Capítulo 16

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Deneb Kepler

—¿Qué tal lo he hecho? —pregunté, apenas estuvimos a solas.

—Bien —respondió ella y se levantó de su asiento—. Vamos, para que dejes tu maleta.

Subimos al cuarto piso y caminamos a la habitación 402. Hazel abrió la puerta pasando una tarjeta por un pequeño lector de códigos, dándome a entender que las llaves ya eran cosa del siglo pasado. La habitación era de otro nivel, y no solo por el tamaño, sino por la grandiosa cama que estaba a metros de nosotros, era como la de las películas, donde los protagonistas se tiran con los brazos abiertos para hundirse en su comodidad. En la pared contraria había una televisión moderna, que, sin mentir, le faltaban pocas pulgadas para ser del porte de mi cama. Muebles de buena madera, una pequeña terraza que daba vista a un interminable jardín invernal y un cómodo sofá por si la cama no te bastaba. Hazel en definitiva vivía una vida de lujos.

—No está nada mal... —comenté.

Caminé hasta la cama y me senté. Sí, era igual de cómoda a como lo pensaba. Quedé observando a mi alrededor, cada detalle de la habitación, porque la primera pasada no fue suficiente para absorber todo. Hasta que llegué a Hazel y no pude evitar detenerme. Estaba distante, ni siquiera me miraba. No sabía si mi presencia era tan insignificante en su vida para que no recordara que entré detrás de ella, o no quería mirarme porque sus ojos castaños se podían transformar a rojos y lanzar llamas asesinas. Caminó hasta su tocador y fingió buscar algo, pero, como era de esperar, no encontró nada, porque no había nada que encontrar.

Ahí me di cuenta que, en realidad, ella estaba muy consciente de mi presencia, e iba a poner cualquier excusa para no mirarme.

—¿Por qué no querías que viniera?

—Porque ya no tenía ganas de verte.

—No me convence esa respuesta vaga.

—¿Seguro? Creo que es evidente que estoy enojada, Deneb. Y no es una respuesta vaga, sino concreta.

—Sí, lo sé, y respecto a eso... —murmuré y solté un suspiro. Ya quería soltar el problema, fue una carga en mi espalda que estuvo toda la semana, y sinceramente, encontré que era innecesaria—. Lo siento, no debí dejarte sola, mucho menos en ese momento.

Ella se giró a mirarme, sus ojos estaban despampanantes en furia.

—¿Qué estuviste haciendo esa noche? —me preguntó—. Mientras yo esperaba en el sillón de tu casa y le decía a tu madre que no se preocupara, que llegarías en unos minutos. ¿Qué mierda estabas haciendo cuando tu abuelo me vio dormida al frente de la chimenea con mi celular botado en el piso porque no di más del cansancio por esperarte?

—Hazel...

—Deneb, respóndeme, ¿qué estabas haciendo esa noche?

—Solo salí... —murmuré, intentando darle una respuesta que ella aceptara—. No podía estar en casa.

—¡Pero yo estaba ahí! Yo, que apenas llevaba unos cuantos días conociendo a tu familia...

—Sí, lo sé, perdón...

Ella volvió a mirar su tocador, cerró sus ojos y llevó sus manos a su cabeza.

—Fue tan incómodo...

Me levanté y caminé hacia ella. Quise abrazarla, porque sentía que mis palabras no eran suficientes para disculparme, pero solo puse una mano sobre su hombro.

—Hazel, en serio lo siento. Te juro que te lo voy a recompensar, seré el mejor novio del mundo estos dos días. Te lo prometo.

Ella me observó a través del espejo, su semblante ensombrecido me daba curiosidad. Estaba así desde el aeropuerto, pero dudaba mucho que yo fuera el causante de eso. No era tan importante en su vida para apagar su mirada, y si lo fuera, sería el hombre más idiota del mundo por provocar que sus ojos castaños se volvieran opacos.

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