Las cosas no salieron como pensaba. Las primeras tres semanas anduve por ahí, mostrando por todas partes la foto de la niña y siempre oyendo el mismo nombre: El duque. Averigüé entonces que éste es el líder del mayor poblado de chabolas del país. Y por eso la gente dice que él es el verdadero poder en esa tierra. Se rumorea que ha construido una ciudad entera, moderna, en la que nadie ha estado ni nadie sabe dónde está. Dicen que tiene gente trabajando allí, desnuda, en fábricas de drogas, es un gánster profesional. Hace que todos los negros pandilleros y violadores que tenemos por aquí parezcan Félix el gato. Y además odia a los Ardlay.
Antes de llegar a Kenia me contacte con uno de los detectives que más cerca estuvieron de ella.—¿Así que crees que secuestró a la niña?
—Sí, eso está claro como el día. Tenía motivos y medios para hacerlo.
—¿Hablaste con él?
—Lo intenté, pero uno no habla con el duque Él habla con uno. —dijo esto último lentamente.
—¿Y habló contigo?
El detective no respondió. Sus ojos apuntaron hacia abajo y luego inclinó la cabeza. Guardó silencio, se quedó mirando el cuero cabelludo del desdichado, desmochado del todo, si no fuera por unos pocos mechones de largos cabellos de color castaño rojizo. El resto estaba concentrado detrás, en una aureola, como si fuera una tonsura eclesiástica. Permaneció así un interminable minuto, sin hacer ni un ruido. Yo estaba a punto de decir algo cuando el levantó lentamente la cabeza. Antes, sus ojos habían sido agujerillos desafiantes, osados pese a su mezquindad. Ahora esa mirada había desaparecido y los ojos se habían agrandado; las bolsas que aparecían debajo de ellos estaban desinfladas, vio miedo reflejado en el fondo de ellos, miró luego por la ventana y siguió chupando su cigarrillo hasta que nuevamente empezó a toser y a respirar entrecortadamente. Esperó a que se le pasara el acceso de tos.
Se deslizó hacia el borde del sillón y se inclinó hacia delante.
—Nunca creí estar acercándome a nada, pero tal vez sí que lo estaba logrando, sin saberlo, o quizás alguien pensó que lo estaba haciendo. De todas maneras, un día estaba durmiendo en mi hotel y al día siguiente me despierto en una habitación extraña de paredes amarillas, sin tener ni idea de cómo he llegado allí. Estoy atado a la cama, desnudo, boca abajo. Entran unas personas, alguien me da un pinchazo y ¡pum!, me desvanezco. Me quedo totalmente dormido.
—¿Viste a esa gente?
—No.
—¿Qué sucedió a continuación?
—Cuando volví a despertarme, pensé que seguía soñando, porque iba a bordo de un trasatlántico, en mitad de un viaje de regreso a Miami. Nadie me miraba con extrañeza, a todo el mundo todo le parece normal. Le pregunto a la persona que está detrás de mí si me vio subir y dice que no, que yo estaba allí dormido cuando ellos subieron.
—¿No recuerdas haberte montado en el buque? ¿Ni haber ido al puerto? ¿Nada?
—Nada de nada. Bajé en el puerto de Miami. Cogí mi equipaje. No faltaba nada. Pero, cuando estoy saliendo, veo que hay adornos navideños. Miré un periódico, ¡y vi que era 14 de septiembre! ¡Eso me hizo cagarme de miedo! ¡Me faltaban dos putos meses! ¡Dos meses enteros, Minda!
—¿Llamaste a Villers?
—Lo habría hecho, pero... —inspiró profundamente. Se tocó el pecho—. Tenía un dolor aquí. Como un desgarro, un desgarro caliente. Así que fui al servicio del puerto y me abrí la camisa. Esto es lo que encontré.
El se puso de pie, se quitó la camisa y se levantó la camiseta mugrienta. Su torso estaba cubierto de gruesos pelos castaño oscuros, enmarañados y ensortijados, desparramados formando vagamente la figura de una mariposa, desde debajo de sus hombros hasta el ombligo. Pero en una amplia zona el pelo raleaba o no crecía: una larga cicatriz rosada, de un centímetro de ancho, recorría desde el borde del cuello todo el centro del pecho, pasando entre los pulmones, trepaba por el redondo estómago y terminaba en el vientre.
A Max le entraron escalofríos y sintió una sensación de vacío en el estómago, como si la tierra se hubiera abierto allí, en esa puta caravana, y estuviera cayendo a un abismo sin fin.
—Me hicieron esta mierda —dijo
Gradualmente, los sollozos se fueron apagando entre ruidos nasales, resuellos y resoplidos, y disminuyeron hasta desaparecer. Se secó las lágrimas de la cara con las manos y se enjugó la humedad en la peluda parte trasera de su cabeza —Me fui derecho al hospital, a que me reconocieran —continuó cuando pudo recuperar el control de su voz—. No faltaba nada, pero... —Señaló con dos dedos hacia abajo, hacia el pañal—. Me di cuenta después de tomar la primera comida. Fue directamente de una punta a la otra. Esos haitianos me jodieron las tuberías para siempre. Nadie me las ha podido reparar aquí. No puedo retener nada. Disentería permanente.
Marcus sintió compasión por un momento. El detective le recordaba a las prostitutas del pabellón de mujeres que había visto en la cárcel, en el patio, y que andaban como patos, con pañales, porque los músculos del esfínter se les habían aflojado permanentemente a causa de las violaciones múltiples perpetradas por pandilleros.
—¿Crees que fue El duque el que te lo hizo?
—Sé que fue él. Para advertirme.
Marcus sacudió la cabeza.
—Eso es tomarse muchas molestias sólo para advertirle algo a alguien. Lo que te han hecho lleva tiempo. Además, te conozco. Tú te asustas facilmente. Si hubieran irrumpido en tu habitación y te hubieran puesto una pistola contra la garganta, habrías salido disparado de allí como un puto cohete.
—Qué cosas tan bonitas y dulces me dices —respondió al tiempo que encendía otro pitillo.
—¿A qué te estabas acercando?
—¿Qué quieres decir?
—¿Habías descubierto algo sobre la niña? ¿Alguna pista? ¿Algún sospechoso?
—Nada. Lo que tenía era nickts, que es como llaman las viejas judías a la mierda.
—¿Estás seguro? —insistió Marcus, estudiando los ojos de en busca de signos que revelaran que estaba mintiendo.
—Nickts, te lo estoy diciendo. —Marcus no le creyó, pero sabía que no se iba a rendir—. Entonces, ¿por qué crees que me jodieron así? ¿Para enviarle un mensaje a Ardlay?
—Podría ser. Tendría que tener más datos para asegurar algo —repuso.
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Èÿù
Fanfiction¿Que buscaba William Albert Ardlay en África? Y... ¿Que hubiera sucedido si Candy al recibir la carta de Albert, ella decide seguirlo? Advertencia: Si tienes miedo de la brujería. No sigas leyendo. En principio, podría parecer que la labor de Èÿù c...