaciones teóricas. Cuando algunos días después, después de que Brutus hubo recuperado el habla, mencionó la circunstancia del baile de la Cosa en el suelo de la cabaña al compás de las notas de un tambor, a la luz de Luna.
La última era la pequeña cabaña «africana». Aquello, de algún modo, parecía encajar con el «assegai». Ambos objetos se relacionaban naturalmente.
Era un acertijo, un puzzle. Cuanto más contrastaba y comparaba aquellas pistas, más imposible parecía la situación.
Filosofías aparte, sigo recordando que pasaron varios días sin que Isabel regresara y que tampoco hubo forma de localizarla, restos de una mujer fueron hallados por sus hermanos en un vano intento de hacerle pasar por ella. De nuevo, comprendí que seguramente estaría en apuros y, lo peor, que ninguno de nosotros podríamos ayudar. Lo más extraño fue que llegó "un novio de Isabel" y todo el mundo en la fundación me miró con extrañeza.
...Me quedo dormido pensando en eso.
La puerta se abre y Veo cómo un hombre de color remueve con una paleta una pasta espesa y negruzca. Parece que está lista, deja el recipiente sobre la mesa del fondo y quita una gran tela que oculta algo amontonado, dejando al descubierto un tétrico altar presidido por la sucia figura de lo que parece un santo. Me espanta esa mesa salpicada de estatuillas diabólicas rodeadas todas ellas de velas mugrientas de distintos tamaños y medio consumidas. Ahora comienza a encender cuidadosamente los cirios, asegurándose de que todos arden.
Escucho que respiro aceleradamente y noto una taquicardia. Necesito autocontrol. No puedo moverme.
Me tengo que convencer de que lo lograré.
No puedo dominar mi pánico mientras veo al bokor acercarse a mí con el cuenco.
—La cérémonie de purification commence. Satan vient! Votre serviteur vous supplie! Oh Satan! Donnez-moi vos forces! Cette femme pécheresse a besoin de purification. Purifiez sa tête! —grita mientras me unta el cuero cabelludo con el mejunje. —Purifiez ses yeux! —Ahora unta mis ojos, que se me han cerrado automáticamente por el efecto de mis reflejos—. Purifiez sa bouche! —grita manchando mis labios e intenta meterme el repugnante brebaje dentro de la boca—. Purifiez son cœur et son sang! —Pringa mi torso, mis brazos y piernas—. Utilisez votre feu! Prenez son âme!
Estoy embadurnado por esta especie de barro oscuro ennegrecido que tira de mi piel.
Me pregunto por qué habla en francés. Esto no tiene sentido, aunque, de momento, nada lo tiene.
Prende unas ramas y de ellas surge una pequeña hoguera. Aproxima la llama a mi brazo. El calor es intensísimo y los vellos se me encogen, se funden y desaparecen. Siento el fuego rozándome, recorriéndome de un lado a otro, de arriba abajo, y que vuelve a empezar. Se me está haciendo infinito este momento. Son segundos que se convierten en minutos y en una eternidad. Temo que pose de forma fija la antorcha en alguna parte de mi cuerpo y me consuma la piel, los músculos...,
— NO— abro los ojos, estoy agitado y con la camisa empapada de sudor solo en mi habitación, una vela ha caído en mi cama y se ha regado la cera caliente sobre mi brazo derecho.
Me levanto.
Una pesadilla...
¿Que diablos ha sido todo eso? Creo que mejor tomaré un baño...

Pero, tan pronto como entro en el baño, veo a Candy frente al espejo girada hacia un lado, con el brazo levantado y mirando el tacho de basura.
Se limpia la boca con agua.
  Se sorprende un instante para después mirar me a los ojos en el espejo y dejo caer los míos, saliendo del baño.
—¿Lo necesitas? —le oigo preguntar.
Me detengo y vuelvo la mirada, pero ahora solo quiero irme. Quitarme de su camino. Me la he pasado evitando encontrarme con ella desde que llegamos a casa.
Me froto los ojos.
—Solo te estoy dando privacidad —murmuro, y trato de escapar de nuevo —¿Por qué?
Dudo, cambiando mi peso de pie.
Porque...
—No me pediste que entrara. No quiero entrometerme.
Porque sé lo que es esto.

Me mira a través del espejo mientras abre el agua y llena un vaso.
Sin pensar, no puedo evitarlo, camino y presiono mi frente contra su cuello, cierro los ojos y le rodeo la cintura con los brazos.
Se queda quieta, me deja hacer.
No sé por qué lo hago, pero la sensación de ella, de su cuerpo cálido en mis brazos hace que un extraña sensación se hinche en mi pecho, me agacho más y apoyo mi mejilla contra su columna vertebral, escuchando su corazón latir.
Me siento tan bien al sentir esto. Tocarla. Hacer lo que necesito incluso si élla quisiera que me vaya.
Solo un minuto.
Finalmente suspiro y me alejo, pero agarra mis brazos alrededor de su estómago antes de que escape y me lleva de nuevo a mi lugar.
—Quédate.
Mi barbilla tiembla, mi corazón se acelera y las lágrimas llenan sus ojos.
Me agacho una vez más y apoyo la cabeza contra su espalda.
Me quiere cerca.
—Está bien.
Respiro profundamente y la libero lentamente. —Está bien.
Se queda en silencio, afortunadamente sin hacer ninguna pregunta sobre por qué casi estoy llorando mientras la abrazo. Solo sostiene mis brazos, aferrándose a mí de alguna manera.
—¿Estás pensando en ella?—dice —Está bien si lo estás.
—Nunca he hablado de ella —digo casi en un
susurro —, con nadie menos contigo.
Devuelvo mi mano a su cintura y aspiro el olor de su piel.
—¿Qué hacía que te gustaba?
Inhala profundamente y toma mi mano, llevándome a la ducha.
Prueba el agua y luego se da vuelta, viene detrás de mí y se quita la banda del cabello para poder atarlo más alto, en un moño en la coronilla.
Sonrío ante el gesto.
—¿cómo eres con una mujer que amas?
Siento sus dedos debajo del dobladillo de mi camisa y la detengo, dándome la vuelta y sacudiendo la cabeza.
Sosteniendo su mirada, muevo la cortina y me meto en la ducha, dejando que el agua me empape.
Mis ojos caen por su cuerpo mientras el agua gotea por mi estómago y mis muslos; la camisa blanca y me apoyo en la pared, veo como se baja los pantalones.
Cierra la cortina, la oscuridad y el calor llenan la ducha, y nuestros ojos siguen fijos en ambos.
Se presiona contra mí, pero mantengo mis manos a mi lado.
—¿Y qué hacías? —pregunta—
Su boca se cierne sobre la mía, respirando entre dientes mientras mueve su cuerpo.
—Cierra los ojos —jadeo sobre su empuje—. Hazle el amor a ella.
Cierro los ojos y rodeo con mis brazos su cabello,
Gimo entre nuestros besos, con el agua en su boca cálida y dulce.
Las mariposas corren por mi estómago y acerco mi frente a la suya, inmediatamente doblando los dedos y arrastrándolos ligeramente por su nuca.
—Abre los ojos, nena —le digo.
Lo hace, viéndola mirarme directamente mientras el vapor nos rodea.
—Nunca podría fingir que no eres tú —digo —. No quiero.
Sostengo su mirada, y nuestros cuerpos se aprietan mientras sus dedos se clavan en mi espalda.
—¿Te recuerdo mucho a ella? —susurra, sin romper su ritmo—. Recuerdo cosas en las que no había pensado en mucho tiempo.
La punta de mi dureza golpea ese lugar y reclino la cabeza y arqueo la espalda, gimiendo.
—¿Qué quieres?
Abre la boca para hablar, pero no sale nada.
Y luego baja la voz, apenas un susurro:
—Quiero que te guste esto.
Me gusta.
Pero antes de que tenga la oportunidad de responder, la pongo de pie, la giro y la empujo contra la pared. Jadeo cuando me abre las piernas y meto la mano entre su ropa mojada.

—Te quiero feliz, Candy—le digo bajo y ronco al oído—.
Me froto con ella contra la pared, le saco la blusa desnudándola, mientras giro mi cabeza para encontrar sus labios y nos sostenemos la mirada.
—Y te quiero en mi mesa por la mañana y en mi cama por la noche.
Me aprieto con su cuerpo contra la pared de azulejos, con sus pechos aplastados contra mis manos, no le importa. Miro por encima del hombro; le encanta verme hacerle esto.
La giro y la levanto.
Sonríe
Quiero tomarla ya, no obstante me detengo.
No voy a tomar su virginidad de pie en la ducha del baño.
Cierro la llave con ella en mis brazos, siento su cuerpo completamente empapado y desnudo, la beso y camino así cargando con ella hasta llegar a mi habitación.
La deposito en la cama mientras le doy un beso más intenso, hoy va a ser mía, la miro y me separo para sacarme toda esta ropa mojada, tomo una toalla y me seco el cabello, "no se para que me metí con Candy en la ducha" ...quizás quería saber que tan segura está de entregarse a mi, cuando me acabo de desnudar me acerco despacio para poder besarla toda. Pero.
Escucho una respiración pesada...
¿Qué demonios?
Me detengo y pienso.
¿Estoy escuchando bien? Acaso... es...
—Candy —La muevo un poco.—Candy. —tomó su mano y trató de levantarlo pero veo que cae de inmediato y de forma contundente en la cama.
¡No puede ser!
¿Se durmió?

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