Enfermera 2

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Tres meses antes:

Vudú, vudú, vudú... Durante días no dejé de pensar en el vudú, doctrina ancestral poderosa que de seguro me ayudaría con mis deseos. Mi racionalidad estaba minada, porque ya era incapaz de apartar de mi mente mis miedos y temores a su magia maligna.
  Siempre había pensado que lo oculto nos asusta y que el saber es dominación, así que me dejé llevar por el ansia de profundizar en lo desconocido y ello me impulsó a hacer algo que implicó tener un secreto que no compartiría con Albert, ni con nadie.
  Comenzó mi odisea cuando, buscando libros con información sobre el tema, al no encontrar nada, hablé con gente de aquí y de allí mostrando mi atracción e interés por dicha religión, hasta que un día, por casualidad, en el vecino poblado de Tamu, uno de sus habitantes me habló de un extranjero, un hombre extraordinario que hacía rituales y trabajos de amparo contra el mal de ojo. Así es como conseguí que me presentara a su mago, su bokor, aunque previamente tuve que jurar que jamás volvería a contactar con él ni haría por conocerlo personalmente. En cuanto cumplí el requisito, fui invitada a un ritual iniciático de protección.
  Saber que pronto tendría una primera toma de contacto con el bokor y que conseguiría la ansiada protección frente al maleficio que yo entendía que habían conjurado contra mí y que me estaba ocasionando continuos desvelos me dio gran satisfacción. Creí que era la forma de frenar aquella magia que me perjudicaba y podía causarme males mayores, incluso la muerte. Hace años, vi morir varias personas por culpa del vudú, y yo no quería correr ese riesgo. Estaba dispuesta a todo por introducirme y poder controlar las creencias que me aterrorizan.
  Como tenía idea de asistir al ritual sin que nadie lo supiera, me inventé una convención médica en el extranjero y con esa excusa justifiqué ante todos mi breve ausencia. Mentí a todos: a mis compañeros de trabajo, a mis hermanos y a Albert. Les solté mi falsa historia de que iba a unas jornadas de pediatría y ninguno de ellos imaginó que mi viaje, en realidad, era a un lugar tan cercano para un asunto tan peculiar.
  Cuando por fin llegó el día de la ceremonia, fui trasladada a una cabaña en la periferia del poblado, a una choza pequeña y vacía con paredes toscas de barro y el típico tejado de ramas. Allí permanecí durante tres días, tres días eternos, los más largos de mi vida. Estuve sola, sin comer, sin hablar y a oscuras. Tanto tiempo encerrada sin nadie que me acompañara me llevó a pensar en muchas cosas..., pensé en casi todo. De primeras, hice un repaso de mi vida, de mis debilidades, mis objetivos y mis metas que me llevaron a comenzar un monólogo interno negativo poco realista y contraproducente. Después, llegó el tiempo de la duda. Me dije: «Estás loca, ¿qué haces aquí?». Aquel recelo me impulsó a irme, a escapar, pero finalmente recapacité y pensé que no tenía nada que perder, así que proseguí.
  Al cuarto día, me llevaron a otra cabaña más amplia donde alguien me dijo que debía desnudarme. Obedecí sin más. La orden no me sorprendió. Soy enfermera y muchas veces pido eso mismo a mis pacientes para hacer mi trabajo. En aquel momento, era del todo sumisa y receptiva. No siento vergüenza de mi cuerpo, no dice nada de quién soy ni de lo que llevo dentro. Es solo anatomía compuesta de órganos, tejidos, células... Mi cuerpo es solo un envoltorio.
  Algo que recuerdo que me impresionó fue el suelo totalmente encharcado de sangre. Había mucha sangre, demasiada, y, cuando empecé a cuestionarme su procedencia, un hombre con la cara pintada de blanco cual terrible máscara dramática de ojos lúgubres fue pasando un trapo empapado de aquel fluido por mi cara, mi pelo, mi espalda, mi torso, mi abdomen, mis brazos y mis piernas hasta embadurnar y cubrir todo mi cuerpo.
  De inmediato mis pulmones se aceleraron, comenzaban a captar el máximo de oxígeno posible en cada inspiración. Sentí mi organismo activando todas las funciones a pleno rendimiento. Mi hipotálamo impulsaba el sistema nervioso simpático, desatando una reacción en cadena. La médula adrenal vertía adrenalina a raudales, aumentó mi presión arterial y la frecuencia cardiaca y, por último, sentí la variación de mi temperatura corporal. Noté escalofríos, temblores y que se me ponía la carne de gallina. Recuerdo que temblaba sin control.
  Enseguida estuve lista y miré al frente, dejándome atrapar por las imágenes de lo que me rodeaba. Mis ojos se convirtieron en un zoom óptico que acercaba los objetos hasta pegarlos a mí para después alejarlos. Iba y venía el altar con sus mugrientas velas oscuras, una cabeza despellejada de una cabra sacrificada, partes disecadas de pequeños animales muertos y unas tétricas tallas de madera oscura. Pasado un rato, por la puerta apareció majestuoso el bokor, sobrecogiéndome con su tez morena pintada de blanco que evocaba la muerte. Mi respiración fallaba, se paraba y se reiniciaba bruscamente. Entonces cerré los ojos e intenté evocar recuerdos que me permitieran tranquilizarme y normalizar el impresionante momento al que me enfrentaba. Mi sangre se heló.
  Recuerdo al bokor con su chaleco oscuro de piel de pelo de animal y pantalón abombachado blanco, que entonó un cántico espeluznante del que no pude identificar ni una sola palabra. Después, su ayudante habló.
  —Utaanza sherehe. Utapokea kinga dhidi ya nguvu za giza.
  Aquellas palabras pude comprenderlas, era suajili. La ceremonia iba a empezar y yo recibiría protección contra los malos espíritus y conjuros.
  —Niko tayari —dije yo manifestando que estaba preparada.
  El bokor invocó a sus dioses con oraciones.
  —O Baba yetu! Naomba kuisihi maombezi yako kwa ajili yetu. Naomba ulinzi kwa mwanamke huyu juu ya majeshi maovu. Naomba ulinzi kwa mwanamke huyu juu ya majeshi maovu. Amina!
  »Bwana wetu Mungu Mwenyezi, unasema: omba na utapokea. Nisikilize! Niangalie kwa upole! Mungu atupe nguvu! Mungu humponya mwanamke huyu!  »Rudia na mimi: mwenyezi kulinda mimi —me ordenó que repitiera.
  —Mwenyezi kulinda mimi —repetí.
  —Rudia na mimi: nipe nguvu yako.
  —Nipe nguvu yako —le pedí fuerza al poderoso.
  —Rudia na mimi: mimi ni wako.
  —Mimi ni wako —dije que era suya.
  El bokor agitó con levedad una rara vara de madera y comencé a notar una especie de energía que entró dentro de mi cuerpo. Fue como que inicialmente me penetrara en el corazón y después se extendió invadiéndome por completo. Después sentí que algo extraño paralizaba mis manos y me poseía, y así terminé perdiendo la consciencia.
  Pasó algo de tiempo, no sé cuánto, y desperté medio aturdida, tirada en el suelo, todavía desnuda y manchada de aquella sangre reseca que tiraba de mi piel. Me aterró verme de aquella forma, sin saber lo sucedido en ese espacio de tiempo. Han pasado meses y sigo ignorando qué sucedió en esos minutos desde mi pérdida de consciencia hasta que volví en mí. Aquel vacío de memoria sigue angustiándome hoy en día.
  Supe que debía irme, así que me levanté y, cuando me vestía, apareció una mujer para hacerme una última advertencia. Tenía prohibido hablar del rito, porque, de lo contrario, pagaría con sangre la traición, por eso tuve claro que lo sucedido sería un secreto que no revelaría jamás.
  Pronto, todo acabó y me sentí aliviada. Al poco, experimenté algo especial, una vitalidad extraordinaria. Fue como si me hubiera transformado en mi propio dios y me creyera capaz de todo. Lo cierto es que me sentí bien, optimista, fuerte, alegre, vital y como con un escudo protector que me liberaba del mal.
Con ese estado de ánimo, regresé al trabajo, donde me esperaba Albert.
  —Ya estoy aquí —lo saludé pletórica.
  Nos acercamos, me abrazó con fuerza y nos besamos por primera vez.
  —Te noto especialmente contenta —me dijo.
  —Me encanta llegar y que estés aquí, así de cariñoso.   —Pones cara picarona. Te veo distinta, radiante, no sé. ¿Has disfrutado mucho? Cuéntame cosas del congreso. ¿Has visto a algún conocido? —me preguntó ansioso, deseando saber detalles de la convención.
  —No, no vi a nadie conocido.
  —Bueno, pero habrás hecho amigos nuevos —dijo él observándome asombrado.
  Se sentó sonriente en una de las sillas junto a mí y con ganas de conversar, sin embargo, yo no deseaba hablar. Quería ocultarle lo vivido días atrás.
  —No, la verdad es que no hemos tenido mucho tiempo para relacionarnos y la gente que asistió me pareció bastante estirada y aburrida.
  —No me puedo creer lo que me dices. Eres muy sociable y estás especialmente radiante. Hace mucho que no te veía así de feliz. ¿No será que hay una sorpresa en camino? Ya sabes... —sonrió tocándose la tripa.
  Su apreciación me molestó y cambié de actitud. Me puse seria.
  —No, sabes que no —le dije molesta.
  —¿Te enfadas?
  Su pregunta me hizo darme cuenta de que había sido arisca, así que me serené.
  —No, es que siempre estas igual y no quiero seguir hablando del tema.
  —Ok, no hablaré de ello. Solo pretendía hablar, pero parece que hoy no encontramos el tema oportuno.
  —Lo siento —me disculpé porque tenía razón, toda la razón.
  Nos quedamos callados dos eternos minutos y después reinició la conversación.
  —Te he comprado un libro que te va a gustar.
  —¿Sí?, ¿de qué?
  —Adivina. Pensé en ti y tu rara biblioteca con todo tipo de libros: de filosofía, horticultura, astrología y montones de novelas.
  El libro me atrajo y ansiosa fui ojeándolo, pasando páginas y leyendo títulos hasta que llegué a una parte interesante.
  —Vudú es una palabra que significa «espíritu» en la lengua fon y ewe. Es el vudú una religión oriunda de la costa atlántica de África. El vudú ha sido el origen de muchas otras religiones y creencias que han surgido en las islas de América, en la zona del Caribe, en regiones del sur de Norteamérica o en Suramérica, como el vudú de Haití.
  —Michel es de Haití, ¿verdad? —me interrumpió Albert.
  —Me parece que sí. —Seguí leyendo ansiosa—. Bla, bla, bla. La religión vudú es una religión animista. Cree en entidades no humanas, en seres divinos o espíritus, o al menos participan o son poseedoras de principios o potencialidades divinas. No hay separación entre el mundo material y el trascendente, por lo que rocas, montes, plantas, animales, fenómenos atmosféricos y demás entidades materiales tienen un alma o un espíritu, o manifiestan a dioses y espíritus de distintas categorías dentro de la jerarquía trascendente. —Me detuve al llegar a lo que buscaba—. Rituales. Interesante —dije mientras descubría una relación de ceremonias que se detallaban.
  —Cariño, lo compré para que te entretengas. Solo son tonterías, y te veo muy interesada.
  Estaba claro que él quería que dejara la lectura para otro momento, pero yo no podía parar. Me sentía demasiado atraída y con ganas de saber más y más.
  —Ya lo sé, me entretiene —le dije para que me dejara leer tranquila—. Rito para las mujeres que quieren forzar al hombre al matrimonio.
Era exacto. Sonreí.

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