—Hija.
—Papá, ¿Qué has hecho? — sollozo. No me puedo creer que esto esté pasando.
—No, hija. Qué has hecho tú — suena tan tranquilo, que hace que me venga más abajo. Joder.
—Papá. No me jodas. Explícame porque de mis tres tarjetas bancarias, no funciona ninguna.
—Explícame tú porque has dejado prácticamente a cero tu cuenta bancaria.
Siento como un látigo de frustración recorre mi espina dorsal.
—¡¡Papá!! ¡¡No, papá!! ¡No puedes hacer eso! ¡Me escuchas! ¡¡No puedes!! ¡Es mi dinero, mi dinero! ¿¡Quién te crees!? ¿Eh? ¡Dime, joder! ¿Quién te crees?
Cuando una mano me agarra firme, por el brazo, y me gira hacia ella, me doy cuenta de que me había levantado y estaba vociferando y gesticulando en medio de la calle. Pol me lanza una mirada alarmada, pero posa sus manos en mis hombros y me hace un gesto tranquilizador con la cabeza.
—Si quieres que te conteste, deja de gritar. Yo no te he criado así, Sara. No eres una verdulera contestona sin modales.
—¡¡Tú que coño sabes lo que soy, si no me conoces!! ¡¡Explícame que has hecho con mis tarjetas, joder!!
—Veo que es imposible hablar contigo o razonar. Así que te recomiendo que me escuches y cuando estés más tranquila, me llames. Tus opciones ahora son simples. Si quieres volver a recuperar tu dinerito y llevar esa vida de reina que te he dado, mañana te quiero en Galicia. Mi secretaria te mandará un billete a tu correo electrónico. Solo de ida, obviamente. Se acabo Madrid y todas esas tonterías. Te quiero aquí, en tu piso, con tu novio y tu trabajo.
Lo escucho atónita. A cada palabra, a cada sílaba, mi rabia y mi enojo se multiplican gradualmente. Miro a Pol, antes de contestar, quién aún me observa con nerviosismo e inquietud.
—Papá. Vete a la mierda. ¿Me has oído? Vete a la mierda. No voy a volver a Galicia, no voy a volver con Simón y no pienso volver a pisar esa puta empresa que para mí es un infierno. Pero escúchame bien. El dinero, sí que lo quiero. Porque es MI dinero. ¿Me has oído? ¡Mi dinero! Así que mañana ya puedo tener mis tarjetas activas, porque si no te prometo que nunca más me vas a volver a ver el pelo.
Cuelgo. Y se me viene el mundo abajo. Pol se acerca a mí y me abraza fuerte.
—Sara. ¿Qué...?
Pero yo no puedo contestar. No puedo. Necesito echar toda la puta frustración fuera. Me abrazo más a Pol y lloro. No sé cuánto tiempo. Si son cinco minutos, diez, o quince. Pero cuando me separo, noto que no tengo más lágrimas.
—Pol. Necesito un cigarro.
—No, Sarita.
—Pol...
—Sara, piensa en lo que te costó dejarlo. No necesitas un cigarro para sentirte mejor. Puedes contármelo, o podemos subir a casa, o podemos quedarnos aquí, si quieres...
Me doy la vuelta y avanzo unos pasos, hacia el banco que tenemos casi al lado del portal. Me siento en él, con las piernas flexionadas, analizando lo sucedido.
—¿Tu padre...? —la voz de Pol tiene un deje hostil —. ¿Qué ha hecho exactamente?
—Me ha bloqueado mis tarjetas. No tengo acceso a nada de mi dinero —susurro, aún estupefacta.
—Pero ¿cómo? ¿Cómo una tercera persona puede...?
—Mi cuenta también esta a su nombre —aclaro. Pol me observa, creo que sin entender—. Es mi cuenta de toda la vida, me la hice siendo menor de edad, por lo que él también era titular en los datos bancarios. Nunca lo cambié, y ahí es donde siempre ingresó mis nominas, donde estaban todos mis ahorros. Nunca pensé... nunca le di importancia. Joder. Nunca pensé que lo fuese a usar en mi contra. Ni siquiera que me controlase. Aunque eso ya me quedó claro cuando me llamó hace unos meses.
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La magia de dos corazones en movimiento [Parte 2 Bilogía]
RomanceSegunda parte de la biología. _____ Sara lleva tres meses en Madrid. Sara ha reído, ha vivido, ha soñado y se ha enamorado. Sara ha besado a Pol. Y luego ha huido. Pol lleva tres meses ensanchando su colección de sonrisas. Pol ha fluido, ha luchado...