Capítulo 20

1K 178 4
                                    

Hazel Bell

Me dolía cada parte de mi cuerpo, desde mis pies hasta mi cabeza, pero alguien tenía que abrir, ya llevaban tres golpes seguidos y el ruido era incompatible con la resaca. Me saqué la manta de encima y pestañeé varias veces hasta que pude enfocar la habitación. Me paré cuando volvieron a tocar, y aún un poco aturdida casi tropiezo camino a la puerta. Miré hacia abajo para ver qué era lo que había interrumpido mi paso, fue extraño ver a Deneb durmiendo en el piso. No tenía la capacidad mental en ese instante para comenzar a preguntarme por qué mierda estaba tirado en medio del cuarto cuando en la cama caían al menos tres personas más, me limité a pasar por arriba de él y abrir la puerta.

—¿Sí? —dije.

El hombre que se encontraba afuera ladeó la cabeza y me miró extrañado, pero segundos después aclaró su garganta y volvió a su formalidad.

—Disculpe, señorita Bell, les traje el desayuno.

Entró una bandeja y la dejó encima de la cama, intentó no mirar el desorden, ni a Deneb que dormía en el piso. Volvió a salir manteniendo su profesionalismo.

—Recuerde que en dos horas debe abandonar el lugar.

—Claro... —murmuré e intenté detener un bostezo, pero no pude—. Gracias...

Cerré la puerta y me quedé apoyada en ella. Necesitaba un momento más para despertar e intentar entender cómo le habíamos dado un vuelco a toda la habitación. Llevé mi mirada a la bandeja y vi unas pastillas.

—Mis padres, qué considerados...

Me tomé dos de inmediato junto a un juego de naranja natural. Tuve que abrir una botella de agua, porque necesitaba saciar mi sed, necesitaba hidratarme después de todo el alcohol que consumí la noche anterior, y también reponer las lágrimas que sabía que había botado porque me ardía el borde de mis ojos.

—Deneb.... —hablé.

Deneb se removió en el piso junto a unos giros hasta que abrió sus ojos con pesar. Miró a su alrededor intentando ubicarse y a los segundos se paró con bastante dificultad. Pude ver cómo sus huesos se acomodaron solo por la expresión de dolor que retrató su rostro. Le ofrecí una pastilla y él se la echó a la boca.

—¿Para qué es?

—Creo que para la resaca.

—No tengo resaca —dijo, tragándosela—. ¿Crees que funcione para el dolor de espalda?

Me encogí de hombros y bebí otro sorbo de agua.

Deneb se sentó en la cama y soltó un suspiro. Miré cómo intentaba desperezarse, e inevitablemente comencé a recordar poco a poco el gran espectáculo que formé ayer en la noche. Mi llanto descontrolado y mis tontas preguntas sobre Philip, me sentía avergonzada.

—Lo siento... —murmuré, apenada—. Ayer bebí más de lo que aguanta mi dignidad.

—Tranquila, fue divertido.

—Sí, super... —solté con ironía.

Nos mantuvimos en silencio. Por mi parte, aún estaba intentando que el dolor de cabeza dejara de ser tan fuerte, por parte de Deneb, creí que él estaba intentando lo mismo con su espalda, pero me equivoqué.

—Yo también quería pedirte disculpas.

—¿Por qué? —pregunté extrañada. Los recuerdos de la noche anterior aún no llegaban tan lejos.

—Porque... ya sabes, te besé —contestó él. Yo lo dejé de mirar al instante, recordando ese momento de manera fugaz—. No debí hacerlo, aunque tú lo pediste, estabas un poco borracha.

—Deneb, Dios, qué vergüenza —murmuré y negué con la cabeza teniendo la clara imagen de yo pidiéndole que me besara—. Lo había olvidado.

Él soltó una risa baja, no pude descubrir con qué intención.

—No fue tu culpa, en ese momento tampoco estaba tan borracha —admití y me paré de la cama, apresurada—. Después de que desapareciste, Sally me dejó a rienda suelta con el alcohol, ahí me terminé de emborrachar... Me bañaré, necesito quitarme este vestido de una vez.

Él asintió.

—Desayuna y... —no supe qué más decir, estaba nerviosa y avergonzada—. Busca en mi laptop un pasaje de avión por mientras, el que más te acomode, en serio.

No esperé que respondiera, entré al baño y caminé hacia el espejo para ver mi cara. ¡Por Dios! ¿Por qué nadie me avisó que me encontraba en ese estado tan deplorable?

Deneb ni siquiera había hecho una mueca cuando me vio con mis greñas alborotadas y mi maquillaje corrido, ¿y cómo lo iba a hacer? Ni siquiera pudo negarse cuando le pedí que me besara.

—Me besó... —murmuré y con las yemas de mis dedos toqué mis labios.

Cada segundo que pasaba, mi mente me hacía recordar un poco más de ese beso. Me alarmé cuando cerré mis ojos y lo sentí, sus manos en mi cintura, sus labios sobre los míos y como poco a poco el beso dejó de ser un simple roce. Lo sentí. Por completo, como si estuviera pasando en ese momento, como si Deneb hubiera entrado al baño y me hubiera besado sin aviso en ese transe desprevenido en el que me encontraba. Una punzada de calor recorrió mi estómago, agradable, pero a la vez extraña, y eso provocó que abriera mis ojos de inmediato.

Después de Philip, después de besarlo por última vez en ese atardecer naranja antes de terminar con él, no volví a besar a otro chico. No hasta Deneb.

Sacudí mi cabeza con la esperanza de que todas esas sensaciones, recuerdos y confusiones salieran de mi cuerpo, pero no funcionó. Porque no me había desagrado el beso, o el hecho de saber que él me había besado. Y con tan solo pensarlo mi mente iba un poco más allá, dejándose llevar por esas sensaciones expansivas y cálidas.

Nadie me podía culpar, después de dos años cualquier beso me hubiera llevado a la luna, y el correcto, me hubiera dejado con una curiosidad insaciable. Y Deneb... Deneb se estaba metiendo en mi cabeza como un enorme signo de pregunta y exclamación juntos.

Salí envuelta en una toalla después de ahogarme en agua fría. Intenté no verme cohibida por su presencia, pero fue inevitable, porque no podía dejar de pensar en ese beso.

—¿Encontraste un pasaje?

—Sí, pero... —murmuró y levantó su mirada. La apartó al instante cuando se topó conmigo. Supuse que no esperaba que estuviera en toalla, y la verdad yo tampoco, porque tuve la posibilidad de ponerme una bata que cubría mucho más y no corría el riesgo de que se me cayera a mitad de camino—. No encontré uno para hoy, estoy intentando ver si hay sobrecupo.

—No hay problema, puedes quedarte en mi casa esta noche —le dije con tranquilidad—. En serio.

—¿No te molesta?

—No, para nada —respondí—. Deja eso ahí y ve a cambiarte. Yo compro el boleto, tranquilo.

Deneb asintió y tomó sus cosas para entrar al baño. Me quedé tranquila recién cuando escuché el agua correr. Me cambié de ropa rápido y compré un boleto de avión para las 3 de la tarde del día siguiente, era el único vuelo disponible. Y me alegré, sentía que si se iba de inmediato quedaría todo desordenado entre nosotros, por el beso, por mi llanto, por esas miradas que a veces me daba y me llenaban de curiosidad.

Cuando ambos estuvimos listos, salimos de la habitación y nos fuimos a mi casa cruzando apenas un par de palabras. No tenía idea de qué era lo que pasaba por su mente, pero por la mía solo pasaba la borrosa imagen de sus labios sobre los míos.

Estrellas en el firmamento ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora