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𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 29


Larissa y yo estuvimos un mes en Hawái. Regresamos para el cumpleaños de Joan. Ese día Larissa también tuvo una pequeña reunión en la academia porque todo apuntaba a que ella ya estaba lista para regresar. Y yo estaba planeando un viaje a Grecia para arreglar la situación de mi trabajo y la galería de una vez.

Se suponía que regresaríamos a la ciudad una semana después, pero solo fue una mentira para sorprendar a Joan. Dave y yo nos pusimos de acuerdo para que él la mantuviera lejos de casa mientras Larissa me ayudaba a poner globos y todas esas cosas. También compramos un pastel.

—Estoy agotada —se quejó Larissa, dejándose caer en el sillón. Era casi media noche. Llevábamos esperando a Joan por dos horas. En ese punto yo también estaba desesperada.

—Seguramente estarán en algún hotel —me senté a la par de Larissa. Ella acomodó la cabeza en mis muslos. Me gustaba cuando hacía eso. Me gustaba acariciarle el cabello hasta que se quedara dormida. Pero esa noche no podía dejar que eso sucediera—. Levántate, vamos a saquear el refrigerador y la alacena.

—¿Me das un beso antes? —cuando Larissa me miraba con esos ojos suplicantes mi corazón se ablandaba como arcilla. Sonreí. Me incliné a sus labios. Cuando su mano viajó a mi mejilla, el teléfono sonó en mi bolsillo.

Era un mensaje de Dave. Su auto estaba a tan solo dos calles, así que Larissa y yo debíamos darnos prisa. Mientras yo apagaba las luces, ella se encargó de bajar las cortinas. De pronto me encontré a oscuras, de pie en medio de la sala, con un enorme nudo en la garganta. Recordé el cumpleaños número dieciséis de Joan, cuando nos emborrachamos por primera vez.

Esa noche dormimos fuera de casa y hablamos, durante toda la madrugada, de nuestros planes a futuro. Ella lo había conseguido todo. Estaba empezando a montar un bufete por su cuenta, tenía dos hijos bellísimos, un esposo dulce que la adoraba y era una mujer absolutamente hermosa. El golpe de realidad que tuve se sintió como estrellarme contra el pavimento.

—Lili, agáchate —susurró Larissa, tirando de mi mano. Medio atónita aún y con los ojos llenos de lágrimas, obedecí. La alfombra suave se extendía bajo mis rodillas. El anillo de compromiso titilaba en la oscuridad. Y Larissa cuchicheaba algunas palabras que no alcancé a comprender por estar perdida en mis pensamientos.

—Voy a cumplir cuarenta y cinco —solté.

—¿Qué?

—Oh, por Dios, voy a cumplir cuarenta y cinco años —al mirar a Larissa descubrí su ceño fruncido—, y además, estoy casada. Creí que moriría sola después de los treinta. Pero no fue así. Tengo cuarenta y cuatro y estoy casada.

 —Conmigo —la sonrisa de suficiencia que me mostró Larissa me llenó de ternura.

—Sí, contigo —al inclinarme hacia ella perdí el equilibrio. Acabé tumbando a Larissa en la alfombra, con las dos riendo a carcajadas. Esa era mi definición de vida perfecta: reír a carcajadas con la mujer que amaba. Con mi esposa.

Nos estábamos besando cuando el familiar ruido de las bisagras nos alertó. Larissa se arregló el cabello. Yo apoyé los codos en el almohadón del sofá, en espera de que las luces fueran prendidas. Pero lo que escuchamos fue un gemido suave seguido por el estruendo de un cristal rompiéndose. Ese fue el final de una bola de cristal navideña.

—Ay, mierda —la voz adormilada de Joan me hizo querer reír. Ella siempre era muy cuidadosa con su vocabulario, excepto cuando llevaba mil tragos encima.

—¿Están ebrios? —cuestionó Larissa en un susurro—. Dave ni siquiera se acuerda de nosotras.

—Bueno, deberíamos darle un susto —me levanté incluso antes de que Larissa pensara ne detenerme—. ¡Feliz cumpleaños! —grité.

𝐋𝐢𝐥𝐢𝐭𝐡 | 𝐋𝐚𝐫𝐢𝐬𝐬𝐚 𝐖𝐞𝐞𝐦𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora