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𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 10

ʀᴇᴄᴏᴍᴇɴᴅᴀᴄɪóɴ ᴍᴜsɪᴄᴀʟ: ᴅᴏɴ'ᴛ ʟᴇᴛ ᴍᴇ ɢᴏ - ᴄɪɢᴀʀᴇᴛᴛᴇs ᴀғᴛᴇʀ sᴇx


Lo primero que hice al salir de la oficina de Larissa fue despedirme de Beth. Llegamos a almorzar juntas en varias ocasiones. Y a diferencia de las maestras, a pesar de que ella también era joven, nunca me hizo sentir fuera de lugar. Por eso se había ganado un lugar en mi corazón.

Cuando estuve de regreso en el que hasta entonces había sido mi salón, le pasé el seguro a la puerta, me senté en el piso, me abracé las piernas, apoyando el mentón en las rodillas y me permití llorar. Tan solo habían sido cinco meses al lado de Larissa, pero ahora no podía imaginar mi vida sin ella.

Empaqué las pocas cosas que tenía ahí y en la sala de maestros y aguardé en el auto diez minutos. Tenía la esperanza de ver a Larissa corriendo hacia mi, diciéndome lo mucho que me amaba y pidiéndome que me quedara. Pero nunca llegó. Entonces me limpié el rostro, encendí el motor, puse música y me fui.

Entré a Nevermore con el estúpido plan de conquistar a Larissa pero todo lo que conseguí fue un corazón roto. Por los siguientes días no supe nada de ella. Yo sabía que tenía algo pendiente por hacer, pero me negaba a deshacerme de sus cosas. Sacar sus pijamas de mi armario significaba romper nuestro lazo definitivamente.

Entonces pensé que si me quedaba con una de ellas ese lazo seguiría ahí. Por eso fingí olvidarme de sacar la que era color vino tinto. Mi favorita. También empaqué el maquillaje que le había comprado y tiré su cepillo dental. Me quedé con la versión de bolsillo de su perfume.

Volví a llorar cuando regresé de las oficinas de paquetería porque sabía que con eso todo estaba hecho. Era el fin. Larissa no volvería a mi casa. No volvería a dormir conmigo. Lo nuestro se había acabado. Empecé a entender que ya no me quedaba nada más que hacer en ese lugar.

Me había mudado ahí por el trabajo y ahora que ya no lo tenía era hora de volver a la ciudad, a mi hogar. Con Joan, los bebés y mi galería. Era momento de retomar mi verdadera vida. Aunque en el fondo sabía que mi vida empezó cuando conocí a Larissa.

—¿Si no es hoy entonces cuándo vendrás? —me preguntó Joan. Estábamos teniendo una conversación por teléfono.

—Mañana. O al menos eso espero —me acomodé el teléfono para presionarlo con el hombro y tomé una caja que estorbaba en la escalera.

Mi casa que ya no era mi casa estaba toda hecha un caos. Habían cajas por donde quiera, los muebles cubiertos con plástico y mis maletas en la sala. Se suponía que ese día llegaría la mudanza, pero las lluvias no paraban. Por eso tendría que esperar al día siguiente y rezar para que el clima mejorara. Terminé de bajar a la sala, corrí las cortinas y encendí el fuego en la chimenea.

—De acuerdo. ¿Pero, por lo demás, todo está bien por ahí? ¿Cómo estás tú?

—Estoy bien, Jo, no te preocupes —respondí mientras caminaba de un lado a otro. Odiaba los días lluviosos. Ni siquiera podía pintar porque todos mis materiales ya estaban empacados—. Si algo cambia con la mudanza te avisaré. Te quiero.

—Cuídate. Y por favor come bien.

Sonreí y colgué. Saqué uno de mis libros y me senté en el piso frente al fuego. Bien podía elevar la temperatura de mi cuerpo, pero el sonido de la madera crepitando por alguna razón me relajaba. No había dejado de pensar en Larissa, pero poner distancia entre nosotras, por muy doloroso que haya sido, me ayudó a sentirme mejor.

Acababa de cumplir dos semanas yendo a terapia, estaba dejando los cigarrillos y había vuelto a pintar. Estaba encontrando el rumbo de mi vida otra vez. Pero Larissa llegó y volvió a desestabilizarme. Una hora después, cuando el timbre sonó me pregunté quién en su sano juicio saldría bajo la lluvia. Y al abrir, ahí estaba ella. De pie frente a mi puerta.

𝐋𝐢𝐥𝐢𝐭𝐡 | 𝐋𝐚𝐫𝐢𝐬𝐬𝐚 𝐖𝐞𝐞𝐦𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora