Capítulo 14

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Deneb Kepler

Después de una discusión con una señora de edad avanzada sobre a quién le pertenecía la maleta negra, me fui indignadísimo hasta una cafetería. Pedí un café de máquina lleno de azúcar y un sándwich envasado. Ninguna de las dos cosas eran de mi gusto, pero cuando Hazel no contestaba su celular en momentos como esos podía comer hasta mierda.

—¿Qué diablos quieres, Deneb? —preguntó cuando al fin se dignó a responder el celular.

—No esperaba ese «hola» tan amigable de tu parte, pero supongo que es tu idioma de la semana junto a la ley del hielo—le contesté con un tono hastiado—. Hazel, estoy en el aeropuerto, ¿puedes enviarme la maldita dirección de tu casa para así tomar un auto?

—¿Qué? ¿Cómo que estás en el aeropuerto?

—No me hablaste en toda la semana, supuse que yo tenía que comprar el boleto de avión —le expliqué.

—Si no te hablé y no te envié el boleto de avión, fue por algo muy evidente. ¡Ya no quiero que vengas a la celebración!

—¿Me estás jodiendo?

—Sí, es que tengo tanto tiempo para estar jodiéndote —respondió con ironía—. Ya les dije a mis padres que tenías cosas que hacer, y en una semana les contaré sobre nuestro trágico pero esperable rompimiento. No vengas. Adiós...

—Llamaré a Alexia y me dará tu dirección sin problema, así que ni siquiera se te ocurra cortarme —le advertí—. Hagamos esto por las buenas.

Escuché un gruñido a través del celular. Sonreí, me imaginé todo su rostro lleno de furia y las miles de maldiciones que estaban dirigidas a mi nombre.

—No te muevas de ahí, voy por ti —dijo.

—Dame la dirección, puedo tomar un taxi.

—Que me esperes ahí, Deneb, no juegues más con mi paciencia.

—Cálmate, puedo pagar un taxi. ¿Acaso me has visto cara de pobre?

—Sin ganas de ser prejuiciosa, tu casa no tenía calefacción —respondió.

Solté una risa al recordar ese pijama grueso que ocupaba y los calcetines dobles que no entendía cómo no le molestaban. En esos momentos donde me quedaba esperando a que se durmiera profundamente y así no me escuchara al levantarme, pude sentir el calor de la tela, sobre todo cuando se le olvidaba que la cama era de una plaza y media y su cuerpo, tal vez por inercia, se movía algunos centímetros al centro del colchón, llegando a invadir mi espacio con totalidad.

—Bien, te espero.

No había una razón lógica para que el café y el sándwich envasado supieran mejor después de conversar con ella, pero pasó, pude disfrutar su sabor añejo y todo el azúcar añadida del capuchino. Extrañaba su voz queriendo perder la paciencia conmigo. Tal vez fue porque no quería que estuviéramos enojados con la ley del hielo por delante, no quería un mal final para nuestra falsa relación.

Media hora después llegó Hazel en un auto rojo que me pareció una maravilla. Al entrar, ella con suerte me miró, solo se preocupó de andar.

Estaba molesta, ese no era un secreto para nadie. Y yo también, al principio, cuando me dijo todas esas palabras llenas de verdades, me puse furioso. Sabía que en ese estado no pensaba con claridad, que podía llegar a ser tan hiriente como un cuchillo recién afilado, fue por eso que preferí salir de casa.

Al día siguiente, cuando me di cuenta que la había dejado sola durante toda una tarde, noche y mañana, llegué a la conclusión de que la había cagado.

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