Prólogo

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Cualquier persona en mi lugar habría tomado la infidelidad de su novio como la peor desgracia en la historia de la humanidad, pero yo no era así. Nunca me habían importado mucho las relaciones. Nunca las había tomado tan en serio. Y esta no iba a ser la excepción.

¿Y cómo sucedieron las cosas exactamente?

Era un miércoles, pasadas las seis. El sol ya se había puesto y yo temblaba del frío. Odiaba esa ciudad y su clima tan espantoso.
Acababan de despedirme y estaba regresando al departamento que compartía con él. O más bien, al departamento que yo compré y al cual él simplemente se mudó.

Y me encontré con la terrible sorpresa. Mark estaba en la cama, con una rubia alta. Ella tenía pinta de modelo. Estaban dormidos y abrazados. Desnudos. De inmediato sentí que las mejillas se me enrojecían y solté, enfurecida, la caja que cargaba con mis pertenencias.

Grité cuando me cayó en los pies y entonces los dos se despertaron sobresaltados. Mark me miró con los ojos muy abiertos. Tenía los rizos despeinados y estaba pálido del susto. Además de atónito. Ella, en cambio, se levantó de un salto, se cubrió con las sábanas y empezó a recoger su ropa. Era muy guapa, debía admitirlo. Mark siempre tuvo muy buen gusto.

—¡No me dijiste que alguien vendría! —le recriminó ella.

—No soy alguien, soy su novia —respondí con indignación—. O más bien, lo era.

—Lily —dijo Mark por fin. Lo vi con furia y caminé hacia él. Ahora me daba asco escuchar mi nombre saliendo de su boca. Me miró con el ceño fruncido. Yo le di una bofetada.

—Vete —ordené.

Mark permaneció un momento con la mirada hacia abajo, tocándose la mejilla con la punta de los dedos. Vi cómo su piel se iba enrojeciendo gradualmente y sentí satisfacción. Me miró por fin, con los ojos llenos de lágrimas. Pero no eran lágrimas de arrepentiemiendo, sino por el dolor del golpe.

—No, Lily —se puso de pie e intentó acercarase a mí. Retrocedí—. Vamos a hablar.

La chica, que ahora estaba en ropa interior, salió de la habitación y no supe nada más de ella. Nunca. Mark también empezó a vestirse. Recogí la caja para dejarla en mi escritorio. Me até el cabello y me quité los tacones. Ese estaba siendo el peor día de mi vida y no por que Mark me hubiera engañado, eso me daba igual, sino por el hecho de que se atrevió a hacerlo en mi departamento. En mi cama. En mis sábanas.

—Vete, Mark, ya te lo dije. No quiero volver a verte en mi vida. Eres tan miserable. Ni siquiera pudiste pagar un hotel.

Empecé a sacar su ropa de mi clóset, lanzándola al piso. Él recogía todo lo que tiraba y yo continué haciéndolo hasta que ya no hubo nada más de él cerca de mis cosas.Volví a quedar frente a él. Tenía puesto el pantalón, con la camisa sin abotonar. Había una mancha de labial rosa en el cuello.

—Por favor, cariño —insistió. Aún tenía la mejilla enrojecida. Me miraba como si fuese el ser más puro del universo. Pero no era así. Mark no tenía un pelo de castidad.

—No me digas cariño. Me das asco —tomé mi bolso, los tacones y salí de la habitación. Él me siguió.

—¿A dónde vas? —cuestionó.

—¿No es evidente? A cualquier sitio donde no pueda verte. Y cuando regrese, no quiero encontrarte aquí. Ni a ti, ni a tus cosas —toqué el picaporte de la puerta y volví el rostro a él—. Ni un calcetín. ¿Lo entiendes? Le diré al de seguridad que te vigile.

—Cariño —sentí su mano cerrándose en mi muñeca y me encolericé. Lo tomé por los hombros y él sonrió. Ingenuo si creyó que le daría un beso, porque todo lo que hice fue darle una patada en la entrepierna. Lo vi arrugar el rostro y cayó de rodillas ante mí.

𝐋𝐢𝐥𝐢𝐭𝐡 | 𝐋𝐚𝐫𝐢𝐬𝐬𝐚 𝐖𝐞𝐞𝐦𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora