Capítulo 56

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Deneb Kepler

—¿Y Hazel?

Después de un «¿cómo estuvo el viaje?», esa fue la segunda pregunta que recibí. Intenté quitarme su imagen de mi cabeza durante todo el trayecto, pero estaba fija, sin poder cambiarla. De todas maneras, no había pensado en qué le diría a mi madre respecto a ella, ya que esperaba que viniera conmigo.

No tenía ganas de explicarle a mamá por qué terminamos, o explicarle que en realidad jamás habíamos estado juntos. Así que le dejé ese problema al Deneb del futuro, que al salir de la universidad tendría que volver a vivir en su casa y explicar cómo fue que esa relación llena de falso amor terminó.

—No pudo venir, estaba terminando un trabajo.

Había decidido ir a casa porque necesitaba un respiro si quería terminar todo lo que me quedaba para la universidad, pero mirando a mi abuelo y con las recurrentes preguntas de mamá, no sabía si estaba haciendo todo lo contrario, poniéndome yo mismo la soga en el cuello.

La llevé a mi hogar, le abrí la puerta de mi casa y la invité a conocer a mi pequeña familia, y por consecuencia, todo quedó lleno de ella. Cada pared, cada rincón, hasta mi cama y las estrellas... Nada pudo salvarse de la esencia de Hazel. Y lo único que quería era olvidarla, de una vez, sin un proceso largo y doloroso, simplemente ya no recordar su nombre.

¿Pero cómo hacerlo si todo me hacía recordarla?

Era sofocante su presencia en mi mente, mucho más después de todo lo ocurrido. No me sentía bien, había quedado resentido después de esa crisis... Odiaba llamarlas así, pero eso eran, aunque no me gustaba admitirlo. Hace mucho tiempo no me sentía tan mal, tal vez, desde que discutí con mi abuelo en las pasadas vacaciones de invierno.

El silencio me ponía nervioso, mirar el techo me revolvía el estómago y una sensación de ahogo se me avecinaba cada cierto tiempo. Estuve inquieto durante todo el día, mirando de un lado a otro, tomando uno que otro libro y pensando seriamente que un cigarrillo me ayudaría a quitar la ansiedad. Pero no era un chico que fumaba, jamás lo había probado por más que mis compañeros del colegio me insistieron, y en la universidad tampoco me llamó la atención, así que a mi pobre ansiedad le tocaba batallar sola.

No recuerdo la primera vez que sentí que el aire a mi alrededor era escaso. Creo que siempre sentí que no era suficiente para mí, que por más que respirara, nunca iba a satisfacer a mis pulmones como correspondía. Pero sí recuerdo la primera vez que sentí mi corazón moverse como un loco, fue la noche de mi cumpleaños número 12, la última vez que vi a papá. No comprendí por qué el miedo se apoderó de mi cuerpo, debía estar tranquilo o al menos aliviado por haberlo sacado de mi vida, pero no podía ni siquiera respirar. Y la escena se repitió, una y otra vez, en mayor y menor intensidad, sin embargo, siempre lograba encontrarme en un punto, volver a ser consciente de mí. Pero la situación ya se me estaba saliendo de las manos, no era normal pensar que iba a morir, no era normal sentir ese miedo que parecía irrevocable.

Decidí responderle la llamada a Marcus cuando se acercaba la hora de la cena, era la tercera vez que intentaba comunicarse conmigo durante el día.

—Deneb, ¿qué tal?

—Bien —respondí, tomando lugar en mi cama—. ¿y tú?

—Bien —respondió él—. Pero sabes a lo que me refiero cuando te hago esa pregunta, así que respóndeme como si esto no fuera una obra de teatro sin trama, por favor.

Pensé en responderle algo pesado para compensar ese momento de vulnerabilidad que viví frente a él, pero no pude, mis ánimos estaban por el suelo. Pasando una mano por mi cabello con la intención de aplastarlo, solté un suspiro de resignación.

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