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𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 12


—Helena —saludé con ligera sorpresa. Ella estaba ante mí, en mi puerta, con una botella de vino y lo que parecía ser una fuente para horno con tapa.

—Mi madre vino a visitarme y trajo esto —dijo—. Pensé en ti y en que deberías probarlo. Es mi postre favorito —me entregó ambas cosas. Y en lugar de dar las gracias, yo solo quería saber una cosa.

—¿Cómo es que descubriste mi departamento?

—Toqué en cada puerta —respondió con tranquilidad, como si fuera lo más normal del mundo. Alcé las cejas con una media sonrisa. Me impresionaba lo decidida que Helena era. Fijaba su objetivo e iba por ello. A veces me veía a mí reflejada en ella. Tal vez por eso le tomé tanto cariño. La hice pasar.

—¿Lo vas a probar? —preguntó mientras se sentaba en la barra.

—¿Qué es exactamente?

—Baklavá.

—Creo que lo he leído en algún menú de alguna cafetería —mencioné. Saqué un planto de la alacena y ahí dejé el baklavá para lavar la fuente—. Gracias. Lo probaré.

Helena giró en su asiento, echándole un vistazo a mi departamento. Yo tenía un caballete con un lienzo cerca del balcón. Antes de que ella llegara estaba intentando hacer un retrato de la Acrópolis. Así que Helena me encontró con el cabello atado en un moño, una de mis camisetas y en pantalones cortos. Estaba descalza además.

—¿Pintas? —quiso saber.

—Sí.

—Yo alguna vez lo intenté. Pero terminé eligiendo la música.

—¿Qué instrumento tocas? —me senté frente a ella. Vi su cabello arreglado en una cola floja, sus tenis sucios, su pantalón de mezclilla y la misma camiseta que llevaba cuando nos conocimos—. Era eso lo que cargabas el otro día, ¿no es así? Parecía un violín.

—Lo es —asintió—. Precisamente estaba llegando de una audición.

—Genial.

—Y ahora que lo recuerdo... No atendiste a mi invitación —ladeó la cabeza, apoyando un codo en la barra y entornando los ojos.

—¿De cenar? —cuestioné. Helena tan solo asintió—. Bueno, culpa al elevador por eso.

—¿Entonces sí aceptas?

—Pues ya estás aquí —me encogí de hombro y me puse de pie—. Puedo preparar algo y después compartir el postre.

—Me parece muy bien.

Mientras cocinaba, Helena y yo conversamos de muchas cosas. Se notaba que de verdad había intentado entrar al mundo de la pintura. Conocía términos y técnicas. Pero también parecía ser una increíble violinista. Apasionada, sobre todo. Supe que el día que nos conocimos estaba llegando a la ciudad para iniciar su vida profesional. Su audición fue para la orquesta del teatro de la ciudad. Y logró ser admitida.

—Entonces... ¿por qué decidiste venir a Grecia? —preguntó cuando estábamos en la mesa.

—Siempre quise hacerlo —solté los cubiertos y en su lugar tomé la copa.

Al darme cuenta de que el vino estaba muy dulce recordé a Larissa. Ella odiaba los vinos dulces. Decía que cuánto más amargo mejor. Me pregunté lo que estaría haciendo. Seguramente estaba muy ocupada planeando el baile y la graduación. Quería estar con ella. Le había dicho que la ayudaría con todo. Que asistiríamos juntas. Pero fueron promesas al aire. Y ahora me dolía el pecho cada vez que recordaba que no podía cumplirlas.

𝐋𝐢𝐥𝐢𝐭𝐡 | 𝐋𝐚𝐫𝐢𝐬𝐬𝐚 𝐖𝐞𝐞𝐦𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora