Hija 2

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Me levanto sobresaltada, me duelen los dedos mientras los aflojo lentamente de la sábana. Parpadeo un par de veces, al ver la hora en el reloj.
Una y veintiuna de la mañana.
El cuarto está oscuro y me tumbo de espaldas; el aire frío golpea mis hombros. Rápidamente levanto la sábana, cubriéndome mientras recuerdo todo lo que acabamos de hacer hace unas horas.
Y mas besos en la camioneta.
Enciendo una vela, siento unas ganas enormes de escribir y contarle todo al diario que me dio el tío abuelo William, quizás.

"No se como explicar todo lo que hace unas horas aconteció entre mi amigo Albert y yo... Tío abuelo William, y se que después de leer aquella sección de este diario, quizás ya no tenga un buen concepto de la chica que adoptó para ser una Ardlay.
Tío abuelo William ¡voy a quererlo! porque tengo el corazón valiente.
Desde el primer día supe que lo amaba y lloró en secreto mi alma de niña enamorada de aquel vagabundo, porque sabía que nunca sería mío.
Bebí el veneno de sus labios y caí en mi propia trampa y se que para él no ha de ser más que una hazaña, que para mi quedó solo el sufrimiento que me hizo caer en lo más profundo del infierno.
Y no me importa nada, porque no quiero nada, yo solamente quiero sentir lo que me pide el corazón. Porque tengo el corazón valiente voy a quererlo, prefiero amarlo después... perderlo.
Tío abuelo William, no le pido que me comprenda... usted sabe lo que dijeron las cartas con Anthony y también las cartas que aquella tarde, lo que dijeron de Albert":

—¿Estás enamorada?

"Nuestros caminos se cruzaban cuando ella entraba en una habitación que yo en aquel instante dejaba y, cuando yo me quedaba y ella salía, trataba de verle la cara. Nunca lo logré del todo. Me acordaba sobre todo de su espalda y de la parte posterior de su espalda.
  Evidentemente, me había visto venir. Antes de que pudiera comprar algo, abrió la puerta.

Mientras retrocedía un paso, me miró profundamente, casi suplicante.
  —Quisiera hablar un momento contigo —dijo.
Su voz sonaba ronca de excitación.
  —¿Algo serio?
  —Para mí es importante...
  Ya que me franqueaba el paso, crucé delante suyo y la esperé en el pasillo. Cerró la puerta y se me acercó.
  —¿Adonde? —pregunté.
  Chantal se aclaró la garganta, miró alrededor como si la tienda fuera demasiado pequeña para lo que quería confiarme.
  —¿En el estudio? —propuso—. Allí podemos hablar sin que nos molesten.
  La seguí arriba, a la buhardilla que consideraba un estudio. Parecía más bien la habitación de un estudiante. Un revuelo negligente que la criada tenía prohibido tocar.
  Despejó una silla para mí y se sentó en el borde de un camastro deshecho, acaso desde hacía días.
  —Ha pasado algo terrible —dijo.
  —¿A quién?
  —A mí... he visto tu futuro en las cartas. Nunca mienten. El Tarot ha hablado para ti.
—Mi respiración se detuvo y juro que escuché a Anthony decir "No voy a asustarme por lo que tenga que pasar". —Esta bien.
Escucho.

.....

Cuando hubo que hacer compras, porque aún faltaba esto o aquello para nuestra comodidad, me acompañó a la ciudad. Parloteaba sin parar de lo que veía por el camino y sólo callaba para escuchar mis respuestas a sus preguntas.
  —¿El sabe lo tuyo?
  Había hecho la pregunta sin transición perceptible.
  —No, no se lo he contado.
  —¿tenéis secretos el uno para el otro?
  Dudé ante la respuesta, tenía la sensación de que mucho dependía de ella.
  —Perdón —dijo.
  —No importa que lo sepa. No habría motivo para no mantenerlo en secreto. no es celoso.
  —¿Y tú te lo crees?
  Me miró con grandes ojos serios, sin sombra de dudas, interesada realmente en la verdad.
  —No lo sé —dije—. Creí que no tenía que decírselo.
  —¿Porque has venido con él?

—Sí.

  Reflexionó sobre ello. No conocí el resultado de sus pensamientos. Su atención volvió a dirigirse hacia afuera. Hicimos la compra. Las tiendas le parecieron excitantes, y festivas las terrazas de los cafés llenas de gente, y mostró todo su entusiasmo deteniéndose en todas partes, de modo que no volvimos hasta horas después.
  Ya oscurecía. Tal como iba sentada a mi lado, en el coche, callada, ensimismada, tuve ganas de detenerme y de abrazarla. Combatí ese acceso, traté de encontrar un principio fundamental que se le opusiera. No lo logré, pero me permitió salvar el viaje de regreso.
  Ella había improvisado una comida. Estaba de buen humor. Después de la comida, nos entregamos a la modorra de haber-llegado-por-fin y se acercó la hora de acostarse. Las camas estaban hechas. Nosotros dormíamos abajo, Chantal arriba, bajo el tejado. Nos deseamos buenas noches. Chantal nos saludó desde la escalera.

Ahora se me presentaba la tarea de encontrar el momento y la ocasión adecuadas. Un encuentro con Albert sin intromisiones sólo era posible un día, durante una salida. Hacía días que no habíamos estado a solas. Se portaba con demasiada compostura como para salir corriendo conmigo.

*Colgada de su brazo, él te seguirá y oirás una risa. El reloj de la Torre dará la quinta campanada cuando todo estará consumado"

Ese entendimiento sigue existiendo, aunque desde entonces se haya complicado. Poco nos hace falta para empujarnos mutuamente en brazos el uno del otro, pero este poco, a veces, resulta casi insuperable; la conciencia de que sólo estábamos allí temporalmente, de vacaciones, volvió a apoderarse de mi. En unas pocas semanas terminaría irremisiblemente nuestro idilio. Contaba los minutos, las horas, los días.
—Pronto amanecerá.

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