Capítulo 62

683 120 11
                                    

Deneb Kepler

—¿Estás cómodo?

—Que sí, Deneb.

—¿No quieres que te agregue otra almohada?

—Quiero que te calles y me dejes solo —gruñó mi abuelo.

—Oh, creo que estamos de malas.

Si mi abuelo hubiera tenido la suficiente fuerza, ya hubiera agarrado la lámpara que tenía a un lado para tirarla en dirección a mi cabeza, pero estaba tan débil, que gruñir, refunfuñar y hablar era lo único que podía hacer.

—Vete a tu trabajo.

—He pedido libre hoy —le conté mientras le acomodaba la manta en sus piernas.

—¿Por qué? ¿De quién has aprendido esas mañas de vago?

—Estuviste un buen tiempo en el hospital, abuelo. Perdón por pedir libre un día para venir a dejarte a casa, ponerte cómodo en tu cama y además acompañarte.

—Tu madre...

—Mamá está en la escuela lidiando con niños que ven los acrílicos como crema corporal.

Ignorando su mirada de desprecio, caminé hasta su estantería y elegí un libro. Estaba todo limpio, ayer habíamos cambiado las sábanas y sacado el polvo de los muebles para que él estuviera a gusto.

—Este se ve menos usado.

—Porque no me gusta —repuso.

—Pues creo que es buena hora para que te comience a gustar —le dije, dejándolo en la mesa de noche—. Tienes agua, tus medicamentos y una linda campana.

—Te voy a matar...

—Para que funcione, tienes que hacerle así... —Tomé la campana y la moví, dejando escapar un sonido molesto—. Y yo estaré aquí en dos segundos.

—Te voy a matar... —repitió de nuevo.

—No puedes matarme, porque de lo contrario no comerás la rica sopa que debo calentar en un par de minutos. De pollo con fideos, tu favorita.

—Deneb, ni siquiera sabes cuál es mi sopa favorita —me reclamó—. En serio ya...

—Y, como tu nieto es demasiado considerado, te he traído los últimos artículos de mi jefe donde en los agradecimientos claramente se adula a él mismo y le termina agradeciendo a su cerebro —le interrumpí, mostrándole los artículos impresos—. Unos lápices por si quieres marcar algo y... ¿Qué pasa?

Su mirada ya había pasado a otro nivel de amargura y odio, todo dirigido a mí.

—Basta.

—Abuelo, solo....

—Basta, Deneb.

Solté un pequeño bufido y lo miré desconcertado.

—¿Qué quieres?

—Estar solo.

—Bien, bien, pero...

—Ahora —me cortó.

Me sentí muy regañado, así que de mala gana y resignado, salí de la habitación.

No sabía qué le pasaba. Se había salvado, dentro del tiempo que estuvo en el hospital tuvo un infarto que con mucha suerte no fue mortal, pero eso no quitó el hecho de que lo dejó bastante mal, tanto que tuvo que quedarse casi un mes internado. Traté de hacer lo mejor posible por él, pero no sabía qué necesitaba.

Estrellas en el firmamento ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora