Capítulo 51

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Hazel Bell

Para intentar relajar mi mente me dije a mí misma que los profesores iban a tener consideración con lo que nos había ocurrido, pero no fue así. No podía decir que todos fueron frívolos, pero sí la mayoría de ellos, quienes nos dieron un par de días de marcha blanca, sin ningún tipo de evaluación, para después bombardearnos con los últimos trabajos del año.

Al terminar la llamada revisé todas mis notas. Tuve que entrevistar a un estudiante de ciencia política para poder completar un trabajo, el cual solo tenía una semana para entregar. Era largo, contenía más de 30 páginas. Lo más divertido, o irónico, es que el profesor había pedido que además del trabajo, le entregáramos un resumen de una plana y que al leerlo fuera liviano.

Me puse mis zapatos y tomé mi bolso para salir de la habitación. Alexia me dio mi termo con café y me tiró las llaves nuevas, ya íbamos tarde a la universidad según lo que marcaba mi reloj.

—Te has demorado hoy —dijo, cuando subimos al auto.

—Lo siento, se me ha hecho tarde con el trabajo.

—Da igual, solo comentaba —murmuró y se aclaró la garganta—. Hoy por la tarde saldré con Marcus, llegaré en la noche.

—Bien...

—¿No nos quieres acompañar?

—¿Por qué tendría que interrumpir su cita?

—Solo saldremos a pasar la tarde, Hazel —dijo con desinterés—. No es que vayas a ser un mal tercio.

—Gracias, pero tengo muchas cosas que hacer. Hoy hablaré con el profesor Hill, necesito que me dé una solución respecto al trabajo de investigación. Le he enviado alrededor de 10 correos y ninguno de ellos me los ha contestado.

Alexia hizo una mueca mientras yo ponía en marcha el auto.

—¿Nunca guardaste el trabajo en alguna memoria o algo?

Negué con lentitud, lamentándolo.

—Ya, tranquila. Sé que te esforzaste, pero no podemos hacer nada al respecto. Además, muchas chicas están en la misma situación, tu profesor...

—No, la mayoría de las chicas esa noche estaban en la residencia, sacaron sus pertenencias más importantes antes de escapar —la interrumpí, ya había averiguado con algunas compañeras para ver si estábamos con el mismo problema—. Y el selecto grupo que no alcanzó a sacar sus cosas, no están en mi posición, ellas le enviaban avances a su profesor guía, como tú.

—Te van a dar una solución —me aseguró, intentando tranquilizarme—. No fue tu culpa.

No quise seguir hablando, tenía un mal presentimiento, lo sentía en el pecho. Pero no sabía si solo era todo lo malo que me estaba pasando últimamente, o en realidad era una advertencia de lo que me estaba por venir. Porque cuando a uno le ocurre una desgracia, parece no venir sola, si no con una racha seguida de mala suerte.

Terminé mi café a medida que el profesor de relaciones públicas relataba la clase, apunté todo en mi libreta y cuando finalizó me fui directo a la biblioteca junto a Toby.

No sabía qué hacer, si intentar reescribir de nuevo mi trabajo de investigación o seguir buscando en mi correo algún rastro de este. Lo único que tenía era lo que le envíe al señor Walsh cuando le pedí que me concediera una entrevista, y sin exagerar, había pasado mucha agua bajo el río desde ese día. Casi 40 páginas de información se perdieron, y más de la mitad de la información era nueva.

—¿Almorzamos? —preguntó Toby—. Muero de hambre.

—No, no tengo hambre aún.

—Bien, yo iré. ¿Quieres que te traiga algo?

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