Pol.
Siempre he leído sobre el amor. Desde crío. Sobre sus matices, sus entremeses y sus diferentes tonalidades. Pero nunca lo había sentido en mis carnes hasta hace unos meses. También siempre he escrito sobre la vida. Sobre lo puñetera que puede ser. Sobre el destino. Y sobre mujeres. Pero nunca había conocido a ninguna que rompiese mis esquemas como Sara. Que convirtiese mis puntos suspensivos en puntos finales. Que me hiciera sentir la vida desde otra perspectiva. Y que hiciera que ahora se me antojase tan jodida.
Los tres primeros días después de su partida, me encerré en mí mismo. No cedí a los interrogatorios de Ainhoa. Ni a las invitaciones de Usem para salir de casa.
El cuarto día, cuando llegué al piso y vi nuestra habitación sin sus cosas, me explotó el corazón. Sí, seré un ingenuo. Pero tenía la esperanza de que volviese.
El quinto, llamé a Naira. Necesitaba a alguien que me alegrase el día, sin pedirme explicaciones ni interrogarme sobre cómo me sentía. Que iba a contestar a eso, si no lo sabía ni yo.
El sexto, Ainhoa me pilló por banda. Eran las seis de la mañana y harto de dar vueltas en cama, estaba en la cocina, escribiendo. Sara se habría ido, pero su insomnio se quedó entre nuestras sábanas. Se sentó a mi lado y apoyó su cabeza en mi hombro.
—Yo también la echo de menos —murmuró.
Y esa simple afirmación, hizo que llorase todos los mares que los días anteriores había tenido retenido en mi garganta.
Reconozco que después de llorar, me sentí mucho mejor. Aunque eso me hizo echar de menos a Sara, porque sé que si ella estuviese ahí mientras yo me rompía, me habría dicho que estaba bien, que llorar libera endorfinas y es necesario. Esas cosas tan suyas.
—En enero volverá —sentencia Ainhoa tras un rato de silencio.
—Ya. Pero no será lo mismo —concluyo.
Me mira intensamente unos segundos.
—¿Crees que podréis arreglarlo?
Expiro.
—No. Me ha prometido demasiadas cosas. Y creo que nunca tuvo intención de cumplirlas.
Ainhoa asiente. Sé que duda antes de hablar.
—No me voy a meter en vuestras cosas. Pero sí que debo decir que, aunque se haya equivocado, Sara es buena persona. No creo que quisiera hacerte daño.
—Pero lo hizo.
Observo a Ainhoa, quién se está preparando una infusión. Abre la nevera por tercera vez y de nuevo, la cierra sin coger nada. Las hormonas empiezan a volverla un poco loca con los antojos y nunca sabe de qué tiene ganas.
—No has hablado mucho con ella, ¿no? —pregunto.
Ainhoa niega con la cabeza.
—¿No te sorprendió la visita de Simón? Así, tan de sorpresa.
Ainhoa sube las cejas y asiente, mostrándome afirmación.
—Me dio la sensación —murmura — de que quería venir sin avisar. Cómo si quisiera, no sé, encontrarse a Sara contigo, o algo. Pero hablo sin saber. No sé hasta qué punto se podía imaginar algo.
—Yo también lo he pensado.
Nos quedamos un rato juntos, en silencio. Hasta que Ainhoa se va a la ducha para preparase para ir a trabajar.
Yo vuelvo para cama. Aunque no duermo. Me prometo que hoy, sin falta, trasladaré mis cosas a mi antigua habitación, que ya está arreglada. Aunque eso llevo repitiéndome casi una semana.
Los primeros días de vacaciones se me antojan extraños. Escribo más que nunca en mi vida. Aunque, por primera vez, no me atrevo a compartir esos textos en Instagram. Ahora, son demasiados míos. No estoy preparado para desnudarme delante de tantas personas. Repaso una y otra vez las diferentes fotografías que le hice a Sara. Y miro todo el rato el móvil, con la esperanza de que me llame, lo cual es contradictorio, porque no dejo de pensar que, si lo hiciese, no le cogería el teléfono.
Me sorprende esta versión nueva de mí mismo. No estoy acostumbrado a enfadarme con el mundo. Ni a odiar tanto a alguien. Porque sí, aunque suene duro, lo reconozco. Sigo queriendo a Sara hasta la médula, pero mi corazón también alberga demasiado rencor. A ella, a sus promesas, a su puta cobardía. No puedo evitar sentirme engañado. Me siento un crío por haber confiado en ella y haberme permitido involucrarme tanto. ¿Y para qué? Para que ella se largase sin dudarlo ni un momento.
He repasado esa escena en bucle en mi cabeza. Tanto, que recuerdo los diálogos a la perfección. Y no dejo de preguntarme cómo habría sido si hubiese elegido otras palabras. Si hubiese valido de algo rogarle que se quedase. Nunca lo sabré.
También repaso en bucle la noche de mi cumple. Sobre todo, la parte de nuestros besos en el balcón. El sabor dulce de su saliva. El calor de su lengua. El tacto de sus pechos. Mi erección, bajo el pantalón, contra sus piernas. Cómo me arañaba la espalda.
Lo repaso una y otra vez, hasta que me pongo cachondo y acabo tocándome pensando en ella.
Está claro que esto no puede ser sano.
Al final, días después, decido cambiarme de habitación.
Y vuelvo a quedar con Usem y el grupo.
Y con Naira a solas.
Acompaño a Ainhoa al ginecólogo. Veo a mi futuro ahijado o ahijada en el interior de mi mejor amiga. Nos emocionamos.
Visito a mi madre.
Sigo pensando en Sara.
Escucho música y me llega cada puta palabra de cada puta canción de amor. Y más, de las de desamor.
Cocino con Nacho. Más bien, lo molesto mientras él cocina.
Sigo escribiendo.
Paseo solo.
Y, un día, casi antes de navidad, me prometo olvidarla.
Hola chicxs.
Admito apuestas. ¿Cómo creéis que estará Sarita? ¿Feliz de volver a estar en Galicia con Simón? ¿Echando de menos al chico de los estampados imposibles? ¿Comprando un vuelo de vuelta a Madrid?
Os leo :)
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La magia de dos corazones en movimiento [Parte 2 Bilogía]
RomanceSegunda parte de la biología. _____ Sara lleva tres meses en Madrid. Sara ha reído, ha vivido, ha soñado y se ha enamorado. Sara ha besado a Pol. Y luego ha huido. Pol lleva tres meses ensanchando su colección de sonrisas. Pol ha fluido, ha luchado...