Epílogo

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𝐀𝐛𝐫𝐢𝐥, 1999

𝐿𝑎𝑟𝑖𝑠𝑠𝑎


En la acera del aeropuerto la larga fila de autos se extendía frente a mis ojos. El aire primaveral de Londres me cosquilleaba la nariz. Con la mano empuñada en la maleta y las gafas de sol en la otra, le eché un vistazo a mi alrededor. Habían varios grupos de personas desperdigados. Familias reencontrándose, parejas, amigos. Incluso una camioneta que parecía ser de algún famoso. Había de todo, menos James. 

Maldije en silencio por haber confiado en él, por no haberle preguntado la dirección del departamento en el que se estaba quedando. Él me aseguró que no sería necesario tenerla porque pasaría por mí. Yo ya llevaba ahí treinta minutos. Estaba hambrienta, con sueño, con miedo a que me robaran la maleta. Empezaba a creer que James no llegaría. Pero entonces logré distinguir su voz gruesa a mi espalda.

—¡Hermanita! —me saludó. Sus brazos musculosos me estrujaron hasta el punto de cortarme la respiración. Con veintidós años yo era más alta que él, sin embargo, James era mucho más fuerte gracias a todas esas clases de actividades deportivas que practicaba.

—Eres un mentiroso —le reproché mientras intentaba quitármelo de encima.

—Yo también estoy feliz de verte —ironizó. Sus labios se presionaron contra mi mejilla en un beso húmedo. Yo me encogí. Nunca me había gustado tanto las demostraciones afectuosas. Más aún si eran físicas y públicas. Cuando lo empujé, James entornó los ojos. Yo supe que estaba a punto de hacer algún comentario fuera de lugar—. ¿Sabes? Si a ti no te gusta ser demostrativa, me pregunto cómo será esa relación tuya con... ¿Amy?

—Amanda.

—Sí, bueno, eso. ¿Se abrazan siquiera?

—No te importa —dejé de mirar a sus ojos azules para concencentrarme en lo que había detrás de él. Me pregunté cuál de todos esos autos sería el suyo y por qué no apareció de frente.

—Ay, el afecto familiar —exhala, con las manos en los bolsillos del pantalón—. Cuánto te extrañaba.

—¿Me sacarás de aquí? ¿O seguirás diciendo cursilerías?

James sonrió mientras negaba con la cabeza. Me mostró esa sonrisa brillante con la que seguramente seducía a muchas chicas londinenses. Los dos hoyuelos le enmarcaron el rostro, volviéndolo un poco más perfecto. Él siempre fue el más atractivo de los dos. De toda nuestra familia en realidad. Mamá lo llamaba «un galán de película». Y tenía mucha razón. James me quitó la maleta antes de empezar a caminar y me envolvió con el brazo izquierdo, pegándome contra sí.

Yo amaba a James. Es decir, era mi hermano mayor y yo era su hermanita, su consentida. Nunca nos importó no tener al mismo padre. Sin embargo, había algo en mí que no toleraba el afecto físico o de cualquier tipo. Bajo ninguna circunstancia. La última vez que le había dicho a James un «te quiero» fue como a los once años, cuándo él tenía dieciséis. De ahí en adelante la adolescencia me cambió. Y nunca más volví a decírselo. James murió sin saber lo mucho que yo lo amaba.

—¿Esta baratija es tu grandioso auto? —cuestioné con el ceño fruncido, señalando despectivamente al pequeño Volkswagen blanco—. Es una antigüedad. ¿Eso es..? ¿Eso es sarro, James? ¿Qué haces con el dinero de nuestro padre?

—Albert no es mi padre, Larissa —James abrió la puerta del conductor. La inclinó hacia el frente para poder acomodar mi maleta en la parte trasera del auto. Luego volvió conmigo—. Tienes tres opciones para llegar a mi departamento: en taxi, en autobus o caminando. Y déjame advertirte que las tres apestan. Si el taxista se entera que eres turista te exprimirá la billetera. Si tomas el autobus te perderás. Y si caminas, pues... —se encogió de hombros, sonriendo con socarronería—. También te perderás, hermanita.

𝐋𝐢𝐥𝐢𝐭𝐡 | 𝐋𝐚𝐫𝐢𝐬𝐬𝐚 𝐖𝐞𝐞𝐦𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora