Elisa 2

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Su corazón galopaba a cien por hora mientras miraba el anillo que brillaba en su dedo. El hombre que semanas atrás le había destrozado el alma ahora era todo lo que ella deseaba. Había sido duro y posiblemente lo sería más; sin embargo, la idea de ser su mujer la encandilaba y a la vez la aterraba. Terry Grandchester , había devorado su vida y su moral. ¿Cómo negarse a aquello? ¿Acaso se imaginaba una vida como la que antes tenía después de todo lo que había pasado? ¿Con otro hombre? ¿Una vida normal? Cómo explicarlo al mundo, cómo decirles que pasaba entre aquellas paredes y que lo entendieran, cómo expresar que todo lo que ellos hacían era algo que aunque a veces dolía hasta límites insondables deseaba con toda el alma. Imposible. Y él... ¡A veces se sentía tan poca a su lado! Su rostro siempre digno, su espalda ancha y su elegancia. Sus modales y su seguridad, siempre metódico y correcto rozando una perfección que secretamente ocultaba un alma atormentada por su amor. Pensó en su familia, su madre y su padre, si algún día supieran la verdad se morirían del disgusto pero... ¿por qué? Porque no era lo correcto, no al menos en el mundo real, ese en el que las personas viven una vida monocromática y forman familias estructuradas y simples hasta que la vejez les lleva al otro mundo sin saber sin embargo que siempre puede haber algo más...
Bajó las escaleras de dos en dos buscando al duque Richard Grandchester, estaba ansiosa por enseñarle la preciosa y enorme joya que Terry le había regalado, cuando algo la dejó patidifusa. Terence hablaba con Candy en el jardín, esta lo abrazaba con fuerza y metía su cabeza entre su cara y su cuello. No, "son amigos", dijo en su cabeza, pero el corazón se le aceleró más si cabe ante la escena. Las últimas escaleras las bajó más despacio, Candy lloriqueaba como una niña mientras él la volvía a abrazar y la mecía entre sus brazos.
Se acercó a la ventana más próxima y afinó el oído; estaba ligeramente abierta y podía escuchar con dificultad sus palabras.
—No seas tonta, nada va a cambiar —dijo—. Te quiero mucho, pecosa.
—Yo también te quiero, Terence—sollozó.
Elisa abrió los ojos como platos cuando lo vio besarla con efusividad en la boca. Sí, ella no podía imaginar llegar a ver a Terence de aquella forma. Apretó las mandíbulas con fuerza y cuando lo vio dirigirse hacia la puerta, salió disparada escaleras arriba para que no la viera. Al llegar a la habitación se quedó pensativa. Lo cierto es que él siempre le había sido fiel, mientras la cedía y le hacía disfrutar jamás le vio con otra y sabía que no eran justos sus celos pero no podía remediar sentirse mal, no después de aquel día:

—Las mujeres de Grahan Manor son esclavas de aquellos a los que acompañan; su voluntad no existe ni dentro ni fuera de esta casa. Aquí se acentúa, no se tienen que medir. —Señaló uno de los coches, un joven de pelo abrillantado y sonrisa burlona bajaba hasta el portal con algo en la mano.
Terence le sonrió como nunca lo había hecho, se inclinó sobre ella y sujetó su espalda hacia la madera.
—Oh, nena, viniste a mi mundo... ¿Lista, linda zorra? —Terence ladeó la cara, aquel hombre parecía portar una lanza y su gesto más que tranquilizarla la ponía más nerviosa—. Será rápido.
Antes de que Elisa pudiera decir nada, sintió el hierro abrasador en su nalga derecha; el olor a quemado le inundó las fosas nasales y al mismo tiempo un dolor indescriptible se apoderó de todo su cuerpo. Gritó como loca y se aferró con fuerza a los brazos de Terence, que disfrutaba como un loco y se carcajeaba, podía sentir cómo retorcía el humeante hierro contra su fina piel, mientras su miembro rozaba, su nalga al frotarse contra ella. Sus ojos se llenaron de lágrimas; pudo ver al duque apoyado en la pared del fondo con un gesto de suma lujuria. Creyó oír su voz, pero apenas unos segundos, pues todo se desvaneció ante ella y se hizo la nada Cuando despertó, estaba en la cama de su habitación. Se incorporó asustada y sintió la punzada, una fina gasa cuadrada cubría su herida. Acercó los dedos a la tela para ver la herida, pero la voz de Terence emergió de las sombras.
—No lo toques —dijo—. Está muy reciente.
—¿Qué pasó? —Estaba algo aturdida.
—Te desmayaste. —Se levantó de la butaca y se sentó al borde de la cama—. Suele pasar, más por los nervios y el susto que el mismo dolor.
Tenía el rostro relajado y la miraba con cariño.
Sintió la necesidad de que la abrazara, en todo el tiempo que llevaba en Grahan Manor, no había sentido ni un segundo de cariño por parte de él. Todo pasaba demasiado rápido, eran demasiadas situaciones nuevas, demasiadas personas que apenas conocía y aquella necesidad creciente de complacerlo y estar a la altura comenzaron a superarla. Rompió a llorar desconsoladamente; hipaba como una niña y se aferraba a las sábanas. Terence la estrechó entre sus brazos y la balanceó suavemente.
—No llores... —dijo—. Todo está bien. Te has portado muy bien, no tienes que llorar, mi preciosa niña, lo has hecho muy bien, Elisa.
—Estoy agotada —gimoteó.
—No, lo que necesitas es atención.
—Hola, Elisa. —Richard pasó por delante de ella y le entregó un pequeño vaso con un licor que olía a almendras.
—No bebo...
—Oh, no seas maleducada; hoy es mi cumpleaños. Vamos, preciosa, no me hagas ese feo. —Hasta su tono era desquiciante; sonrió falsamente y asintió con la cabeza.
Miró a Terence; le hizo un gesto para que aceptara el licor y ella de mala gana se lo bebió. Al instante le dio otro vaso y repitió la operación hasta que Terence le mandó parar.
—¿Nunca te emborrachas?
—Terence... —Richard lo miró de soslayo. Se puso una copa de coñac. Se limpió las manos y acercó el vaso a sus labios. Dio un trago corto y encendió otro cigarro. Se inclinó hacia atrás en el sofá y cerró los ojos. La venganza que Terence había tramado le hacía enloquecer de alegría, ¿Y ahora qué? ¿Cómo mirarle a la cara y decirle quién era? Sara jamás le perdonaría... Jamás... Pero a veces sentía un odio inmenso al recordar lo que ella había dicho , —¡Eres muy poco para mi duque muerto de hambre, porque yo también soy una Ardlay! —Le había gritado; ahora ya no tenía control sobre todo lo que tenía preparado para su hija. Le quiso, con toda su alma; habría hecho cualquier cosa que le pidiera, Aquello le estaba superando. Aquel maldito deseo le consumía...
—Despierta, Richard. —La voz de Terence le devolvió al mundo real—. Vamos, padre, ven conmigo.
Richard se levantó de la butaca y se tambaleó. Todavía no sabía muy bien dónde estaba. Se estiró y miró a Terence, frente a él.
—Sígueme.
Entró medio dormido detrás suyo. La puerta de la habitación estaba entreabierta. Elisa estaba de rodillas encima de la cama, los brazos en alto, atada por las muñecas a unas finas cadenas que pendían de la mosquitera de la cama. Totalmente desnuda. Tenía una venda en los ojos y movía la cabeza nerviosa por el ruido de sus pasos, relamiéndose los labios con la lengua.
—Terence. —Abrió los ojos como platos y dio un paso atrás—. No...
Richard estaba justo detrás de él. Puso la mano en su hombro y acercó la boca a su oreja.
—No seas estúpido... Cuando llegue el momento de decirle la verdad, se dará cuenta de lo que se ha convertido... En lo que la hemos convertido... Mírala... Ya no se cansa... Ya no sufre como antes...
Quiere saciarse.

Aquella presión, aquella deliciosa presión, invadieron sus cinco sentidos. Los dos, los dos dentro de ella, moviéndose casi al mismo ritmo, casi al mismo compás una y otra vez, la estaban matando, aquello no era bueno, no podía ser bueno, pero le había hecho sentir tanto placer...
Lo cierto es que Terry siempre le había sido fiel, mientras la cedía a Richard y le hacía disfrutar así, jamás le vio con otra y sabía que no eran justos sus celos pero no podía remediar sentirse mal. Terence entró a los pocos segundos en la habitación y la miró con gesto ceñudo.
  —Te conozco muy bien para saber que algo te pasa.
  —Te acabo de ver con Candy—musitó mirando su anillo—. Pasé por el salón y os oí.
  —No está bien escuchar detrás de las ventanas, Elisa.
  Se acercó a ella y meneó la cabeza negativamente.
  —Creo que sigo sin conocerte...
  —Está bien, Elisa... Ven aquí. Es increíble, acabo de pedirle a Candy que se case conmigo y ya tengo mi primera escena de celos —hizo una mueca y la volvió a mirar fijamente.
  —Ya sabes porqué lo hice.

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