El Baile

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Todo estaba lleno.
"Di una vuelta por el salón: veinte máscaras me llamaron por mi nombre y me dijeron el suyo. Eran celebridades aristocráticas o financieras bajo innobles disfraces de pierrots, de postillones, de payasos o de verduleras.
"Eran todos jóvenes de nombre, de corazón, de mérito; y allí, olvidando familia, artes y política, reedificaban una tertulia del tiempo de la Regencia en medio de nuestra época grave y severa".
¡Ya me lo habían dicho y, sin embargo, yo no había querido creerlo! Subí algunas gradas, y, apoyándome sobre una columna, y medio escondido por ella, fijé los ojos en aquella ola de criaturas humanas que se movían a mis pies. Aquellos dominós de todos los colores, aquellos vestidos pintorreados y aquellos grotescos disfraces, formaban un espectáculo que no tenía semejanza con nada humano.
La música empezó a tocar.
—¡Que es esto! ¡Oh! Entonces fue el cotillón.
Aquellas extrañas criaturas se agitaron al son de aquella orquesta cuya armonía llegaba a mis oídos en medio de gritos, de risas y de algazara; se cogieron unos a otros por las manos, por los brazos, por el cuello: se formó un gran círculo, empezando entonces un movimiento circular; bailadores y bailadoras pateando, haciendo levantar con ruido un polvo cuyos átomos hacía visibles la pálida luz de las arañas; dando vueltas con velocidad creciente y con extrañas posturas, con gestos obscenos, con gritos desordenados: dando vueltas cada vez con más rapidez, bailando como hombres borrachos, dando alaridos como mujeres perdidas, con más delirio que alegría, con más rabia que placer: semejantes a una cadena de condenados que hubiesen cumplido, bajo el látigo de los demonios, una penitencia infernal. Aquello ocurría en mi presencia y a mis pies.
Sentía el viento que producían en su carrera: cada uno de los que me conocía me decía, al pasar, alguna palabra que me hacía enrojecer. Todo aquel ruido, todo aquel murmullo, toda aquella confusión, toda aquella música, estaban en mis oídos como en la sala. Muy pronto llegué a no saber si lo que tenía ante mis ojos era sueño o realidad; llegué a preguntarme si no era yo el insensato y ellos los razonables: se apoderaban de mí extrañas tentaciones de arrojarme en medio de aquella bacanal, como Fausto a través de las regiones infernales, y sentí entonces que tendría gritos, gestos, posturas y risas como las suyas.
¡Rayos! De aquello a la locura no hay más que un paso.
Quedé asombrado y me lancé fuera de la sala, perseguido hasta la puerta de la calle por aullidos que parecían aquellos rugidos de amor que salen de la selva de las bestias feroces.
"Me detuve un instante bajo el pórtico para tranquilizarme".
No quería aventurarme en la calle lleno mi espíritu de tanta confusión: es muy fácil que no hubiese conocido el camino: es muy fácil que hubiese sido atropellado por un coche sin quererlo yo mismo. Me encontraba en ese estado en que se encuentra un hombre borracho que empieza a recobrar la razón suficiente en su cerebro ofuscado para darse cuenta de su estado y que, sintiendo que recobra la voluntad, pero no aún el poder, se apoya, inmóvil, con los ojos fijos y extraviados, contra un poyo de la calle o contra un árbol de un paseo público.
"En este momento, un coche se detuvo ante la puerta: una mujer salió de su puertecilla o, más bien, se precipitó fuera de ella".
"Entró bajo el peristilo, volviendo la cabeza a derecha e izquierda como una persona perdida". Vestía un dominó rojo y tenía la cara cubierta con un antifaz de terciopelo. Llegó hasta la puerta.
"–¿Vuestro billete? –le dijo el portero.
"–¿Mi billete? –respondió ella–. No tengo.
"–Pues, entonces, tomadlo en la taquilla.
"La mujer del dominó volvió bajo el peristilo, registrando vivamente todos sus bolsillos.
"–¡No traigo dinero! –exclamó–. ¡Ah! Este anillo... Un billete de entrada por este anillo –dijo ella.
"–Imposible –respondió la mujer que vendía los billetes–; no hacemos negocios de ese género.
"Y rechazó el brillante, que cayó a tierra y rodó hacia mi lado.
"La mujer del dominó permaneció inmóvil, olvidando el anillo y abismada, sin duda, en algún pensamiento.
"Yo recogí el anillo y se lo presenté.
"Vi, a través de su antifaz, que sus ojos claros se fijaban en los míos; me miró un instante con indecisión. Después, de repente, pasando su brazo alrededor del mío:
"–Es necesario que me paguéis la entrada –me dijo–. ¡Por piedad, es necesario!
"–Yo salía ya, señora –le dije levantando la voz ya que casi no podía escucharla gracias al ruido de la gente en el cotillón.
"Volví a poner el anillo en su dedo; fui a la taquilla y tomé dos billetes. Entramos juntos.
"Una vez llegados al corredor, sentí que vacilaba. Formó entonces con su segundo brazo una especie de anillo alrededor del mío.
"–¿Está bien? –le dije.
"–No, no: esto no es nada –repuso ella–. Un desvanecimiento: eso es todo "Y me condujo hacia el salón. Entramos en aquel gozoso Charenton. Tres veces dimos la vuelta abriéndonos paso con gran pena por entre aquella multitud de máscaras que se empujaban las unas a las otras: ella, estremeciéndose a cada palabra obscena que escuchaba; yo, avergonzado de que me viesen dando el brazo a una mujer que se atrevía a escuchar tales palabras.
Después nos volvimos al extremo del salón. Ella se dejó caer sobre un banco. Yo permanecí de pie ante ella, con la mano apoyada en el respaldo de su asiento.
"–¡Oh! Esto debe pareceros muy extravagante –me dijo–: pero no más que a mí: os lo juro. Yo no tenía idea alguna de esto –miraba al baile–, pues ni aun en sueños he podido ver tales cosas. Pero, vea usted, me han dicho que estaría aquí. Y ¿qué mujer será esa que se atreve a venir a un sitio semejante?
"Yo hice un gesto de asombro; ella lo comprendió.
–Quiere usted decir que... yo también estoy aquí, ¿no es verdad? ¡Oh! pero ya es otra cosa: yo lo busco, yo soy su mujer. Estas gentes vienen aquí impulsadas por la locura y el libertinaje. ¡Oh! Pero yo vengo por celos infernales. Hubiera ido a buscarle a cualquier parte: por la noche, a un cementerio, hubiera ido a Greve el día de una ejecución, y, sin embargo, os lo juro, no he salido ni una sola vez a la calle.
Mujer ya, no he dado un paso fuera de casa sin ir seguida de un lacayo; y, sin embargo, heme aquí, como todas estas mujeres perdidas: heme aquí dando el brazo a un hombre a quien no conozco, enrojeciendo, bajo mi antifaz, de la opinión que de mí habéis podido formaros. ¡Yo comprendo todo esto!... Caballero, ¿habéis estado alguna vez celoso?
"–Atrozmente –respondí.
"–Entonces, seguramente que me perdonáis y que lo comprendéis todo. Conocéis aquella voz que os grita, como si lo hiciese a la oreja de un insensato: "¡Ve!". Conocéis el brazo que, como el de la fatalidad, os empuja a la vergüenza y al crimen. Sabéis ya que en tales momentos uno es capaz de todo.
"Iba a responderle; pero se levantó de repente con la mirada fija en dos dominós que pasaban en aquel momento ante nosotros.
"–¡No los mires! –me dijo.
"Y me arrastró del brazo en su persecución.
"Yo estaba metido en una intriga de la que no comprendía nada; sentía vibrar todas sus cuerdas y ninguna me la hacía comprender; pero aquella pobre mujer parecía tan agitada que estaba verdaderamente interesante. Tan imperiosa, que obedecí como un niño, y nos pusimos en persecución de las dos máscaras, de las que la una era evidentemente un hombre y la otra una mujer. Hablaban a media voz; sus palabras apenas llegaban a nuestros oídos.
"–¡Es él! –murmuraba ella–. Es su voz. Sí, sí, es su estatura...
"El más alto de los dos que vestían dominó empezó a reírse.
"–¡Es su risa! –dijo ella–. ¡Es él, señor, es él! Las cartas decían la verdad. ¡Oh Dios mío! ¡Dios mío!
"Sin embargo, las máscaras avanzaban y nosotros salimos detrás de ellas. Tomaron la escalera de los palcos, y nosotros la subimos en su persecución.
No se detuvieron hasta que llegaron a la de la gran bóveda: nosotros parecíamos sus dos sombras. Un pequeño palco enrejado se abrió; entraron en él y la puerta se cerró tras ellos.
"La pobre criatura que yo llevaba del brazo me asustaba con su agitación: no podía ver su cara; pero, apretada contra mí como estaba, sentía latir su corazón, temblar su cuerpo y estremecerse sus miembros. Había algo de extraño en la manera como llegaban a mí los sufrimientos inauditos cuyo espectáculo se desarrollaba ante mis ojos, cuya víctima no conocía y cuya causa ignoraba por completo. Sin embargo, por nada del mundo hubiese abandonado a aquella mujer en semejante momento.
"Cuando ella vio a las dos máscaras entrar en el palco y el palco cerrarse tras ellos, permaneció un momento inmóvil y como herida de un rayo. Después se abalanzó sobre la puerta para escuchar. Colocada como estaba, de frente o espaldas, el menor movimiento denunciaba su presencia y la perdía: yo la tomé violentamente por el brazo, abrí el pestillo del palco contiguo, la arrastré allí conmigo, eché la cortina y cerré la puerta.
"–Si queréis escuchar –le dije–, hacedlo de aquí al menos.
"Ella se dejó caer sobre una rodilla y aproximó la oreja al tabique, y yo me mantuve de pie al lado opuesto, con los brazos cruzados, cabizbajo y pensativo.
"Todo lo que yo había visto de aquella mujer me había hecho creer que era una verdadera belleza. La parte baja de su cara, que no ocultaba el antifaz, era fresca, aterciopelada y llena; sus labios de rojo y gruesos; sus dientes, a los que el terciopelo que llegaba hasta ellos hacía parecer más blancos y brillantes; su mano parecía un modelo; su talle podía abrazarse con las manos; sus cabellos negros, sedosos, se escapaban con profusión de la cofia de su dominó, y su pequeño pie, que apenas se dejaba ver fuera de la bata, parecía no poder apenas sostener aquel cuerpo, ligero, gracioso y aéreo.
¡Oh! ¡Era una maravillosa criatura! ¡Oh, el que la hubiese tenido en sus brazos, el que hubiese visto todas las facultades de aquella alma empleadas en amarle, el que hubiese sentido sobre su corazón aquellas palpitaciones, aquellos estremecimientos, aquellos espasmos neurálgicos, y el que hubiese podido decir: "¡Todo esto, todo esto, es producido por el amor que por mí siente; por el amor que tiene para mí solo entre todos los hombres y es el ángel para mi predestinado!" ¡Oh! ¡Este hombre... este hombre...!
"Estos eran mis pensamientos, cuando de repente vi a aquella mujer levantarse, volverse hacia mí y decirme con voz entrecortada y furiosa:
"–Caballero, soy hermosa: os lo juro. Soy joven, pues tengo pocos años. Hasta ahora, he sido pura como el ángel de la creación. Pues bien... –echó sus brazos a mi cuello– pues, bien: soy vuestra... ¡Tomadme!...
"En el mismo instante sentí sus labios pegarse a los míos, y la impresión de un mordisco, más bien que la de un beso, corrió por todo su cuerpo tembloroso y enloquecido por la pasión: una nube de fuego pasó por mis ojos.
Ella tiró de mi antifaz y lo lanzó al suelo, tomó mi camisa y levantó mis brazos con ella mientras me la sacaba para lanzarla con fuerza atrás de mi cabeza.
—Es demasiado seductor —me dijo.
Juntó sus labios con los míos intentando infantilmente darme un beso, a lo que yo sonreí, le agarré del cuello haciendo que lance su cabeza hacia atrás y abra la boca.
Su nula experiencia me terminó de seducir. La levante entre mis brazos y la lleve besándola hasta un escritorio.
Ella se separó de mi y se puso de pie sobre aquel mueble.
Su vestido cayó.
Su lencería también.
Desnuda con el antifaz y su cabello cubriendo apenas un pecho.
—Ven —me dijo y yo obediente camine.
Su cuerpo en la oscura habitación resplandecía, la tomé de las caderas y la senté abriendo sus piernas para mi.
Rodé mis pantalones y el resto de mi ropa al tiempo que empujaba su cuerpo hacia atrás colocando una de sus piernas en mi brazo. Pase mi mano derecha desde su cuello hasta su pecho, bajando lentamente hacia su cintura y llegando a su cadera, la que apreté para pegarla a mi cuerpo.
Baje mis labios a su cuello, quería ver su rostro.
—No.— tomó el mío entre sus manos y las deslizó hacia atrás apegando su antifaz a mi cara.
—Esto es por amor — atrapó mi boca repitiendo cada movimiento que yo le había hecho antes.
—Aprende rápido señorita...
—Enséñame más.
—¿Cuanto más quiere aprender?
—Hasta el fondo.
Gruñí.
Mordí nuevamente su boca y apreté su cuerpo con el mío. Ella se apartó colocando sus brazos hacia atrás sosteniéndose con el escritorio, haciendo que la vea así, mostrándose abierta en todo su esplendor.
Su pierna en mi brazo, la otra sosteniendo mi cadera, su pecho subía y bajaba por la anticipación y su cabello oscuro caía hasta llegar a un redondo y firme trasero.
Lo agarré con fuerza y de un solo empujón la traspasé.
Gritó.
Del dolor se aflojó cayendo de espaldas sobre el escritorio y se retorció agarrando su cabeza, se echó hasta atrás.
—Usted lo pidió señorita, hasta el fondo... ¿se encuentra bien?
De un suspiro se levantó sin separarse de mi tomándome de sorpresa. —Así mismo lo quería —dijo agarrando mi cara y juntando sus labios —¿Eso fue todo?
Su atrevimiento me enervó, la levante y caminé con ella hasta la pared más cercana y atrapé sus piernas y su trasero con mis manos, enterrándome si hubiera sido posible con mas fuerza en su interior, logrando así que grite una vez más.
Quería traspasarla, quería que vuelva a temblar, quería fundirme entre sus piernas, quería tomar todo su aliento y hacer que su respiración y la mía se conviertan en una sola.
Quería que su cuerpo se mezcle conmigo formando un solo tronco para no volver a separarme de ella.
Y se que lo logré.
Su sudor se mezcló con el mío, sus gemidos se confundieron con los míos, sus movimientos se sincronizaron a los míos y sus ojos se clavaron en mí, haciendo que ambos se fundan igual que nuestros labios, cuerpos y piel.
La noche se hizo corta. No pude separarme de ella, me sentía explotar y aún así no lograba dejarla. Cada vez que sentía que podía llenar su interior con mi simiente, ella me detenía y me hacía perseguirla por cada espacio de aquella habitación.
Jugaba conmigo. Me hacía desearla de manera obsesiva y desesperada.
La atravesaba de espaldas a la pared, de frente en el sofá. Con ella encima en la alfombra. Con sus piernas en mis hombros. Con su espalda encima mio... y con una pierna en la ventana.
Yo la atrapé en el balcón, de frente a la calle. La sensación de ser descubiertos en plena faena con su pecho saltando sosteniéndolos con mis brazos sólo lograba que me exalte aún más.
Tome su cuerpo de todas las formas que podía adoptar para poder enterrarme en ella una vez y otra vez, y otra vez, y otra y cada vez más fuerte, mas enérgico, más intensamente.
Le mordí los senos.
Ella me mordió el cuello y los brazos.
Le mordí las piernas.
Y ella me partió la boca con sus dientes.
El reloj de la Torre dio la quinta campanada, era casi el amanecer cuando ella, no se si por piedad o lastima, me atrapó en el suelo y con movimientos circulares y profundos me desolló el alma de un grito, a tiempo que un temblor interno nos había llevado a ambos al final de aquella indescriptible y alucinante faena nocturna.

"Diez minutos después, la tenía entre mis brazos, desmayada, medio muerta, sollozando.
"Poco a poco volvió en sí. Yo distinguía, a través de su antifaz, sus ojos extraviados; vi la parte inferior de su cara pálida, vi que sus dientes chocaban unos con otros, como si estuviese poseída de un temblor febril. Toda esta escena se presentó aún ante mi vista.
"Recordó lo que acababa de pasar y se levantó a mis pies.
"–Si os inspiro alguna compasión, me dijo sollozando mientras se vestía, alguna piedad, no fijéis en mí vuestros ojos, no procuréis nunca reconocerme: dejadme marchar y olvidadlo todo.
¡Ya me acordaré yo de ello por los dos!
Mi cuerpo estaba inmóvil.
"A estas palabras se levantó, rápida como el pensamiento que huye de nosotros; se abalanzó hacia la puerta, la abrió, y, volviéndose aún una vez, me dijo:
"–¡Caballero, no me sigáis; en nombre del Cielo, no me sigáis!
"La puerta, empujada con violencia, se cerró entre mí y ella, ocultándomela como una aparición.
¡No he vuelto a verla!
"¡No he vuelto a verla!"

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