Deneb Kepler
Nunca había sido muy bueno con las redes sociales, pero no conocía una mejor forma que esa para averiguar sobre la vida de alguien.
Me sentí un poco culpable y avergonzado cuando busqué a Hazel. Tenía la sensación recorriéndome en la espalda de que alguien me estaba observando, viendo cómo después de todo el tiempo transcurrido aún no la superaba. Pero necesitaba algo, una foto, un comentario, una sonrisa, cualquier cosa que me pudiera transmitir un mensaje sobre ella. Aún no sabía qué estaba buscando, pero cualquiera que fuera la respuesta, tenía que llegar al mismo fin: hacer que me detuviera. Quizás, dentro de toda la falsedad de las redes sociales, yo buscaba ver sus despampanantes ojos castaños desbordando alegría, o una sonrisa que llegara a cada uno de mis terminales nerviosos calmando mi cuerpo. Pues si ella estaba siguiendo con su vida, logrando vivir en paz consigo misma, ¿por qué yo no?
Lamentablemente, no terminé encontrando mucho.
Un par de fotos de ella con una sonrisa afable, algunos paisajes de lugares que había visitado y nada más. Simple, sin revelar mucha información, tan discreta como pensaba que era ante el ojo público, pero no me sirvió de nada en ese momento que fuera de esa forma que tanto me encantaba. Yo necesitaba saber. Así que tuve que ir más allá, buscando al idiota de Philip, y él sí que me entregó información.
Cada tres fotos de él subía una foto con Hazel. En restaurantes, en el auto, en su departamento, en familia. Fotos donde le demostraba al mundo que esa chica castaña que estaba a su lado con una sonrisa preciosa, no tenía ojos para nadie más que él.
Mi estómago se revolvió al mismo tiempo que mi pecho se sintió sofocado. Fue un acto instantáneo dejar el celular a un lado e ir hacia la ventana para encontrar el aire que se quería escapar de mí. Me apoyé en el marco e inspiré como estaba acostumbrado a hacerlo. De esa forma que me había salvado la vida muchas veces.
Hace tiempo no tenía una crisis. La sensación en mi pecho y el leve pánico que se presentaban de vez en cuando, siempre lograba calmarlos con respiraciones. Ya sabía reconocer los síntomas, esos que antes parecían pasar desapercibidos, por lo mismo también sabía prevenir aquellos ataques hacia mi cordura.
Sin embargo, siempre terminaba escabullendo en mi mente, pensando en el día que esa técnica de respiración no me sirviera, que mi pecho doliera tanto y la sensación de muerte estuviera tan cerca, que ya no supiera cómo controlarlo. No me quería volver a sentir mal, lógico, ¿quién en su sano juicio le gusta sentirse en la mierda?
Tenía la sensación de que terminaría sumido en la locura y nadie iba a poder impedir mi fin. Y ese pensamiento que me atormentaba, era tan contraproducente como mirar las fotos de Hazel. Por más que ya no las estaba viendo, quedaron grabadas en mi mente. Se veía distinta, más calmada, más centrada, una chica mucho más recatada y madura que la que conocí en la universidad. Su cabello se veía liso y usaba un estilo formal a la hora de vestir, era una adulta en todo el sentido de la palabra, y yo... yo era un adolescente perdido de 24 años.
Sacudí mi cabeza para intentar alejarla de mis pensamientos y decidí ir al otro extremo. Mis días se resumían en buscar una forma de olvidarla, sin mucho esfuerzo, y pensar en la salud de mi abuelo. Mi cortisol estaba en las nubes, y era algo que sabía, no era sano para mi salud mental permanecer en el bucle que yo mismo creé, pero sentía que estaba en medio de arenas movedizas, y entre más luchaba más me hundía, por lo que decidí simplemente estar... Y bueno, tampoco tenía energías para luchar.
Mi abuelo había estado mal durante la semana, no era algo nuevo, sin embargo, lo que sí fue nuevo fueron las recomendaciones del doctor, las cuales traduje como dejarlo morir en casa. No fueron esas sus palabras específicas, pero estaba seguro que eso quiso decir cuando me dijo que nada cambiaría si lo internaba. Así que estaba en casa, acostado en su cama y rodeado de sus cosas, teniendo visitas de médicos cada ciertos días y tomando medicamentos para calmar molestias. No era de su gusto y él lo hacía saber. Estar enfermo no le impedía quejarse, eso jamás se lo pudieron quitar.
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Estrellas en el firmamento ✔️
RomantizmHazel jamás pensó que, en la noche del cumpleaños de su mejor amiga, iba a conocer a un chico que le cambiaría el sentido al resto de sus días, ni mucho menos que después de una propuesta por parte de él, ella terminaría fingiendo ser su novia delan...