Unas horas antes:
—¿Sabes qué va a pasar ahora? —dice dirigiéndose a mí.
Su mirada se torna aún más perversa y se encamina hacia el siniestro altar para tomar un cuchillo y la fea muñequita vudú. Ahora se aproxima hacia mí. Mis ojos no pueden estar más abiertos, ni mi cuerpo más retraído por la desesperación. A unos pasos, me muestra la pequeña figura femenina con la que me siento consternada porque claramente es la representación de la huérfana. Observo en su cuello un cordel enrollado como ahogándola que hace que definitivamente me plantee que esa es la causa de las dificultades respiratorias que la huérfana ha venido padeciendo últimamente.
—No, deja que nos vayamos. Por favor, nos puede hacer daño —insisto intentando provocarle lástima—. No sabemos nada, y no diremos nada de esto a nadie. Déjanos ir.Con sus dedos pulgares, aprieta con fuerza el abdomen de la muñeca e, instantáneamente, la huérfana se dobla en una fortísima punzada dentro que la lleva al límite del dolor.
—Déjala, te lo suplico Richard. —Necesito que termine de una vez, esta a punto de morir.
—¡No! Sigue sin colaborar y tengo poder suficiente para destrozarla y a ti. ¡¿Ves este cuchillo?! Ella tiene una orden y no ha obedecido. ¡Candy tienes que destruir a William Ardlay!
—¡Detente! —le exige Terry.
Estoy a su merced y no soy capaz de reaccionar. Sé perfectamente lo cruel que es, por eso tiemblo sin parar con todo mi cuerpo, que se agita tiritando. En su mirada descubro al diablo que buscaban mis o jos, y yo, sumisa, lo observo y atónita veo cómo clava el cuchillo entre las piernas de la muñeca y me desquicio cuando veo a la huérfana sangrando.
—No es ella, ¿verdad? ¡Si fuera Candy, no harías esto! —le digo con rabia.
Ha desencadenado mi ira, mi furia... Es como si él hubiera tocado un extraño resorte en mi interior y, de repente, brotase en mí una personalidad agresiva.
—¿Estás segura? —pregunta firmemente, apretando con fuerza la mandíbula—. Tengo poder para hacer lo que quiera. ¿No notas como arde su vientre?
No le contesto, aguanto la tensión. Soy una olla a presión a punto de reventar. Las palpitaciones aceleradas de mi corazón, la falta de aire que ahoga mis pulmones y las lágrimas que corren por mis mejillas, todo ello forma un cóctel explosivo de desesperación.
—William Ardlay va a conocer mi poder, y el de la Santa Muerte —dice clavando la punta del cuchillo despacio en el vientre de la muñeca, y después la huérfana reacciona.
—¡Debes decir mi nombre!— dice con una voz salida como del fondo del infierno. Terry y yo nos tomamos de la mano espantados.
—¡Te ordeno que busques a William Ardlay y lo destruyas Candy!— le repite Richard pero ella no responde.
—¡Debes de decir mi nombre!
—¡No es Candy padre! Te lo dije, Candy nunca me hubiera permitido que la bese....
Richard lo mira a Terry y a la huérfana, y a mi, parece que por un momento de lucidez cree en el argumento que le ha presentado su hijo, no obstante repite una última vez:
—¡Te ordeno que destruyas a...— y la huérfana se lanza sobre la primera persona que tiene cerca. Yo.Sobre la fuerza de su ataque, mi mente sobrepone la de Terry, a quien siento aquí como si estuviera hablándome y tranquilizándome. Evoco todas las veces que charlé con él sobre el vudú cuando me repetía: «Sugestión, el vudú es sugestión». Siempre he sido cabal y he abogado por lo racional, pero mis experiencias del pasado vividas en Manor Graham, me afectaron radicalmente, filtrando en mí demenciales creencias. He de controlarme, ignorar los destrozos de la verdadera muñeca vudú y sufrir únicamente por lo que de verdad me suceda.
El bokor entra en cólera y se dirige hacia la huérfana, que lo mira desafiante. Él aprieta el puño y golpea su cara brutalmente. La potencia del impacto es tal que su cabeza rebota contra la pared.
De repente, vuelvo a sentir una dolorosa punzada, seguida de molestias en la espalda a la altura de los riñones, lo que significa que la huérfana me ha atacado con un objeto contundente a traición.
Me asusta, es demasiado pronto. No debería morir ahora. Solo puedo hacer una cosa, así que respiro acompasadamente. He de tener fuerza mental para estar preparada para lo que sea.
—¿Para qué quieres al Tío abuelo William? —pregunto a la desesperada intentando buscar alternativas que cambien mi realidad.
—Quiero la ubicación de los diamantes verdes.— responde con la mirada fija en mi, que reacciona cuando esta se encuentra con la mía, que lo observa desafiante.—¿Tú?
—Si me hubieras dicho aquello desde el principio, creo que nos hubiéramos podido ahorrar muchísimas cosas Richard.—Por fin parece algo receptivo al diálogo. He de aprovechar esta oportunidad para ser lo más convincente posible, aún tengo algo más de tiempo, creo. Terry la ha golpeado y permanece junto a mi, inmóvil, parece que ha logrado soñarla.
Sin embargo, creo que me estoy desangrando.—¡¿Crees que soy tonto?! Sé de sobra lo que pretendes, ¡eres una maldita Ardlay también!. —Se calla un instante y sigue hablando—: ¿Quieres una agonía lenta o... prefieres empezar viendo cómo mueres?
—No, no me hagas daño —suplico llorando.
Viene hacia mí impetuoso y, cuando lo tengo enfrente, me muestra la rigidez de su mano. Nuevamente, aprieta violentamente mi cuello, hasta el límite que puedo aguantar. Me va a quebrar y conseguirá matarme. Me veo al final del fatal precipicio de la muerte.
Ahora recita una oración en lo que imagino que es criollo haitiano y, entre sus raros vocablos, distingo las palabras: «Santa Muerte». Reza alzando y bajando el tono de voz, declamando de memoria un siniestro conjuro y dejándome ver los aspavientos de su cara y cómo gesticula de forma exagerada frunciendo el ceño e hincándome la vista hasta fulminar mi interior. Estoy horrorizada.
¡Qué dolor! Un intenso dolor en la zona pélvica, seguido por un pinchazo que retuerce mi tronco, provoca que él me observe fascinado, como convenciéndose de que sus dioses lo escuchan y lo ayudan a torturarme. No aguanto más y se me escapan varios quejidos que le deleitan. Es una satisfacción para él que preferiría no darle.
Vuelve al altar y recoge un mugriento recipiente, lo que me hace esperar un nuevo suplicio que imagino peor que los anteriores.
—¿Estás bien? —me pregunta con ironía.
Respiro fuerte, con ansiedad, sin contestarle, y es que ya no sé qué puedo decirle para que me deje en paz de una vez por todas.
—¡Abre la boca! —ordena.
Estoy a su merced. No quiero obedecer, pero lo hago y bebo de un trago lo que me da. No sé que es, puede que un veneno o una pócima. Me repugna su sabor. Es un fluido que desprende un aroma como a huevo entre putrefacto y fermentado. Mi destino ya no tiene marcha atrás, y ahora comprendo que todo se acaba irremediablemente.
La desesperación es un camino tortuoso que se cierra y no conduce a ningún lugar. Y yo estoy perdida en él sin poder salir. Pestañeo despacio acompasando el movimiento de mis párpados a mi respiración. Inspiro, cierro los ojos, expiro, los abro y vuelvo a repetir la misma operación una y otra vez. Trato de concentrarme en este ejercicio para intentar pasar la angustia extrema que estoy soportando. Soy muy consciente de que esto llega a su fin.
Los efectos del bebedizo provocan una rápida reacción en mi cuerpo. Siento unos terribles pinchazos en mi vientre, arcadas, náuseas y, sin poder, intento retorcerme porque no aguanto tanto dolor.
Busco a Terry con la mirada y la encuentro. Me mira. Frío, distante, como si todo lo que su padre, Richard, bokor, duque o lo que diablos sea no estuviera destrozando mi vida y también mi corazón.
Se que ha llegado mi hora. Lo haré. Recuerdo el nombre que una vez escuché que la huérfana le respondió a la cocinera... es tiempo.
Ya no puedo contener las lágrimas, que se me escapan y empapan mis mejillas. Estoy al límite. Llevo demasiado tiempo soportando esta angustia.
Parece darse cuenta de mi debilidad. Ahora está plantado frente a mí, inmóvil y en silencio. Me vuelvo loca y me pregunto obsesionada: «Qué quiere, qué quiere, qué quiere». No puedo más, estoy al borde del infarto.
Alza lentamente la muñeca vudu y nuevamente lo escucho ordenando:
—¡Te ordeno que destruyas...
—¡A todos Isabel!—grito con el último estertor de vida que me queda y la última visión de mis ojos es la de ella, despertando a clavar la daga que tenía en sus manos, en la cabeza de Terry y los dientes en la garganta del duque de Grandchester. Degollándolo.
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Èÿù
Fanfiction¿Que buscaba William Albert Ardlay en África? Y... ¿Que hubiera sucedido si Candy al recibir la carta de Albert, ella decide seguirlo? Advertencia: Si tienes miedo de la brujería. No sigas leyendo. En principio, podría parecer que la labor de Èÿù c...