Capítulo 89 ¡Penúltimo!

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Deneb Kepler

—¿No habías pedido libre hoy para acompañar a Marcus?

Eché mi traje estirado en el asiento trasero del auto y unas carpetas con documentos que tenía que rellenar ese día.

—Marcus más que nadie me entiende. La ciencia no puede esperar, mamá.

—Deneb... —musitó en forma de regaño.

—Mamá, no puedo faltar hoy. Además, solo estaré hasta medio día, llegaré una hora antes de la boda, tiempo justo para ayudarlo a arreglarse, darle vodka para los nervios y ofrecerle mi ayuda por si se está arrepintiendo. Por supuesto que mi ayuda consiste en manejar el auto hasta estrellarlo contra algún muro, porque estoy seguro que Alexia no lo perdonaría si se atreve a dejarla plantada, y la única forma de que fuera piadosa con él, sería viéndolo medio moribundo en el hospital.

Ella negó reiteradas veces.

—No se va a arrepentir, está muy enamorado para hacerlo.

—Bien, me deja mucho más tranquila saber que mi hijo no va a acelerar contra un muro.

—Acciones desesperadas requieren medidas desesperadas —le dije, dejándole un beso en la mejilla—. Nos vemos, mamá. Mañana por la noche estaré por aquí, o quizás pase directo al trabajo el lunes. Te aviso.

—Pensé que los domingos también trabajabas.

—He pedido libre mañana, por eso tengo que ir medio día al menos. Tengo cosas que resolver por allá.

Ella sonrió, dándome a entender que mi referencia era muy obvia. Que eso que tenía que resolver recaía en un nombre con cinco letras: Hazel. Así de fácil era descubrirme cuando se trataba de ella, pues se me notaba en la cara, en los ojos, incluso en mi piel, que se erizaba al recordarla.

—Cuídate mucho, ¿sí? Maneja con precaución y me avisas cualquier cosa.

—Así lo haré, mamá.

Me dejó un beso en la frente antes de que yo subiera al auto. Estuve solo en las instalaciones ese día, registrando lo que detectaba el telescopio y todas las señales que enviaba hasta la computadora. Eran muy monótonos los fines de semana, por eso y porque el lugar se encontraba vacío, me dedicaba a mirar con más detalles las imágenes que entregaba el telescopio Reed, ayudándome de un libro que me había regalado mi jefe, como regalo de cumpleaños, para poder reconocer lo que mis ojos veían.

—¿Qué haces, Deneb?

Me giré al escuchar la voz de mi jefe, un poco exaltado, pues no esperaba que nadie llegara hasta el medio día. Me observó de arriba a abajo y me sonrió de una forma cómplice.

—No deberías estar viendo las imágenes.

—Es parte del proyecto, ¿no? —pregunté, intentando no sonar nervioso. Mi trabajo los fines de semana se trataba básicamente de ver que el telescopio no fallara—. Además, solo estaba observando un poco, intentando ver lo que los expertos pueden apreciar.

—¿Y te cuesta?

—Me agrada —le comenté al no saber qué responder ante su pregunta. Volví a caminar hasta mi escritorio, donde los parámetros y cifras seguían apareciendo—. ¿Qué hace usted aquí?

—A mí no se me ha olvidado que hoy tienes una boda, ni mucho menos que eres el padrino.

Le sonreí. Aunque a veces el señor Reed me saturaba, no dejaba de parecerme un buen hombre.

—¿Qué haces aquí? —preguntó.

—No me podían cubrir en la mañana. Y está bien, alcanzo a llegar si salgo a las doce de aquí. Mi trabajo como padrino lo dejé listo hace semanas.

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