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𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 30


—Te ves tan preciosa, Lili.

Larissa estaba de pie al final de la escalera, esperando por mí, con nuestros abrigos. Yo lucía un vestido negro, largo, con lentejuelas. Sin mangas ni tirantes. Una especie de capa iniciaba desde el cuello, bajaba por los hombros y se arrastraba detrás de mí.

Yo me sentía como una princesa. O más bien como una reina. Larissa dijo que eso es mucho mejor. El vestido de ella era de color verde musgo. Le llegaba por debajo de las rodillas, con mangas al codo y escote redondo. Me ofreció la mano para ayudarme a bajar.

—Tú también estás preciosa, mi amor —me detuve en el último escalón. De ese modo estuve a la altura de Larissa y pude besarla sin esfuerzo.

—Indudablemente me casé con la mujer más hermosa de todas. Me muero por tenerte desnuda entre mis brazos otra vez —ciñó las manos a mi cintura y se inclinó a mi cuello para aspirar mi aroma.

Larissa hacía eso todo el tiempo, cada tantos minutos. Mi perfume era como una droga para ella. Y como toda adicción, cuánto más tenía más quería. Yo la entendía porque a me sucedía exactamente lo mismo con ella. Cuando me dio un beso en el ángulo de la mandíbula yo me encogí por el escalofrío que eso me ocasionó.

—Detente, llegaremos tarde —me dolió protestar, pero alguna de las dos debía mantenerse firme ante la tentación. Ya habíamos perdido mucho tiempo por la mañana—. Al final del baile volveré a ser toda tuya.

—O durante —sonrió con picardía, lo cual me hizo soltar una carcajada.

Larissa me sujetó de la cintura y me cargó para bajarme del escalón. Tener que despedirnos de Nia siempre era la peor parte de salir. Ella nos seguía en cada paso que dábamos, nos lanzaba esos ladridos tan agudos que nos rompían el corazón. Era como si nos reclamara por dejarla sola. Por eso estábamos pensando en adoptar a un cachorrito más. Al fin y al cabo la casa tenía el tamaño adecuado para un albergue.

Cuando estábamos en la academia, antes de entrar al gran salón, Larissa buscó mi mano para sujetarla. Pero no la sostuvo simplemente sino que la entrelazó a la suya. Un par de semanas atrás, durante una noche de insomnio, en una conversación muy sosa yo le dije que para mí, el hecho de entrelazar los dedos era como darle mayor peso a la relación. Al principio Larissa se rio. Pero desde entonces lo continuó haciendo de ese modo.

En la primera hora de haber llegado, Larissa se la pasó de un lado a otro, terminando de supervisar que todo estuviera en orden. Mientras tanto yo me dediqué a conversar con los maestros, los alumnos o con Beth. Ella estuvo muy feliz cuando le dije que ahora era la esposa de Larissa. Además de Joan, Beth también fue un gran apoyo durante el tiempo que Larissa estuvo en coma. Siempre se ponía en contacto conmigo para poder llegar al hospital.

—Nunca creí que vería a la señorita Weems casarse —me confesó en un susurro, estando de pie ante la mesa de los bocadillos—. En primer lugar nunca creí que era capaz de enamorarse.

—¿Si? —cuestioné con diversión. Beth asintió. Se llevó el vaso a los labios y echó la cabeza hacia atrás para tomar las últimas gotas de su ponche.

—Siempre fue tan hermética, tan seria, y fría. Cuando yo entraba en la oficina ni siquiera me miraba a la cara. Siempre con los ojos en el teléfono, la agenda o la computadora. Siempre de reunión tras reunión, sin divertirse o comer bien. Por eso aquella noche cuando me llamó desde un bar casi me infarté.

—Creo que te refieres a la noche en la que nos conocimos —mencioné mientras le echaba un vistazo a lo que podría comer. Me estaba debatiendo entre canapés y una especie de mini sándwiches. Beth alzó las cejas. Sonrió con genuina diversión.

𝐋𝐢𝐥𝐢𝐭𝐡 | 𝐋𝐚𝐫𝐢𝐬𝐬𝐚 𝐖𝐞𝐞𝐦𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora