Capítulo 5

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Cuando mi madre vuelve a entrar y otra persona se asoma por el hueco de la puerta, se me para el corazón.

Es Pol. 

Lo miro, atónita, con la boca abierta. No consigo reaccionar.

—¿No vas a invitarme a que me siente o algo?

Está guapísimo. Lleva el mismo chándal que el día que lo conocí. Naranja, rosa y rojo. Siempre será el chico de los estampados imposibles. Pero que bien le quedan, joder.

Por fin soy capaz de hablar.

—Cla-claro. Siéntate.

Le hago un hueco en el banquito de madera donde estoy sentada, pero él lo rechaza y elige una de las sillas de enfrente.

Lo veo como quién ve un fantasma. Demasiado surreal. No me puedo creer que Pol esté aquí, en Galicia, en Vigo, en el porche de la casa de mi madre.

—Antes de que digas nada, no quiero que malinterpretes mi visita. Quiero que sepas que estoy dolido. Estoy dolido, enfadado y muy jodido. Pero no he venido a hablar de eso. Básicamente, porque de este tema ya no tenemos nada que hablar.

Trago saliva y asiento, prestando atención a cada una de sus palabras, las cuales se me atragantan en mi interior.

—Pero, Pol. ¿Qué haces aquí?

—Me dijiste que viniese a buscarte —se encoge de hombros, como si fuese lo más normal recorrer 600 kilómetros en coche, así como si nada, de improviso, la víspera de navidad —. Obviamente no voy a pedirte que vuelvas a Madrid. Pero quería asegurarme de que estabas bien.

Se me encoge el corazón. No creo que haya sido capaz de hacer esto por mí. Pero a la vez, lo noto tan diferente... Distante, aunque sus palabras digan lo contrario, y frío, aunque siga desprendiendo ese calor tan propio de él. Y lo entiendo. No puedo pedir que las cosas sean como antes.

—Vaya. No sé qué decir. Aparte de que estás loco —añado con una sonrisa, que él no me devuelve.

Noto como traga saliva.

—¿Qué tal estás?

—Bien —respondo rápidamente —. Una vez superado el shock y la furia del momento, bien.

Pol me mira extrañado.

—¿En serio?

—Sí... —me encojo de hombros —. Lo mío con Simón... ya no era un cuento de amor. Aunque yo me negase a reconocerlo.

—Ya. Cualquiera lo diría, viendo lo rápido que hiciste la maleta cuando fue a buscarte.

Uf. Eso ha dolido.

—Pol... —bajo la cabeza, avergonzada —. Sé que me equivoqué y lo jodí todo.

—Yo también lo sé —murmura, serio —. Pero no he venido a hablar de eso.

—¿Entonces de qué has venido a hablar?

—De nada. Solo quería ver que estabas bien.

—¿Te recorres 600 kilómetros, el día de Nochebuena, para hacer algo que podrías haber hecho por teléfono?

Pol me mira antes de contestar.

—Yo tampoco le encuentro el sentido. Pero... tenía que hacerlo.

Me aferro a cada una de sus palabras.

—¿Y qué plan tienes? Quiero decir... Aquí hay habitaciones vacías. Si quieres...

—No —me interrumpe —. Ya he reservado una habitación en un hotel. Pero gracias.

La magia de dos corazones en movimiento [Parte 2 Bilogía]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora