Capítulo 69

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Deneb Kepler

No recordaba haber visto a mi madre salir de noche alguna vez. Quizás lo hizo cuando yo estaba en la universidad dejando a mi abuelo encargado con tía Tina, pero jamás una noche donde yo estuviera en casa.

—Te ves guapísima —le hice saber, dándole un beso en la mejilla—. ¿Quieres que te vaya a dejar?

—Puedo manejar, Deneb —me respondió.

—Como quieras. Aunque si vas a beber no tengo problema con ser tu chofer.

—Por favor, hijo —soltó ella, rodando los ojos—. Soy adulta, además solo iré al cumpleaños de una amiga.

—Eso no me tranquiliza, mamá. Yo también he ido a cumpleaños de amigas donde he terminado cometiendo mil estupideces.

Me quedó observando detenidamente con su ceño fruncido, hasta que terminó negando y tomando las llaves del auto.

—Quedó comida del almuerzo para que cenen. Recuerda apagar el gas cuando te vayas a acostar, y desenchufa todo —me pidió—. No quiero que se incendie la casa.

—No te preocupes, tú solo preocúpate de pasarla bien.

—Nos vemos —dijo, dejando un beso en mi frente—. Cuida a tu abuelo.

Se veía preciosa, era raro que se arreglara tanto, en general mamá no hacía más que pintarse los labios con un labial llamativo, su ropa suelta y fresca hacía el resto. Pero ahora andaba con su cabello bien acondicionado, unos pantalones de solo un tono y una blusa rosa, porque a ella no le podía faltar el color.

No era una persona celosa. Había sentido celos un par de veces cuando se trataba de Hazel, pero lo normales, no los que te hacían carcomer la mente. Así que mucho menos iba a ser celoso con mi madre, todo lo contrario, me hubiera gustado que en todos esos años se hubiera interesado por alguien y hubiera podido vivir el amor de una manera intensa, pero esta vez el recíproco, ese que mi padre jamás le pudo entregar. Lamentablemente, no se había abierto a la posibilidad de abrir nuevamente su corazón.

Cuando su auto salió por el portón, fui hasta el refrigerador. Ahí estaba la comida del almuerzo guardada en una fuente, no me apetecía, había atacado un paquete de galletas hace menos de una hora, así que cuando vi un pack de cervezas supe que era la opción correcta para pasar esa primera noche calurosa del año.

Con las cervezas en mi mano fui hasta la habitación de mi abuelo, di dos golpes y abrí, dejando mi cuerpo apoyado en el umbral y levantando las botellas heladas que se veían apetecibles para cualquier ojo humano.

—¿Qué haces, Deneb?

—¿Una cerveza, abuelo? —pregunté.

Sabía que él no podía beber, pero también sabía que le gustaba tomar una cerveza por la tarde en tiempos antaños y uno que otro trago fuerte cuando se trataba de una ocasión especial.

Tal vez lo hacía porque estaba asumiendo que el tiempo que le quedaba a mi lado se estaba terminando, pues en las últimas semanas lo había estado consintiendo un poco, haciendo lo que a él le gustaba, regalándole libros que sabía que eran de su agrado, aunque lo más probable era que no los iba a alcanzar a leer, pero ver su mirada de agradecimiento cuando me los recibía era suficiente para mí.

Lo ayudé a subir a su silla de ruedas y lo llevé hasta el jardín, donde el cielo nocturno dejaba ver algunas estrellas. Puse una silla a su lado y con el borde de esta destapé la cerveza, pasándole una a mi abuelo. Su mano tembló cuando la llevó hasta sus labios, pero la sonrisa de satisfacción al sentir el sabor de la bebida no se la quitó nadie.

Estrellas en el firmamento ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora