XIX

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—¡Nate! Qué bueno que hayas aceptado venir a mi humilde hogar, pasa por favor —sonrió, abriendo la puerta.

—Sí, tu hogar es tan "humilde", cómo mi casa modesta —pronunció entrando con Nieve a la casa.

—Claro que sí, son casas humildes y modestas, comparadas con mi verdadero hogar. Esta sólo la utilizo cuando vengo a la ciudad. ¿Te conté que vivo con mi hermana aquí? —le preguntó dirigiéndose ambos hacia el comedor.

—No, no lo hiciste.

—Pues sí, vivo con mi hermanita. Mi padre vive muy lejos de aquí, así que yo cuido de Mile. Espero no te moleste que ella cene con nosotros hoy.

Llegaron hasta el comedor, y vio en la mesa ya a la muchacha sentada en su lugar.

—Hola —murmuró ella mirándolo levemente.

—Es un poco tímida —sonrió Kenneth—. En el bosque sólo estaba actuando fuerte. Pero bueno, eso no importa ahora, toma asiento por favor, dónde más gustes.

Asintió con la cabeza y se sentó en frente de Milena. Nieve se quedó a su lado, sentándose después de ver que él no se levantaría.

Kenneth sonrió y se sentó en la punta de la mesa, en medio de ambos.

—Pediré que nos traigan la cena si te parece —sonrió antes de hacer sonar una campanita, y que varias personas llegaran con platillos a la mesa.

Incluso a Nieve le habían traído en un tazón un bistec.

—Espero te guste, buen provecho a ambos.

—Gracias —murmuró Milena, tomando con algo se dificultad un tenedor.

Gesto que no pasó desapercibido por Nate y Kenneth.

—¿Y qué te pareció tu nuevo hogar? —sonrió el muchacho, cortando un trozo de carne.

—Grande, muy espacioso.

—Es una buena casa, la mandé a construir hace unos años, pero al final nunca la usé. Creo que habrás podido comprobar que era nueva ¿Verdad?

—Sí, lo hice.

—La última vez que-

Su celular comenzó a sonar y lo tomó.

—Disculpen, es uno de mis socios —sonrió antes de responder—. Lev ¿Qué ocurre?

Nate observó a Milena, sabiendo que algo no estaba bien con ella.

—Oh ¿En serio? Es que justo estoy cenando con un amigo. ¿No pueden esperar? Demonios, no, no, no te preocupes, iré de inmediato.

Cortó la llamada y observó con pesar a Nate.

—Lo siento, en verdad, pero salió un imprevisto y debo irme. No hace falta que te levantes, termina tu cena y luego hablamos mañana ¿Te parece? El chófer te llevará de regreso a tu casa. En verdad, lo lamento, pero es urgente y debo irme.

—Está bien, descuida.

—Gracias —sonrió—. Espero terminen bien su cena, y gracias por quedarte con mi hermanita.

Lo observó irse y cuando escuchó que salió de la casa, miró a Milena nuevamente.

—¿Estás bien?

Ella asintió con la cabeza.

—¿Segura?

—Sí, sólo... M-Me siento un poco mareada. Creo que mejor iré a-

Y no hizo más que ponerse de pie, que cayó al suelo. Nate rápidamente se acercó a ella, preocupado.

—Milena.

—Me da todo vueltas —jadeó—. Siento que no puedo respirar.

—¿Sabía tu hermano de esto?

—N-No.

Su respiración se hizo errática y con cuidado la tomó en brazos.

—Disculpe ¿Alguien podría venir? Ella no se encuentra bien.

Una señora del servicio doméstico apareció en ese momento.

—Ella no está bien ¿Cuál es su habitación?

—Sígame, por favor.

—Está bien, Nieve ven —le dijo al cachorro, que lo siguió por detrás cuando Nate empezó a caminar.

Llegaron hasta la habitación de Milena, y la señora los dejó a solas nuevamente. Esa casa se sentía tan vacía y silenciosa.

La llevó hasta la cama y la observó preocupado, ya que estaba muy agitada.

—Debería llamar a tu hermano.

—N-No, no lo hagas por favor, él se molestará.

—Claro que no, además tú no te sientes bien.

—Tú no lo conoces —jadeó, antes de dar un grito, tomándose del pecho.

—Milena.

—E-El corazón... Siento como s-si se me fuera a salir —jadeó desesperada.

Nate observó cómo la jovencita comenzaba a sudar, y un dulce aroma golpeó sus fosas nasales, que le dilató las pupilas, acelerando su pulso.

—¿Q-Qué es ese aroma? —jadeó Milena con los ojos cerrados y la boca entreabierta—. Dios, tengo m-mucho calor.

—¿Qué hueles? —le preguntó en un tono ronco.

—Huele a... A chocolate y menta, un chocolate muy fuerte, pero dulce.

Él sonrió levemente, sintiendo que su cuerpo comenzaba a reaccionar a ella.

—Yo huelo a cereza, un aroma tan dulce, que me da sed.

Milena abrió los ojos y lo observó, jadeando. Levantó una de sus manos y lo tomó del brazo.

—Acércate, creo que eres tú.

Nate se sentó en la cama y acercó su rostro al de ella, comprobando que si era Milena la qué olía a cereza, sintiendo que su corazón comenzaba a latir más rápido.

—¿Por qué hueles tan bien? —le preguntó en un susurro, mirándolo a los ojos.

—Lo mismo me pregunto —gruñó.

Ella lo observó y subió su mano hacia su rostro, sintiendo demasiado calor en su interior, y su intimidad humedad.

—N-Nate, tú... ¿Algunas vez tuviste sexo? —susurró en un hilo de voz, antes de sentarse en la cama con dificultad, y tomarlo del rostro con ambas manos.

—No...

—Yo tampoco —murmuró mirándolo a los ojos—. Pero quiero coger contigo ahora.

...

NateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora