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—¿Desde cuando te crees el dueño de mi vida Albert?—Candy me volvió a repetir aquella pregunta por unesima ocasión. Yo no podía responder, me aferraba a la idea que tenía de que "lo que yo hacía", era lo mejor para ella.
  —Vamos, el tren ya va a salir Candy.—Le digo en el momento en que tomo su brazo, la subo y subo detrás de ella.

Había tomado la decisión de volver a Londres no obstante los vientos de guerra se habían vuelto una penosa realidad.
África se convirtió en la mira principal.
Desde diciembre nadie podía salir ni los barcos británicos entrar. En noviembre, el Somalí fue hundido en la boca de uno de los canales cuando intentaba salir en busca de carbón y provisiones. El jefe de la flota británica, capitán Sidney Drury-Lowe, descartó atacar por tierra e intentó un ataque sorpresa contra el Konigsberg utilizando lanchas rápidas; pero las defensas establecidas por Loof acribillaron a las lanchas desde las orillas. Un hidroavión británico, enviado desde Durban, localizó la posición exacta del Konigsberg unas semanas después.
No obstante, el laberinto de canales favorecían a Loof, que una y otra vez cambiaba la posición de su barco dentro del delta. Entretanto, el barco alemán era una verdadera enfermería, con la mayor parte de los hombres atacados por la malaria, fiebres y disentería.
Había llevado a Candy conmigo como enfermera, utilizando la documentación que en la misión aún se tenía de Isabel. Fue la única forma de salir de África mientras buscábamos volver a America.
En febrero de 1915, Londres envió nuevos aeroplanos y más buques de guerra, al mando del almirante King-Hall. Los británicos tenían prisa por acabar con aquel buque enemigo que distraía una buena parte de su flota del índico.
Lo primordial para King-Hall era tener la localización exacta del buque de Loof y conocer la profundidad de las aguas para desatar el ataque.
Y para esa misión se eligió a un hombre singular: un afrikáner, Pieter Pretorius, nieto del histórico héroe de los bóers. Pretorius había emigrado de Suráfrica y cazaba elefantes en la zona del Rufiji. Los nativos le apodaban Jungle Man, el hombre de la selva. Pretorius se ofreció voluntario a King-Hall y aunque los británicos desconfiaban de los afrikaners por las simpatías que en general mostraban hacia la causa alemana, Pretorius pronto dio pruebas de su lealtad al Imperio y también de su eficacia. Disfrazado de nativo y tiznado de negro, entró en el canal Kikunja y midió la profundidad de sus aguas; luego, localizó al Konigsberg en un recóndito rincón de ese mismo canal y calibró las defensas que quedaban en el buque. A finales de marzo, King-Hall tenía todos los datos sobre el barco enemigo. El Konigsberg, entretanto, con parte de su maquinaria enviada a Dar para ser reparada, no podía moverse. Cien de sus hombres, además, por orden de Berlín, habían desembarcado para unirse a las tropas alemanas que combatían en tierra a las órdenes de Von Lettow.
En junio llegaron los torpederos blindados solicitados por King-Hall, el Severn y el Mersey, barcos muy rápidos, de poco calado y armados de potente artillería. Durante la noche del 5 de julio entraron en el canal y atacaron al Konigsberg en la madrugada del día 6. El combate duró nueve horas y tanto el buque alemán como los dos británicos sufrieron serias averías. La artillería de Loof rechazó al fin el ataque y los dos torpederos se retiraron. Pero el «leopardo» alemán quedaba ya muy tocado.

Los dos buques ingleses fueron enviados al puerto de la cercana isla de Mafia, reparados y reforzados de armamento. El día 11 de julio, a plena luz del día, atacaron de nuevo. Fue un combate salvaje. El Kónigsberg comenzó a hundirse y algunos aeroplanos británicos remataron la faena lanzando bombas desde el aire.
Por primera vez en la historia se ensayaba un ataque combinado de fuerzas navales y aéreas. A las 2.20 de aquel día, el Konigsberg perdía toda su capacidad de fuego y quedaba a merced del enemigo.
Loof fue herido de gravedad, y pese a ello se negó a abandonar el buque antes de que lo hicieran todos los hombres supervivientes de su tripulación.
Se evacuaron también del barco cuantas armas no habían sido destruidas por los atacantes. Loof bajó a tierra con bandera imperial en los brazos.
Treinta y dos oficiales y marinos alemanes murieron en la batalla y, de los 188 supervivientes, sólo 23 resultaron ilesos. Entre los heridos, 65 se encontraban en estado crítico.

Solo nos faltaba un viaje en tren hasta el puerto de Génova, Italia y tomar el trasatlántico que nos regresaría a America. Decir primera clase en tiempos de guerra es igual a tener un compartimento para cuatro personas.
Aquí íbamos seis.
—Isabel, siéntate a mi derecha por favor.— ¡grave error!. La expresión de ira contenida al escuchar aquel nombre, me alertó de una mala decisión mía y de parte de Candy.

—Ya no estamos en el barco y no soy tu enfermera a cargo, ¡ya no estoy bajo sus órdenes! Albert —No fue más... salió por entre las demás personas que se encontraban con nosotros en aquel compartimento de tren.

—¡Espera! —grité al acelerar mi paso intentando alcanzarla, dando tumbos con otro grupo de personas que se aferraban a uno de los bastidores del área general.

El tren ya había avanzado, algunas personas subieron mientras corrían y pegaban un salto para subir. Candy pegó el salto para bajar. Cuando yo me lancé al vacío creyendo de haber hecho un buen tiempo, el tren ya había acelerado casi al límite haciendo que mi cuerpo diera varias vueltas al caer golpeando así mi espalda y mi cabeza con varías rieles.

—¡Albert!—escuche la voz angustiada de Candy llamándome.

Me levanto con bastante dificultad y avanzo unos cuantos pasos hasta llegar adonde avanzaba corriendo hasta mi, Candy.

—No pasó nada, Candy — no obstante cuando ella se abraza con fuerza a mi cintura: se oyó el horrible sonido del metal al detenerse, mire hacia atrás de donde provenía aquel ruido y una serie de explosiones continuas avanzaba con dirección a nosotros, por sobre la vía de aquel tren. Cargue a Candy al lanzarme hacia el lado opuesto de aquellas explosiones que cubrían de humo la salida de la estación. "Si alguna vez has quemado plástico en el patio trasero de tu casa y ves ese humo negro... Así
era". "Estaba negro, simplemente negro. Se notaba el olor químico. Te ardían los ojos. Se podía poner muy feo si estabas a favor del viento".
Cubrí a Candy con mi cuerpo cuando llegó la última detonación.
—¿Vieron eso?— alguien gritó.

Fin

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