Capítulo 10

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Deneb Kepler

Como cada noche, me levanté sin hacer ningún ruido, quedé observando lo bien que dormía Hazel, lo cómoda que se veía acostada en mi cama. Me aseguré de que las mantas la cubrieran para que no sintiera frío y salí de la habitación. La madera vieja crujía a cada paso que daba, así que con las puntas de mis pies intenté hacer el menor ruido posible hasta llegar al salón. Prendí la chimenea y me acosté en uno de los sofás, cubriéndome con una manta parte de mi cuerpo.

Me quedé dormido al paso de los segundos, eran las dos de la madrugada y estaba muy cansado. Tal vez era la presión de tener que fingir todo el tiempo lo que me tenía tan agotado, o el hecho de que no pudiera dormir en mi propia cama, no con ella ahí.

Siempre ponía una alarma a las 7:30 de la mañana, en mi casa generalmente se levantaban a las 8, así que eso me daba tiempo para volver a la habitación. Pero esa noche, me desperté de un momento a otro. No supe la razón hasta que vi a mi abuelo al frente de mí, tirándome posavasos que mi madre tenía acumulados por todas partes.

Solté un gruñido cuando uno me llegó directo al rostro, incorporándome.

—¿Qué carajos, abuelo? —le pregunté, malhumorado.

—Tengo la misma duda. ¿Ya peleaste con ella?

—¿Qué? —emití, miré a mi alrededor, estaba un poco desconcertado, el cielo recién comenzaba a aclararse.

—Duermo en el primer piso y tu madre tiene un sueño muy profundo. Tienes la privacidad que cualquier chico quisiera tener. ¿Qué haces acostado en el sillón y no con tu novia, Deneb?

—Pues...

Pues... ¿Pues qué, maldición?

—Tiene un pésimo dormir y necesito mi privacidad —le mentí—. Eso es todo.

—Deneb...

—¿Te comenté que ronca? —volví a mentir.

—¿Y yo te comenté lo mucho que te conozco para poder ver a través de tus mentiras?

Apreté mis dientes cuando ya no cruzaban más ideas por mi mente.

—Abuelo, no te metas en esto. Es algo entre ella y yo.

—¿Se pelearon?

Me quedé en silencio, pensando si era correcto sumarle otra mentira a esta bola de nieve que pronto me iba a aplastar.

—¿Qué le hiciste a la pobre chica?

Lo miré indignado.

—¿Qué le hice a la pobre chica? ¿Desde cuándo Hazel es una pobre chica aquí? Con suerte la conoces —le recriminé.

—Es cierto, conozco muy poco de ella —respondió con tranquilidad—, pero todo lo que conozco de ella me agrada. En cambio a ti te conozco demasiado, y sé perfectamente lo insoportable que puedes llegar a ser, Deneb.

—Abuelo...

—Vuelvo a repetir, deberías estar a su lado, durmiendo con ella.

Hice mi cabeza hacia atrás y cerré los ojos un par de segundos. Tomé fuerzas de donde no las tenía. No era un problema que quería enfrentar cuando ni siquiera había salido el sol por completo.

—Deneb...

—Me cuesta... —solté.

—¿Qué es lo que te cuesta?

—Estar a su lado —reconocí con sinceridad—. Me cuesta mucho verla dormir, sentir su cuerpo junto al mío, lo relajada y plácida que se ve por la noche. Yo no logro eso, abuelo.

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