Capítulo 27

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Siempre se me dio mal saber leer a las personas. Eso me ha traído pequeños problemas en mi vida. Pertenezco a ese porcentaje de gente, a la que todo el mundo le suele caer bien. Algunos me dan más confianza para socializar. Con otros, puedo no sentir ese interés. Pero en general, peco de pensar a ciencia cierta que toda la gente es buena y bondadosa. Ainhoa, por ejemplo, no es así. Siempre habla del aura de las personas. Podemos conocer a alguien de tan solo diez segundos, que ella ya marca sentencia. "No me gusta", "no es de fiar", "no lo veo transparente". Yo no soy así. No tengo esas gafas incorporadas que me permitan desnudar el alma de un individuo. Pero sí que hay algo que no se me escapa. Las miradas. Sus tonos, matices y brillos. Quizá ese sea el motivo por el que me enamoré del chico de los ojos color café, siempre vivos, siempre alegres, siempre proyectando en sus pupilas un haz destellante de vida y seguridad.

Es por eso, que ahora mismo, sentada con Nacho en la terraza de nuestro bar, estoy alejándome de las palabras que salen de su boca y concentrándome en lo que sus ojos me cuentan.

En ellos veo la sombra del amor. Ese amor que obsesiona, que te envuelve, que sientes en la punta de los dedos.

—Estás bien con Marc —lo interrumpo.

Gira levemente la cabeza y frunce el ceño.

—Eh... sí, Sara. Te estoy hablando del diseño final del logo de la cafetería. ¿Por qué creo que no me estás escuchando?

Lo último que sé sobre ellos, de información tangible, es la discusión que habían tenido porque Marc no quiso ir a la fiesta en nuestro piso, por miedo a que los viesen juntos.

Está claro que lo arreglaron, ya que Nacho pasa más tiempo en casa de él, que en la nuestra. Pero me ha regalado pocas palabras respecto al tema desde entonces.

—Te estaba escuchando —miento —. Pero hace mucho que no me hablas sobre vosotros.

Nacho parece dudar. Se cruza de piernas y me observa a través de sus gafas cuadraras.

—Pues... porque no hay mucho que contar. Estoy enamorado. Casi siempre estamos muy bien. Tenemos pequeños enfados. Pero lo arreglamos rápido. ¿Podemos seguir trabajando?

Asiento, intentando concentrarme. En pocos días Pol y yo viajamos a Galicia. Y tras volver, celebramos la inauguración del local. La pobre Ainhoa está que se sube por las paredes, no muy contenta con su reposo por el embarazo. Pero no le queda otra que tomarse las cosas con calma y por primera vez en su vida, delegar en los demás.

Ayer intenté interrogarla de nuevo sobre su relación con Sebas. No por cotilla (bueno, también), si no porque es mi amiga y necesito asegurarme de que está bien. Pero el susodicho llego al poco al piso. Y fue una buena coincidencia, porque me ahorré la conversación.

Solo con verlos, supe que las cosas entre ellos están bien. No pude preguntarle a mi amiga si habían hablado de hacia dónde iba lo suyo o que pasaría cuando naciera mi ahijado, pero no fue necesario.

Juntos, desprendían ternura. Sebas se dirige a ella con una cantidad desmedida de admiración y cariño. Y sus cuerpos... esos sí que hablan.

No sé si Pol y yo nos veremos igual desde fuera, pero ellos parecían dos bailarines completamente sincronizados bailando un tango invisible. Sus gestos, sus roces, sus movimientos... Olían a deseo y admiración.

Así que hoy vuelvo a casa más tranquila. Sabiendo que Nacho está enamorado, que Ainhoa está enamorada, y yo... No hace falta que termine la frase, ¿verdad?

Cuando cruzo la puerta de mi hogar, me encuentro a Pol en la alfombra del salón, con la cámara en la mano. ¿Su modelo? León. Le beso y dejo que siga, haciéndole prometerme que colgaremos una foto suya en nuestra habitación.

La magia de dos corazones en movimiento [Parte 2 Bilogía]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora